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REZAGADOS

Tu andar se volvió lento,
Tu frente cabizbaja;
No sé por qué designio
Hice otro tanto yo.

Nuestro acompañamiento
Se adelantó. Ya baja
Tras la colina... El último
Ya desapareció.

Ya vieron y regresan
De su excursión. ¡Dichosos!
Aquí nada buscaron,
Todo con ellos va.

Pero almas que confiesan
Vacíos dolorosos
Aguardan un oráculo
Doquier que un Dios está.

Y éstos  son templos, aras
Do el hombre sacrifica
Su pequeñez, al Sumo
Y Omnipotente Ser;

Fuentes do en ondas claras
Se lava y purifica
Del lodo del estúpido
Y efímero placer;

Llaves que al alma cierran
Lo falso y pasajero
Y le abren la infinita
Y eterna realidad,

Y el oro desencierran
De celestial venero
Que ahoga en los espíritus
La fútil sociedad,

Traemos más de un germen
De algo solemne y grande
Que vanamente lucha
Por desatar su flor;

Y esas semillas duermen
Hasta que al hombre expande
Una obra pura, un hálito
Directo del Señor.

En lo que el vulgo activo
Luz, goces, artes, llama,
Va del dechado excelso
Huyendo más y más.

Es éste  el correctivo,
Aguí  se siente y se ama
En otro siglo el prístino
O el último quizás.

Donde no reina el hombre,
Do al fin desaparece
La sombra de su bulto,
El rastro de su pie;

Do en soledad sin nombre
Naturaleza ofrece
Los no alterados símbolos
Del que es y será y fue;

De allí pavor sagrado;
El aura de lo eterno
Se aspira, y vida y muerte
Se abrazan con amor;

Alienta restaurado
Como en su hogar paterno
El corazón, y vístelo
Su original candor.

Y aunque tropel profano
Por mercenario instinto,
Copiando del insecto
La regla y el compás,

Aje con torpe mano
El místico recinto,
Y en su horma sibarítica
Amolde a los demás.

Hay almas refractarias
Al artificio; hay ojos
Que no lo ven, y oídos
Que escuchan más allá;

Y las originarias
Fuerzas harán despojos
Del poseedor sacrílego
Que a un nuevo sol... no es ya.

En todo lo sublime
Cuelga un augusto velo
Que atrae cual la puerta
Del malogrado edén.

Y el que anhelante gime
Por su porción de cielo,
Se siente aquí más próximo
De su ignorado bien;

Aquí se reconocen
Las almas semejantes,
Piedra de toque es ésta
De los que enlaza Dios.

Los otros se alborocen
En el salón triunfantes,
¿El Sol, el Cielo, el Niágara
No bastan para dos?

Tiemblas y no es el trueno
Del monstruo lo que vibra
Ea ti, ni su aura el aura
Que demudó tu faz.

Yo tiemblo al par, mi seno
Tocó fibra por fibra
Un numen fuerte, altísimo
Más que el turbión fugaz.

¿Su nombre? No lo digo,
Descífralo en mis ojos,
En la bondad del cielo,
En quien te trajo aquí.

En Dios nuestro testigo,
Que aquí, a tus pies, de hinojos
Me mira bendiciéndolo
Al bendecirte a ti.

Niágara Falls, julio 20: 1867.

autógrafo

Rafael Pombo


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