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ODA A LA RAZA LATINA

¡Raza gigante: yérguete
al eco de mi canto,
tú, siempre trágica,
que del mayor quebranto
siempre resurges fúlgida
con nueva juventud!
¿Quién dice, raza indómita,
que al fin estás vencida?
¿Quién dice que en ergástulo
yaces de muerte herida
y que sucumbes mísera
sin gloria ni virtud?

¿Se olvidan de tus ínclitas
innúmeras fazañas?
¿Qué fueron a tus próceres
desiertos y montañas,
ni a tu bajel velífero
el ponto aterrador?
Doquiera tus ejércitos
plantaron sus pendones,
y domeñando Régulos
y pueblos y naciones
doquier dejaste vívido
tu verbo inspirador.

Díjote Dios: "¡Entrégate
como heredad el mundo!...
A tu poder somételo;
por la unidad fecundo
el deshonor del Gólgota
propicio aceptará.
A tu valor los límites
del Orbe dejo abiertos,
que al retornar tus águilas
y al encontrar desiertos
los templos de sus ídolos
el Cristo vencerá".

¡Y fueron tus manípulos
del Universo espanto!...
¡Cuál se empapó de múrice
la fimbria de tu manto!
¡Siempre tiñó de púrpura
sus clámides el rey!

¡Misterios del Altísimo!
¡Así al Eterno plugo!
Cimbrios, Germanos, Gétulos
rindiéronse a tu yugo,
y entre mundiales vítores,
justa imperó tu ley.

Desde Albión a Heliópolis,
de Gades a Palmira,
¿en qué regiones bárbaras
la Humanidad no admira
entre ruinas épicas
la huella de tu pie?
¡Qué de gloriosas páginas
y de vencidos reyes!
¡El Septentrión y el Austro,
sumisos a tus leyes,
caudillos y procónsules,
heraldos de la Fe!

Tal suele lurte súbito
que rueda desquiciado
y con horrible estrépito
desciende hasta el poblado
sembrar de muerte présago
estragos y pavor;
mas cuando luego plácida
la primavera torna
y con sus galas múltiples
cimas y prado exorna,
en flores en los cármenes
y en la heredad verdor.

Si alguien pregona gárrulo
que vives en la escoria,
y que tus pueblos débiles
mueren sin fe ni gloria
bajo la clave férrea
del Anglo y del Sajón,
respóndele que armígera
el Orbe recorriste,
y cuando entre los ámbitos
de Europa no cupiste
un nuevo mundo —América—,
puso a tus pies Colón.

¡Oh nave que llevándome
rumbo hacia allá navegas,
y al céfiro del trópico
pendón hispano entregas,
canta el poema cíclico
del Nauta Genovés!
Repetirá tu cántico
la Cordillera Andina,
y el regio Citlaltépetl
que al cielo se avecina,
repetirá contándote
los triunfos de Cortés.

En alta empresa mística
por el Señor lanzada,
con brillo de relámpago
resplandeció tu espada,
y de heroísmo pródiga,
fuiste verdad y luz
¡De tu legión mirífica
recuenta las fazañas!…
Reina de cien repúblicas
madre de dos Españas,
fue tu glorioso lábaro
la enseña de la Cruz.

Orgullo de los árboles
el roble corpulento
humílimo doblégase
en su enriscado asiento,
si en torbellino rápido
le envuelve el huracán;
mas la raíz prolífica,
hincándose en la roca,
la furia de los ábregos
impávida provoca,
y allí los siglos próspero
y firme le hallarán.

Aún vive, raza heroica,
tu verbo poderoso,
aún llenas con tu espíritu
el arte prestigioso,
aún brindas en tu crátera
divina inspiración.
¿Quién no bebió en tus ánforas
excelsa poesía
ni oyó el cantar idílico
que dulce prometía
rara progenie célica
y eterna redención?

¡Escucha... aún vibran mágicas
como en el ancho Foro,
del orador de Túsculo
las cláusulas de oro
con resonar fulmínico
de ronca tempestad!...
Y aún llega de Parténope
a las tendidas playas,
entre las ondas rítmicas
del golfo azul de Bayas,
la voz del fiero Espártaco;
clamando libertad.

Raza invencible: yérguete
y en tus esfuerzos fía,
de tus destinos árbitra
reina serás un día
y emperatriz de América
los pueblos te verán!
y el Amazonas túrbido
y el anchuroso Plata,
y el Tequendama undísono
que en iris se desata,
en coro a nuestros pósteres,
tu gloria cantarán.

autógrafo

Rafael Delgado


Rafael Delgado

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