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BUENA VISTA

Ya estamos en Buenavista.
Acorde, trato, concierto
de la montaña y la mar
fraguaron su nacimiento.
Aunque le sobran alturas
no se perdió en vericuetos,
hizo su nido en la rasa
mano abierta del terrero.
La llanura de las aguas
dictó a la isla este pueblo.
Sus araucarias guardan
las pruebas de tal convenio,
que araucarias son torres
y jarcias al mismo tiempo.
Sus calles se van al campo,
ganan espacios abiertos,
se transforman en paisaje
y se pierden a lo lejos.
Una herencia de horizontes
montó aquí su campamento,
se sube a las azoteas
y no renuncia a sus fueros.
Amo estas calles que son
caminos con hombres dentro,
y que saludan muy alto,
con un bien calzado acento;
un saludo a boca llena
que no se lo lleva el viento.
Aquí no hay encrucijadas
que te dejen en suspenso,
aquí las calles van sueltas
como los rumbos veleros.
Entre Blanca Gil y Masca
pesó, sin tasa y sin miedo,
en su redondo platillo,
por arrobas, el silencio.
Y a todo trance lo sigue
en su cedazo cerniendo
para amasar la maqueta
que haga diana en sus deseos.
No es un camino de paso,
pero tampoco es un cero
a la izquierda del poniente,
sino la yema de un dedo,
el escalón más difícil
a lo más alto subiendo.
Y no es que quiera ocultarse
en el vértice de Teno,
ese toro al que la mar
jamás asió por los cuernos
y al que brega Buenavista
por amansar, pretendiendo
hacer de su lejanía
una calle más del pueblo.
Con tantas cuevas de sombra
esta montaña es un eco
de un rostro al que la viruela
dejó lleno de agujeros.
Y aún calada la visera
de las justas y torneos,
mira cómo las cometas
son cascabeles de cielo,
y cómo las tejas rojas
ruborizan el cemento
y que el mundo en que ha nacido
no corta a lo antiguo el cuello.
Si por tu ayer rompo lanzas
a tu futuro me entrego,
que si el mar y la montaña
carácter y voz te dieron,
de una isla puedes ser
el equilibrio y el riesgo
de una oleada en la cumbre
y de valles marineros,
dando tálamo de espuma
al más audaz rascacielo.
Porque sean tus espaldas
sensibles «ábrete sésamos»,
porque tus cimas arrullen
con la intimidad de puertos
y porque puedas dejar
de ser estación de término,
levanto por ti mi copa
hasta la altura de Teno.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Vuelta a la isla» (1968)

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