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JURAMENTO DE BOLÍVAR EN EL AVENTINO (1805)

«Siguieron luego los dos viajeros a pie,
haciendo cortas jornadas, por consejo
de Rodríguez, y como único medio
—decía éste— de que su discípulo re-
cobrara la salud perdida...
En el Monte Sacro los sufrimientos de
la Patria se agolparon a su mente, y
sintiendo en toda intensidad, cayó de
rodillas e hizo aquel voto de cuyo cum-
plimiento es glorioso testimonio la
emancipación de la América del Sur»

Memorias de O'Leary

A M. Simón de Schryver, autor de una «Vie de Bolívar»

                        I

¡Oh, la estación florida! Ya la tierra de Europa
empapada de sangre y de recuerdos, copa
de lágrimas, esponja de amargura sonríe.
La primavera triunfa. La campaña se engríe.
Suceden el aroma y el canto a los dolores,
por dondequiera pájaros, por dondequiera flores.

                        II

Dos peregrinos cruzan los desiertos caminos:
¿A dónde se endereza el par de peregrinos?
Atrás quedó la Francia, resonante de gloria,
que, a triunfo por jornadas, de victoria en victoria,
recorrió el continente: París, tierra encantada,
patria de la hermosura, ciudad de cuentos de hada,
Dijon la pintoresca, de campos labrantíos;
como fluvial paréntesis, Lyon, entre dos ríos,
y Chambery la blanca, por el amor famosa.
Atrás quedan la Suiza y sus lagos de rosa
y de azur, sus montañas de florida leyenda,
donde vibra en los aires una flecha tremenda.

                        III

Los viajadores cruzan los alpestres senderos,
a pie, bordón en mano: ¿Quiénes son los romeros?
Un anciano y un joven: águila y aguilucho:
el viejo mucho sabe, el joven sueña mucho.
Y al transitar senderos de tortuoso meandro
aquél nuevo Aristóteles y el futuro Alejandro,
la brisa de los Alpes, con gracia femenina,
mezcla cabellos blancos con cabellos de endrina.

                        IV

Recorren Brescia, Cremona, Milán, Padua, Verona,
la lírica Venecia y la adriática Ancona,
y la ciudad de fuerza y hermosura triunfante
cuyo nombre es más bello que un tercero de Dante,
Caminan y caminan. Una mañana adusta,
de neblina, llegaron a una ciudad vetusta,
de elefanciacos muros y vigas con carcoma.
La ciudad de paredes leprosas era Roma.

                        V

La villa dormitaba, perezosa, en sus ruinas,
al histórico amparo de sus siete colinas,
De entre las piedras grises brotaba esplendorosa
la belleza de mármol de alguna blanca Diosa,
de una Efigie cristiana, de un Efebo gentil,
centenario, y más fresco que una rosa de abril.
En la mitad de Roma, gloriosamente feo,
alzaba su esqueleto de piedra, el Coliseo;
y la niebla, trocada por Febo en chal de oro,
caía con la gracia de un manto sobre el foro.

                        VI

Los viajantes corrieron a la cumbre Aventina
donde sonó de Graco la palabra leonina,
donde el romuleo pueblo, como en altar propicio,
por libertad y patria se ofrenda en sacrificio;
y el héroe adolescente, sobre la sacra loma,
por los recuerdos clásicos, a la vista de Roma,
juró el viejo filósofo cortar la garra ibérica,
y conquistar un día la libertad de América.

París 1908
autógrafo

Rufino Blanco Fombona


«Cantos de la prisión y del destierro» (1911)
ANTES DE LA PRISIÓN Y DEL DESTIERRO
SEGUNDA PARTE
BOLÍVAR 


enlace Versión 1

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