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CARTA A JOSÉ DOMINGO

Palomas, sí, palomas en el aire
cuando en ti pienso, cuando a mí te atraigo,
por este cielo que miramos juntos,
por esta soledad que nos comparte.
¿Qué otra cosa podemos, codo amigo,
calados de silencio hasta los huesos,
que evocar desde un fondo de ternura
nuestra victoria de hombres derrotados?
Que lloren, sí, que lloren los que aún tienen
arpones de venganza tras las manos,
suyos serán el odio y las tinieblas
que les vede la flor y la mañana.
Para ir a ti le pido a la tristeza
ojos del buen mirar, ojos trigueños,
que puedan envolverte en un impacto
de tiempo sur por islas desveladas.
te siento, sí, te siento en compañero,
tan vivas las palabras como el rostro
de nuestras dos pequeñas en el parque
viendo nadar los cisnes un domingo.
Perdona este recuerdo que te llega
desde la mar de la verdad y las olas,
pero es que a veces el recuerdo habita
la memoria del suelo que pisamos.
Descansa, sí, descansa en las arenas
de riguroso luto de estas playas;
ellas no olvidarán nuestra presencia
de hogueras consumiéndose en la noche.
Mucho nos va muriendo cada instante,
pero otro mucho resucita y pide
libertad para amar nuestras heridas
que de júbilo duelen y de amargura cantan.
Amigos, sí, amigos desde siempre,
de antes de conocernos, cuando fuimos
ritmos de la oscuridad bajo los mares
o de la ahora oscuridad consciente.
Discúlpame, hombro amigo, no era esto
lo que había pensado al escribirte
sino de tus palomas familiares
por estos cielos que miramos juntos.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Entre cuatro paredes» (1949-1963)  
III El hogar en volandas


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