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MARÍA

Siendo yo niño, un ángel todavía,
                  Que de mi padre apenas
Las dos rodillas abrazar podía,
Recuerdo que una noche, entre mi cama,
Cama hecha para mí, linda y suave
                  Como el nido de un ave,
De intensa fiebre al infectado aliento
Que tan sólo mi madre no temía,
                  Momento por momento,
Ardiendo sin dolor, me consumía.

Era alta noche, hora en que al auxilio
Del sueño y la fatiga que han postrado
Al centinela fiel del moribundo,
                  Da un asalto callado
                  La rondadora muerte;
Hora en que el vario estrépito del mundo
No apagará los congojosos gritos
Del centinela fiel cuando despierte.

Todo poder para salvarme estaba
Ya en Dios tal vez; y el sabio y noble amigo
Por cuya mano el mismo Dios quitaba
                  A la muerte sus víctimas,
Retirado adversario parecía
De la victoria del rival testigo.

Frente a mi lecho, en la pared, colgaba
La imagen siempre dulce y hechicera
                  De la Virgen María,
Suavemente inclinada, cual queriendo
                  Aspirar los perfumes
                  De sus ramos de flores,
O escuchar compasiva las plegarias,
Perfume celestial de los dolores.

                  Prosternada de hinojos.
                  Angustiados los ojos,
                  Al pie oraba mi madre...
Mas todo era en silencio, solamente
                  Oía de vez en cuando
                  Secretearse unas voces
En la inmediata pieza, y unos trajes
                  Rozándose veloces,
Y los paseos de mi triste padre
Que la ancha puerta estremecer hacían...
...Y se alejaban... y otra vez pasando
La misma puerta a estremecer volvían.

                  Otras, nada escuchaba
Sino el triste zumbar de los oídos,
Música de la fiebre discordante,
Cual gran jauría que entre sombras ladra
Lanzando lamentables aullidos;
Música que nos punza, nos taladra,
Nos aturde furiosa y penetrante
Con millones de agujas y silbidos.

Caía luego en letargo, y cuando estaban
                  Como en un mar de plomo
Ahogadas mis potencias, de una en una,
En torno a mi cabeza de palomo
Revoloteaba estúpida, importuna
                  La odiosa pesadilla;
Ese feo moscardón de mal agüero
Que burla, al par que al niño en su alba cuna,
                  Al reo en su capilla,
                  En su campo al soldado,
Y en su triste prisión al prisionero,
Y con el cual tal vez el niño ríe
Y se intimida el alma del guerrero.

Deliraba mi espíritu inocente,
Que dando caza, oculto en mis cabellos,
                  A un grillo impertinente,
Saqué hilado en mis manos, de repente.
Un caos hirviente, enjambre inmenso, de ellos.
Era una inextricable telaraña,
                  Vivido laberinto.
                  Siempre igual y distinto,
En el cual, a compás, con prisa extraña,
Me iban desenvolviendo y envolviendo,
Me iban desenredando y enredando
                  Innúmeros ovillos.
        De innumerables grillos,
        De deslumbrantes brillos,
        De matices cambiantes,
        Y alas extravagantes,
        Y patas repugnantes,
        Crecientes y menguantes.
        Que en forma de tornillos
        Me araban penetrantes;
        Y tejiéndome anillos
        Del pelo a los tobilos,
        Y subiendo y bajando,
        Y bajando y subiendo,
        Haciendo y deshaciendo
        Nudillos y nudillos
Me estaban dando inaguantable fiesta
Al son de atroz, vertiginosa orquesta.

                  Trémulo y aterrado
Desperté rechazando de mi frente
Una mano que inquieta me tocaba;
                  Abrí a ver de repente...
Era mi buena madre: le asustaba,
                  Más que a mí, mi delirio,
Que con ojo de madre adivinaba;
Y yo vi en su mirada cariñosa
La sonrisa del ángel del martirio:
«¿Te asusto yo?» me dijo sonriendo,
                  «Duerme, duerme tranquilo,
Que mientra estés, mi dulce amor, durmiendo,
                  Por ti ruego y vigilo.
Y allí está nuestra Reina, que del Cielo
                  Nos mira con cariño;
Ella es quien a la madre da el consuelo
                  Y la salud al niño.
Por ella deja el nido el ave ufana
                  Para cantarle amores;
Por ella iremos al jardín mañana
                  Para traerle flores.
Duerme, y en tanto con amante empeño
                  Yo le diré de hinojos
Que te regale cariñosa un sueño
                  Lindo como sus ojos».
Enjugó con un beso un sudor frío
Que manaba en mi frente gota a gota,
                  Y amable, conjurando
Con una bendición mi desvarío,
Fuese a paso de sombra separando,
Y volviéndome a ver de cuando en cuando
                  Siguió orando devota.

autógrafo

Rafael Pombo


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