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LA OBRA DE LA MUJER

(Discurso de una señorita alumna, dedicado por ella al señor doctor Eustorgio Salgar).

                        I

Dice un refrán que «Dios quiere
Lo que quiere la mujer»,
De donde a mi ver se infiere
Que importa que considere
Qué es lo que debe querer;

                        II

Pues si su blanda influencia
No es nula en la sociedad
Ni ingrata a la Providencia,
Fuera cargo de conciencia
No ilustrar su voluntad.

                        III

Los hombres suelen decir
Que la mujer ciertamente
Influye en su porvenir;
Y el hombre, por consiguiente,
Debe enseñarla a influir;

                        IV

Para que, sin pretensiones
De ser mejores que él,
Depuremos sus pasiones
Y alcemos sus ambiciones
A más excelso nivel.

                        V

Así recordaros quiero
Que de la mujer el bien
Es el bien del mundo entero,
Como fue su error primero
La perdición del Edén;

                        VI

Y que todo el que su ufana.
Libre de necio egoísmo,
Por mejorar a su hermana,
Recoge el fruto mañana
Mejorándose a sí mismo.

                        VII

Cuentan (no sé si es verdad)
Que más de una plaga horrenda
Cunde en nuestra sociedad.
Plaga que no admite enmienda
Sin menguar la libertad.

                        VIII

Que en las horas de expansión
El hogar está desierto
Y desairado el salón;
El buen gusto en desconcierto
Y hecho hueso el corazón.

                        IX

Que las nobles Artes Bellas,
Encantadoras estrellas
Que al hombre apartan del vicio.
Ceden el campo a querellas
Y artes de inmundo ejercicio.

                        X

Que ya la gente de humor
No se divierte como antes,
Y que hay muchos que en la flor
De la vida y del honor
Son cadáveres andantes.

                        XI

Está indemne hasta la fecha
El femenil dulce bando;
Pero el fuego harto la estrecha;
Y tócale ir a la brecha
A salvarse peleando.

                        XII

Ejercer con decisión
Contra aquel doble dragón
Todo el influjo que alcance,
Y aun presentándose un lance,
Fulminar su excomunión;

                        XIII

Poner a prueba el poder
De su propia dignidad,
Y antes que víctima ser
Demostrar que en la mujer
No hay sólo imbecilidad.

                        XIV

Que a donde la Ley no llega
Llega el Amor ilustrado,
Que no sólo llora y ruega
Sino que también deniega
Sus glorias al depravado.

                        XV

Y así cual la acción suave
Del calor y de la luz
Viste el bosque, empolla el ave
Y crear y destruir sabe
Mejor que ley y arcabuz,

                        XVI

El amor bien entendido
Podrá en las débiles manos
De nuestro sexo abatido
Hacer cuanto no han podido
Las leyes ni los tiranos.

                        XVII

Bendiga Dios la instrucción
Que en cualquier vicisitud
Ensancha nuestra aptitud
Para imponer la razón
Y practicar la virtud.

                        XVIII

Y nosotras cada día
Reconozcamos ufanas
La santa filantropía
Que en transformarnos confía
En útiles ciudadanas.

                        XIX

Y honra eterna al magistrado
Que marcó rumbo el primero
Al sublime apostolado
Que nos conduce al Dorado
Del oro imperecedero.

                        XX

Pues religión y moral,
Y arte, y ciencia, y fuerza, y galas,
Del horizonte social,
Volarán con estas alas
De la instrucción general.

Bogotá, noviembre 5: 1874.

autógrafo

Rafael Pombo


«Poesías Completas»
Fábulas y verdades


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