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ELEGÍA DE LA ARVEJA

Redonda,
redondísima gota
de la movilidad.
Tal vez por eso el más absurdo
de los granos,
tránsfuga y corredera
del cojinete de las soledades,
sin encontrar un niño en quien meterme
y quedarme dormida.
El descanso me huye. En ningún sitio
mi nómada centella
puede aparcar sus curvas.
Nací a salto de mata
y el freno que pudiera detenerme
lo perdí en el camino.
Iba buscando vientres,
un cálido redil que me albergara,
convertirme en mujer de carne y hueso,
sentir mi vida en el aval de un rostro,
amar y ser amada
sobre lechos de arena,
camastros de ciudades
y axilas de los bosques.
Ir a donde me aguardan.
Pero me han recluido en sus ruletas
los saltimbanquis de la bolsa,
los artesanos de las villanías.
Y a mis bolas de azar,
amaestrados perros de los circos,
no las dejan que acierten
el pleno de la infancia.
Barren con sus escobas
desde el grito mortal de los estómagos
al ángel muerto de hambre de su guarda.

Y he de seguir corriendo tras de nadie,
cosiendo y descosiendo
la media que no llevo,
cántaro de una fuente
que me prohíbe el beso y la ternura
de los contamiandos de esperanza.
Ya es hora de que acabe
mi fatiga de trocha
que no gana la meta.
Dejadme descansar y me sepulten
en bocas que maldicen
la triste esclavitud de haber nacido.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Elegías muertas de hambre» (1975)

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