EL MECEDOR
CAPRICHO
Cuando a la hora lánguida
De calurosa siesta
Sobre espaldar elástico
Tu forma se recuesta,
Y en uno y otro brazo
De límpida caoba
Descansas blandamente
Los brazos de marfil,
Dejando indiferente
Cruzarse en tu regazo
Sobre la falda blanca
Las manos de jazmín:
Al soplo de los céfiros
Que mar y cielo traen,
Algunos gajos de ébano
Sobre tus hombros caen;
Y entreábrese tu boca
Para inundar el pecho
De las coquetas brisas
Con el vital frescor:
Y en tanto, rauda toca
Tu leve planta el suelo,
Y en medias blanco-armiño
Dibújanse distintas,
Sobre tus pies de niño,
Las bien cruzadas cintas
De negro terciopelo,
Que el arco pequeñuelo
Abrazan con amor.
Y el mecedor ondula
En compasado vuelo,
Y el aura más te adula
Con agitado anhelo;
Y al golpe que en el suelo
Con regio garbo das,
Ya perezosa vienes.
Ya perezosa vas.
Dos veces te detienes
Cimbrándote a compás,
Y nuevamente vienes,
Y nuevamente vas.
Tus ojos castellanos,
Y al par meridionales.
Que describir no oso,
Pues ni oso contemplar.
Son ojos por los cuales
El odio furibundo
De bravos españoles
Con bravos orientales
Viera otra vez el mundo
Volcánico estallar.
Al blando balanceo
Del mecedor indiano
Pasar tus ojos veo
Del cielo al oceano;
Y viendo cuan hermosa,
En ti la reina rosa
Dos veces reina es,
Mientras que inmóvil callo con religioso esmero
Me ocupa un pensamiento que tu ojo no me lee:
—Quién fuera el Gran Monarca del Universo entero,
Para... ¿a que no adivinas, Rosita, para qué?
Mas al ver cómo mimas, como quieres
A tu adorada madre, y muy dichosa
La hizo Dios entre todas las mujeres
Madre al hacerla de su dulce Rosa,
Entonces yo comprendo que tú eres
Sin par hermosa, y buena aún más que hermosa;
Y digo para mí; ¡quién ángel fuera!
Porque mejor que un rey te mereciera.
Cartagena, abril 7: 1857.
Rafael Pombo