CARTAS EXPLOSIVAS
Ya no tenían patria
donde plantar olivos.
Las cordilleras anidaron
ciempieses de radares
y mandos invisibles dispusieron
entrar a saco en sus asuntos.
Amaban sus orejas de oír claro,
sus dientes de mascar las pesadumbres.
Eran los suyos y del viento.
Y aún los mismos rayos
hablábanles con tonos familiares.
Les despojaron hasta las pestañas.
Ya no cabían en su esclavitud.
Reclamaron sus fueros día y noche.
No les hacían caso.
Palabras y palabras y palabras
y sin llegarles la camisa al cuerpo.
Piedras, piedras y piedras. Pedernales
donde morir tascando rebeldías.
Y entonces idearon,
en nombre de su infancia secuestrada,
certificar su muerte con sellos de correo.
Pedro García Cabrera