Viejo ciego, llorabas cuando tu vida era
buena, cuando tenías en tus ojos el sol:
pero si ya el silencio llegó, ¿qué es lo que esperas,
qué es lo que esperas, ciego, qué esperas del dolor?
En tu rincón semejas un niño que naciera
sin pies para la tierra, sin ojos para el mar,
y que como las bestias entre la noche ciega
—sin día y sin crepúsculo— se cansan de esperar.
Porque sí tú conoces el camino que lleva
en dos o tres minutos hacia la vida nueva,
viejo ciego, ¿qué esperas, qué puedes esperar?
Y si por la amargura más bruta del destino,
animal viejo y ciego, no sabes el camino,
yo que tengo dos ojos te lo puedo enseñar.
Pablo Neruda, 1923