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ELEGÍA DEL HABA

A René L. F. Durand

Debo haber transmigrado de otras hambres
gemelas de las mías.
Aunque hacia atrás no gire
mi reloj de pulsera
hay un sollozo en mi alimento,
un sollozo de pulpa condenada
a volver a nacer,
persiguiendo la paz
a través de naufragios. en cadena.
Y no quiero que otros
se carguen con las muertes
que a mí me corresponden.
Rasgad, abrid
el guardapelo de peregrinajes
que ennegrecen mis nalgas.
Encontraréis sabores
de un hogar donde caben
las siestas de cordero de las barrigas llenas.
Probad, probad también la cola ausente
del color de mi llanto,
con espectros de ojos
que no hallaron clemencia
para seguir mirando a toda hora
la herencia a gritos de la bienvenida,
la luz que por igual se nos dio a todos,
desde el vello del alba al adios del silencio.
A pesar mío tengo que embrujarme,
hacer que lo real sea una frente
por la que voy tejiendo tropezones,
izando la sonrisa que se arría
en el negro listón de mi epidermis.

En muchas ocasiones he votado
al conjuro de otros,
dije que sí o que no, sin adherirme
a ningún avispero, conservando
mi propia libertad de refugiarme
en el descanso de una mano amiga.
Pero ahora las manos son asilos
de fuegos sin entrañas que no siembran
sino los vendavales del desprecio,
desoyendo esperanzas en pañales
que llaman con nudillos de intemperie
a las cerradas puertas de la vida.

Os recuerdo que soy el haba, lupa
fugaz en que me leo
irme apenas llegando, mis vagidos
ya con la noche bajo el brazo,
moneda que cotiza
los trinos de la infancia.
Y os recuerdo también que soy urgencia
y que no puedo soportar más tiempo
el hambre de los niños en que muere
el cielo azul, el aire y la mañana.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Elegías muertas de hambre» (1975)

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