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ORILLAS DEL SAR

                IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
        siempre serena y pura,
y con mirada incierta, busco por la llanura
no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,
no sé qué flor tardía de virginal frescura
que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,
gallardamente arranca al pie de la vereda
la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
prestando a la mirada descanso en su ramaje
cuando de la ancha vega por vivo sol bañada
        que las pupilas ciega,
atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento
        que sueña cariñoso,
el familiar chirrido del carro perezoso
corre en alas del viento y llega hasta mi oído
cual en aquellos días hermosos y brillantes
en que las ansias mías eran quejas amantes,
eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,
        Fondóns cerca descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa
donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;
donde de los vencejos que vuelan en la altura,
        la sombra se refleja;
y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla
por entre la verdura de la frondosa orilla.

autógrafo

Rosalía de Castro


«En las orillas del Sar» (1884)

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