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ROSAS CAÍDO

Sí. Rosas, vilipendia con tu mirar siniestro
El sol de las victorias que iluminando está,
Disfruta del presente, que el porvenir es nuestro,
Y entonces ni tus huesos la América tendrá.


JOSÉ MÁRMOL

                I

¿Conque por fin caíste? ¿conque por fin el Cielo
«¡Basta, demonio, basta!» colérico gritó?
¿Conque por fin América purificó su suelo
Y al molde de sus déspotas sobre la mar lanzó?

Rosas, ¡detente! —¡escucha el cántico que vuela
De un mundo ebrio de júbilo hasta el dosel de Dios!
¡Ve atrás! —Va persiguiéndote centelladora estela:
—Son las miradas de odio con que te dice adiós.

¡Y cómo será horrible huir cobardemente.
Maldito de los hombres que escarneció feroz,
Con un infierno al pecho y un vórtice en la mente,
Y siempre en el oído la execradora voz!

Y siempre allí vibrando los cantos de victoria
Cual la final trompeta los réprobos oirán;
Y siempre viva, irónica, sangrienta en la memoria
¡La sombra de mil víctimas que clamoreando están!

Es justo, Dios lo quiere: su mano omnipotente
El crimen y el castigo balanza en un nivel,
Y al sol de la justicia se secan solamente
Las lágrimas, la sangre del inocente Abel.

                II

¿Y es esa la corona que con frialdad satánica
De humanos esqueletos labrabas para ti?
¿Aquella que en los éxtasis de tu ambición volcánica
Poner sobre tus sienes, imaginabas? Di.

¿Y era ese el desenlace del drama de matanza
Que a un trono encaminabas hipócrita y feroz?
Yo no, Luzbel conciba tu furia de venganza,
Mas, ¡ayl que ha de burlarte la voluntad de Dios.

¿Y ahora? —Sigue, llega: y si hallas soberanos
De aquellos que se gozan en vernos destrozar,
Y lanzan una tea con encubiertas manos
Especulando a costa de nuestro bienestar;

Su causa es cual tu causa: a ellos de rodillas,
Mendiga una vil horda, ofrece una nación:
Y no el rubor de infamia colore tus mejillas
Ni rócielas de sangre tu arcángel de expiación;

Que tú no eres de América; del nombre americano,
¡Bastardo! renegaste, tu timbre estaba en él...
Mas no, si eres de América, su tigre sí es tu hermano,
Tal es del santo Cielo el réprobo Luzbel.

                III

Si el español te acoge, si lanza el postrer dado
Para otra vez hartarse de oro y de baldón,
Tú, déspota y cobarde, ante el tirano osado
No mientas una excusa, no pidas un perdón;

Que tú nada le debes, ni el puede serte ingrato,
El pabellón del héroe jamás te cobijó,
Que al fin no era dar órdenes de horror y asesinato
La lucha sacrosanta que hogar te aseguró.

Y ven con sus legiones: el bélico Argentino
No es esa vil mashorca  de tus festines, no:
Ya vio que eres cobarde como eres asesino.
Cegábale una venda de sangre, y la rompió.

Ven a buscar sepulcro a tu ambición impía.
Del trono de cadalsos que levantaste, al pie:
Así mostrarte debe el Argentino un día
Cuando le llamen débil porque paciente fue.

«Como revienta el Etna tremendo de repente
Los pueblos reventaron  que hollaba  tu ambición;
Y cual vomita nubes de su ceniza hirviente
Los pueblos vomitaron  el humo del cañón.

«Y al fin llegó  ese día terrible de venganza
En que tembló  en tu pecho tu espíritu infernal;
Tumbaron  ya tu trono los botes de la lanza
Y prófugo esquivaste  la punta del puñal».

                IV

¡Bello es luchar de Patria, de Libertad en nombre!
¡Bello es ganar dos veces la santa Redención!
Es héroe el hombre entonces, es ya dos veces hombre,
Y los lugares santos  dos veces santos son.

Allí flotó de nuevo el lábaro ultrajado;
De Tucumán  el genio lo enarboló otra vez;
Pero enlazó dos cifras, alzándolo, vengado:
De mayo el veinticinco  y de febrero el tres.

¿Qué hacías al mirarte ridículo espantajo?
¿Al ver que era un delirio de sangre tu poder?
¿Por qué no sepultarte de tu dosel debajo?
—Más nó, cual caen los grandes, tú no podías caer.

Caída fue bien digna de la elevada oruga—
Las suertes a tus bajos genízaros confiar,
Y así esperar el fallo: un pie listo a la fuga
Y el otro en los cadalsos que preparabas ya.

Y así dejas tu inmunda, tu lóbrega guarida
Cual su caverna el tigre cuando ábrela el temblor:
Cual túmulo elocuente de yugo fratricida
La guarde el Argentino con diligente horror.

¡Oh Plata! ¿y tantas víctimas guardabas en ofrenda,
Y tantos tristes años debiste atravesar
Para dejar de sangre esta lección tremenda
A todos los gobiernos de horca y de puñal?

«Mas ya de la tormenta los enlutados velos
Tornáronse  celajes de nácar y zafir,
Y el sol de los recuerdor gritó  desde los cielos
Que acaba la desgracia y es suyo el porvenir».

Ya a vista de la patria o en el hogar bendito
Enjugará el proscrito sus lágrimas de hiel,
Y Mármol, satisfecho su corazón profeta,
Al iris del poeta enlazará el laurel.

¡Salud, oh Plata! — En medio tus cantos de victoria
Escucha los aplausos de aquende el Ecuador,
Los votos que en tu día de libertad y gloria
Acá por ti los buenos hacemos al Señor;

Y si en maldita hora un Rosas se levanta
Escarneciendo al pueblo que a un mundo libertó,
Implora por nosotros de la Justicia santa
La furia que a tus hijos a combatir lanzó.

Bogotá, 25 de mayo de 1852.

autógrafo

Rafael Pombo


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