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¿SOMOS FELICES?

  ¡Libres como dos almas, sin más freno
Que nuestro mismo amor sublime y santo,
Y solos, tú conmigo y yo contigo;
Solos, con Dios por único testigo,
Y en plena juventud, y amando tanto!

            ¡Sin un remordimiento!
  Sin una sombra fúnebre que empañe
Nuestro resplandeciente firmamento,
Sin una sola duda que acibare
La copa que a la par saboreamos.
Sin un temor que a disputarnos venga
El porvenir entero, tuyo y mío,
Que a la célica luz de tu sonrisa
Con ensueños dulcísimos poblamos.
Sin más dolor que nos empape en llanto
Que esta horrible delicia, esta agonía,
Este dolor de Dios, de amarnos tanto.

            Sin más peso que abrume,
  Dos senos de veinte años, grandes, bellos,
Que un corazón golpeando convulsivo,
Contra otro amado corazón amante!
¡Sin más grito que el te amo  delirante
Que clama sin cesar del fondo de ellos!
¡Ah! si tan sumo bien no es más que un nombre
¿En dónde estás, felicidad del hombre?
Ese cielo de nácar, esta brisa,
  Que en tu hálito de flores
Asciende a perfumarse enamorada;
Ese sol que a la orilla del abismo
Se suspendió un instante a dar al mundo
La cita del mejor de los amores;
Esta hora bendita que Dios mismo
Hizo, para que en ella
Piadosos invocásemos su nombre.
Porque es la hora en que la muerte es dulce
Y en que el Señor perdona siempre al hombre;
La fe que arde en tus ojos,
La fuerza inmensa de un cariño inmenso
Que enlaza nuestros brazos, esta santa
Gloriosa soledad que nos circunda;
Esta encantada atmósfera de vida
Que con alma y con labios aspiramos,
Esta íntima conciencia
Que el corazón inunda
De la verdad del bien que disfrutamos;
El universo entero
Que nos sonríe. Dios que nos bendice,
¿Serán un sueño, idolatrada mía?
¡Qué! ¿todo el bien que vemos,
Todo el bien que palpamos y sentimos,
A una voz nos dice
Que somos venturosos? ¡Venturosos
Cuánto a Dios le pedimos!
Tan venturosos cuanto ser podemos,
Tan venturosos como nunca fuimos,
Tan venturosos ¡ay! que años tras años
Al acordarnos de hoy... ¡si lloraremos!

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Y ¿por qué no morimos este día?
¿Por qué el placer como el dolor no mata?
¿Por qué ha de ser preciso
Que dos inofensivos corazones
Que hoy la copa escancian del paraíso
Cejen mañana ante la fuerza impía
Que de los labios mismos la arrebata
Tibia al amor del beso todavía?
¿Por qué hemos de apartarnos,
Por qué, adorada mía?
¿Para que acaso en lóbrego futuro
Me llores fiel o te maldiga ingrata?
¡Antes que el alma olvide,
Antes que el labio niegue
Esto que al cielo juro
Antes que al mismo cielo desafíe,
Un corazón que infame
De su más dulce dádiva reniegue,
¡Alma de mi alma! ¡vida de mi vida!
Si eres feliz cuando mi bien  te llamo,
              Si sientes lo que siento,
              Si me amas cual te amo,
Si cual yo me estremezco te estremeces
Al posible  sombrío del mañana...
¿Quieres morir, morir así, conmigo?
¡Salvar dolor... vejez... fealdad... miseria!
¡Robar su presa al monstruo...!
  Y cual dos olas que a la par nacieron
Para morir al abrazarse, y corren,
Y de delicia trémulas se alcanzan,
              Y felices suspiran

Cuando al ganar la playa tersa y blanda
En un beso nupcial se unen y expiran,
Deja que así los últimos latidos
De la felicidad, últimos sean
De la vida mortal, ¡ídolo mío!
Ángel caíste a mis brazos, ángel quiero
Devolverte a los cielos. Yo haré dulce
Tu sueño, casta niña, como el sueño
Del querub que al arrullo de la madre
Pasa dormido de la tierra al cielo.

  Si esta es nuestra hora, deliciosa hora
Para morir en ella... Vino, huye,
Pronto se escapará... y al escaparse
¿Qué más tendrá la vida que ofrecernos,
Sino un recuerdo vano, ansias crueles,
En pos del imposible, odiosas dudas,
Profanas alegrías, desengaños?
¡El mundo entero, el tiempo, la distancia,
Todo, todo, alma mía, conjurado
              Para dejarnos pronto!

Donde hubo corazón, piedra y cenizas,
Mas ese es el deber, ansiar la dicha,
Y una vez que logramos poseerla
Perderla para siempre, y para siempre
Lamentarla sin fruto... En tanto avanza
El tiempo inexorable, y son sepulcros
Las huellas de sus pies. El sol se ha hundido,
Despliega ya la noche tormentosa
Su negro pabellón: cada latido
De nuestros inocentes corazones
Tal vez les dice en tanto, virgen mía,
Que se acerca otra noche, horrenda, ingrata,
En que han de destilarse, uno para otro,
En vez de amor, acíbar y veneno.

  ¡Oh, yo te hago llorar, perdón, tú lloras!
Y llorando me aprietas convulsiva
Contra tu corazón, cual desafiando
Al que a robarme de tus brazos venga.

  ¡Oh dulce, oh noble, oh generosa amiga!
Qué ingrato soy contigo, mas, escucha:
No soy yo, es un mal genio que aquí siento
Que hace de las delicias de los cielos
El peor de los suplicios. Es, escucha,
Que te amo, te idolatro, tanto, tanto,
Con tan inmenso afecto, que la vida
Para ti no me basta, y lo ansío todo,
El mundo, el cielo, el caos... ¡otro beso...!

Noche del corazón que ni un rayo de cólera alumbra,
Desolación mortal que Dios mismo parece esquivar,
Cadáver que a un tiempo rechazan el mundo y la tumba,
Y entre el mundo y la tumba con fantasmas batiéndote vas.

autógrafo

Rafael Pombo


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