OCTAVAS
Llora, lágrimas negras, pluma mía,
y corra igual el llanto con el vuelo
de un prolijo accidente; la porfía
nos turbó la esperanza y el consuelo.
Suspenso está, no ha muerto, en urna fría,
el que para templar el desconsuelo
del fácil desengaño de la suerte
está viviendo con la misma muerte.
Su memoria dejó, subió a la gloria,
mártir ya de su mismo entendimiento.
¡Oh, quién no le heredara la memoria
para no vincular el sentimiento!
¡Oh, cuánto bronce la futura historia
tiene de ocupar líneas ciento a ciento!
Que dirán, porque no quede al olvido:
este murió de no ser merecido.
La codicia le dio la muerte fiera,
que nunca le dejó la pluma ociosa
y esta vez fue no más la vez primera
que sirvió la codicia virtuosa.
Quiso ser más que él mismo, y como él era
todo lo más, la cuerda artificiosa
que concierta el reloj de nuestra vida
quebró, no de gastada, de oprimida.
Pues si ves, caminante, los engaños
de nuestra torpe vida que te advierte
que los méritos solos son los años,
lastímete su falta y no su suerte.
Enséñale a tu idea desengaños,
que siempre escoge lo mejor la muerte;
que este a quien la piedad procura en vano
falleció de estudioso y no de anciano.
Francisco de Rojas Zorrilla