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A BALCARCE

«¡No todos, no todos se olviden de mí!»

Balcarce

No has muerto, poeta: tu acento querido
Vibrando en el alma del pueblo quedó
Y un eco perenne nos dice al oido:
¡Adiós, Buenos Aires; amigos adiós!

De cuantos cantores honraron su historia,
Ninguno más dulce, más tierno que tú.
Ninguno ha dejado más blanca memoria.
Ni lleva en la frente más cándida luz.

El mismo sepulcro no tiene tinieblas
Que basten a hurtarnos tu vivo fulgor,
Pues tú las divides y apartas y pueblas,
Con sólo tu nombre, de rayos de sol.

Tu sueño se cumple: la patria adelanta,
Sus frutos opimos nos brinda la paz;
Los granos de polvo que el viento levanta
Cayeron un día... tú, nunca caerás.

Profeta inconsciente, cual todo profeta,
Tiranos y errores miraste caer:
Y amigos yo he visto del niño poeta
Con frentes ya calvas dictando la ley

Durante la infancia, tu «adiós» me decía
Las ansias secretas del próximo fin,
Y tu alma volcaba, llenando la mía,
Tristezas que nunca se fueron de mí.

Por eso en tu estrofa que amé desde niño,
Tas dos o tres hojas de tierno laurel,
Ha puesto mi mano, con hondo cariño,
En esta guirnalda que enlazo a tu sien.

1882

autógrafo

Rafael Obligado


Rafael Obligado

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