SAN JUAN DE LA RAMBLA
Me fui a San Juan de la Rambla
para hacerme a la medida
unos zapatos a prueba
de malpaíses y hortigas.
No unas botas de cien leguas
para saltar de isla en isla,
que para andar por la mar
no hay calzado todavía.
Si unas botas saltamontes,
sin frenos ni cortapisas,
trabajadas en el molde
de un vuelo de golondrina,
que no teman escalar
degolladas y colinas,
ni dar muerte a las alturas
igual que a toros de lidia.
Botas para perseguir
la liebre de las ermitas
siempre royendo el silencio
de violetas lejanías.
Botas para andar de pie
y a las claras noche y día,
no acostado de temor,
mendigando y a hurtadillas.
No botas para morir
en medio de las jaurías,
sino que le den al diablo
puntapiés en la espinilla.
Unas botas que no sepan
hacer del hombre una víctima,
volver la espalda ni huir
ni caminar de rodillas.
Botas que dejen al paso
huellas de las que se diga:
este es el rostro de un alma
cargado de rebeldía.
No botas para cruzar
el camino de la vida
a caballo y sobre rosas,
acobardado de espinas.
Botas que puedan leer
sobre la tierra que pisan
cómo mueren las distancias
y se hacen luz las semillas.
Botas para la ternura
que, cuando besan, se empinan
igual que los surtidores,
la libertad y las espigas.
Botas para caminar
el dolor y la sonrisa,
la sombra verde del árbol,
la casa y la mano amiga.
Botas para darse el gusto
de dar la vuelta a la isla.
Pedro García Cabrera