ALONDRA DEL MARINERO EMBRIAGADO
Paseaba el marinero,
ya las luces encendidas.
Mirábanle de soslayo
los ojos de las esquinas.
Se hurtaban a su nostalgia
calles, plazas y avenidas,
que era muy hondo el vaivén
de sus azules pupilas.
La ciudad se le escapaba
como una riente anguila.
Pisar sobre los asfaltos
a duras penas podía.
Llevaba mucha tormenta
a bordo de sus mejillas
Y muchos puertos del mar
desplegaban sus sonrisas
como una mesa revuelta
de ángulos y golondrinas.
Mujeres con la melena
igual que lunas caídas
arrastraban por el suelo
los arcos de mil bujías.
También su hogar recordaba,
aunque sólo de puntillas,
para no turbarle el sueño
y hacerle el silencio trizas.
La noche le vio beber
su copa de despedida.
La ciudad se fue corriendo
por sus calles y avenidas.
Y el marinero llegó,
segando baches y espigas,
a limpiar lunas de cobre,
borracho de lejanías.
Pedro García Cabrera