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EN LA CUMBRE

A mis queridos amigos Vicente María Julbe y Emma Molina, en su matrimonio.

La vie est un himne a deux toíx.

LAMARTINE

                        I

¡Ved!  por los lindes del firmamento,
Ardiente espejo del pensamiento,
Surgen de pronto dos nubecillas
Blancas, redondas, juguetoncillas,
Que por remotos puntos diversos
Van escalando los muros tersos
De esa rotonda de azul cristal,
A par del astro, vital torrente,
Que cual caudillo de un rey potente
Ya rompe augusto por el Oriente
Su esplendorosa marcha triunfal.

¡Oh luz,  oh aromas, oh aura temprana!
¡Puras delicias de la mañana!
¡Ah, si volvieseis a la alma humana
Como a los ojos sabéis volver!
!Ah, si pudiesen los corazones
Guardar sus flores, sus ilusiones
Embalsamadas con las visiones
De nuestro virgen amanecer!

                        II

Las nubecillas van entretanto
Subiendo al culmen de sus venturas,
Ricas y orondas del gayo encanto
Con que el sol pinta sus formas puras,
Perlas mellizas del mar del cielo,
Cuyos celajes deslumbradores
Vencen el oro y el terciopelo
Y avergonzaran las mismas flores;
Entre sus pliegues reverberantes
Aún guardan frescas y rozagantes
Aquellas tintas que vimos antes
Franjando al alba su pabellón.
¡Ah, quién pudiera salvar como ellas
Del alba humana las tintas bellas
Y el blanco rayo de sus estrellas
Entre los pliegues del corazón!

¡Besos de madre para la frente,
Risas de hermanas para los ojos,
Sueños del cielo, santos sonrojos
De la primera llama inocente!
¡Crímenes de ángel, casto embeleso
De esas madonas de carne y hueso
Que como a cosas del otro mundo
Idolatramos en oración!
¡Cuál habrá sido, cándida Infancia,
El almo néctar de su fragancia,
Si al sólo hechizo de tu memoria
Pasa una brisa, lampo de gloria,
Por los desiertos de la ilusión!

Son los acordes de una arpa santa,
Música de alma, no de sentidos,
Que en la alta noche lamenta y canta
Nuestros edenes desvanecidos.
Ya no entendemos tus caras notas,
Tus melodías nos llegan rotas;
Rota en sollozos huye tu voz;
Buscamos... vemos... no hay más que sombras,
Pero sentimos  que tú nos nombras,
Que fuimos tuyos, que fuiste nuestra,
Que dentro el alma cantaste un día
Y que si al soplo de aura siniestra
Ya nos divorcia valla sombría,
Aun en la noche de la existencia
Habrá una dulce, triste cadencia
Que nos recuerde tu eterna ausencia
Y nos suspire tu eterno adiós!

                        III

Soplan los vientos, cesa el reposo
Y se estremece Natura entera,
Como la virgen con la primera
Pura caricia del tierno esposo.
Las nubecillas al perezoso
Galante impulso del manso viento,
Hijas mimadas del firmamento,
Siguen el rumbo de su destino
No importa a dónde, que su camino
Todo es capricho, todo es contento.
Ven a sus plantas tendido el mundo
Como un paisaje, como un banquete
Que al ojo cándido y vagabundo
Miel y delicias no más promete,
Y así embriagadas las nubecillas,
Indiferentes, juguetoncillas,
Sueltas, ligeras, libres de afanes,
No han sospechado que hay huracanes,
Tinieblas, truenos, borrascas fieras
Y soledades aterradoras,
Y negros filos de cordilleras
Do irán acaso brisas traidoras
A hacerlas presas del vendaval.
¡Gozad, oh nubes, las breves horas
De vuestro sueño matutinal!

                        IV

¡Mirad! Al soplo de ventolinas
Se esponjan gratas las peregrinas
Y donairosas se balancean,
Y van, y vuelven, y juguetean,
Rizan sus crenchas, danzan festivas,
Se acercan, se huyen provocativas;
Cual dos amantes se andan buscando,
Y en tanto el viento las va empujando
Y van cayendo, burla burlando,
Sobre alta cumbre de excelso monte
Que allá en lo vago del horizonte
Cual a una cita las aguardó;
Allí se posan y se solazan,
Y sin saberlo las dos se abrazan,
Y en ese abrazo que las confunde
Luz prodigiosa las ilumina,
Rayo bendito de amor fulmina
Y por los aires en torno cunde
La voz del trueno que las juntó.

¡Oh Amor, oh fértil, oh dulce guerra,
Rey de los cielos y de la tierra,
Ley de las flores y de las nubes,
Ley de los hombres y los querubes!
¡Oh Amor, Dios mismo lleva tu nombre!
¡Tú en un ser solo conviertes dos!
¡Tú hiciste en Cristo de Dios un hombre
Y haces en Cristo del hombre un Dios!

                        V

Esas dos nubes  que se encontraron
Y que se unieron porque se amaron
Y hoy ningún viento dividirá,
Al otro lado de la montaña
Son una fuente  que la campaña
Con limpias aguas fecundará;
Y en sus murmullos tendrá sonrisas,
Y de su valle las blancas brisas
Nardos y lirios y ardientes rosas
Sobre sus linfas deshojarán,
Y en sus orillas las nemorosas
Copas sus frutos suspenderán.

No será todo césped y arenas,
No irán sus linfas siempre serenas,
Que con las rosas caerán espinas,
Y hay en la arena piedras ladinas
Y en toda orilla zarzas dañinas
Que arpan al peje y al pescador;
Polvo y tropiezos en todo suelo
Y negros días en todo cielo;
Y en toda fuente gotas de hielo
Llora el nublado centellador.

Asilo quiere la Providencia,
Y es una misma nuestra sentencia
Hombres y fuentes, aves y flores;
La ley bendita de los dolores
Dios hizo hermana de la de amor.
Y el Padre Sumo, Rey de los Reyes
Anunció juntas entrambas leyes
En los jardines del paraíso
Y en sus angustias de Redentor,
Y a hombres y fuentes el Padre quiso
Purificarnos con el dolor.

                        VI

Aquella fuente  no es ya la nube
Que vaga y gira, desciende y sube
Indiferente, juguetoncilla
Al aura que anda y al sol que brilla,
Camaleoncita del firmamento
Sin más afanes que el del momento,
Sin más esfuerzos que los del viento,
Sin más deberes que el del vivir.

Ya escucho el fallo de su destino,
Está trazado ya su camino;
Ya no es juguete del aire vano
Que en sus arrullos era un tirano,
Y hoy voluntaria, doblando el cuello,
A un cauce santo, fecundo, bello,
Risueña esclava de altos deberes
Es más bien reina del porvenir;
Nuevas virtudes son tus placeres,
Nuevas coronas han de ceñir.

                        VII

Dignos amigos, amantes tiernos
Que aquí, y ahora, y a nuestros ojos
Os habéis hecho votos eternos
Al pie del ara del Redentor.

Oíd los cantos de vuestras vidas
Que solemnizan vuestros amores,
Coro de adioses y bienvenidas,
Voz de delicias y de dolor.

Esta es la cima do aportó el viento
A esas viajeras del firmamento,
Y aquí posaron corto momento
De amor, de tregua, de reflexión.

Ésta es la cumbre de la existencia
Que en dos mitades la determina
Y donde el ojo de la conciencia
Solemne extiende su gran visión.

Atrás quedaron los tiernos padres,
Sus sacros besos, sus sabias voces;
No os acompañan en vuestros goces
Esos guardianes, sombra de Dios.

Uno por uno fueron rompiendo
El santo grupo golpes fatales,
Y de los dulces himnos natales
Ha enmudecido más de una voz.

Y aunque ambiciosos os distrajeron
Los panoramas de la esperanza,
Quizá en las vueltas de alegre danza
Vino a asaltaros sorda inquietud.

¡Traidor fastidio, risa doliente,
Sospecha horrenda: verse uno solo!
Voz del futuro que habla al presente
Retando a muerte la juventud.

En vano os daba la gran Natura
Su inmenso abrazo de tierra y cielo,
Y regalabais en su hermosura
Alma y sentidos y corazón.

Siempre en el rapto de esa armonía
Una discorde rebelde nota,
Con el murmullo de la ironía
Interpelaba la creación.

Siempre vibraba triste, incompleta
La lira humana; viviente lira,
Esa en que todos somos poetas
A ciertas horas y en cierta edad.

Doble arpa, ardiente, creyente, amante,
Que Adán comienza y Eva termina,
Donde él, sin ella, perplejo, errante
Lloró al principio su soledad.

Que en vuestros pechos en tanto hervía
Volcán latente de amor sin nombre,
Cáliz de un néctar que Dios vertía
Y humano labio jamás probó.

Templo encantado que en misteriosa
Grata salmodia blando retumba,
Y que está triste como una tumba
Porque en sus aras le falta un dios.

Reclamó entonces vuestra existencia
El desahogo del peregrino,
Un guardián nuevo para el camino
Por los que en tierra quedaron ya.

Pábulo al fuego, viento a las alas,
Labios al cáliz y al templo el santo,
Y eco viviente para ese canto
Que en pos de sombras gimiendo va.

Así llevabais los corazones
Mártires de ansias indefinidas,
Entrambos libres, pero a escondidas
Ambos llorando su libertad.

Secreto impulso de un mismo anhelo
Uno hacia el otro blando os condujo,
Y de dos tedios, amor produjo,
Una completa felicidad.

Sí, sois felices; mas Dios no vierte
Sus ricas gracias sin condiciones,
Él por incienso pide oraciones
Y para riego llanto nos dio.

Juntad las manos y ante Él de hinojos
Aquí en la cumbre del gran camino
Orad amantes por el que vino,
Orad dolientes por el que huyó.

Que vuestras voces la gracia alcancen
Confirmadora de vuestro acierto,
Y en lo alto vibren del gran concierto
Con que os festeja la juventud.

Cual la campana que al mediodía
Rige del mundo la inmensa orquesta,
Dando al trabajo su himno de fiesta
Y a Dios su incienso de gratitud.

                        VIII

Alzaos, y a Ocaso tended la vista
Ya que al Oriente la dilatasteis;
Todo ha cambiado, ya os transiformasteis,
El mundo de ambos es otro ya.

Terminó el joven, empezó el hombre,
«Mujer» la niña tomó por nombre,
El viaje es serio, sentado el paso,
Más firme y recto sabe do va.

Ya por el valle de su destino
Fuente que al ruego del campesino
Constante obrera de un fin divino
Envió la excelsa benignidad.

Van esas nubes que por el cielo,
Frívolo ornato, flores de un velo,
Iban llevando su incierto vuelo
Con indolente felicidad.

Dejáis el mundo de los ensueños,
Vanos y falsos, aunque risueños,
Y hoy os regala sus dulces sueños,
Sueños mejores, la realidad.

Cerráis los días de vanas flores,
Y os las promete desde hoy mejores
El pingüe otoño de los amores,
Festín tranquilo de bendición.

Pliega sus alas la poesía,
Loca aventura de fantasía,
Y almos tesoros de más valía
Os abre el fondo del corazón.

                        IX

Gentil pareja  de nubecillas
Que ayer volabais juguetoncillas
Y hoy refundidas en ondas bellas,
Dejáis los campos de las estrellas
Por los del mundo que os traza Dios.

Regad el valle de paz y amores
Donde entre un arco de gasa y flores
Fe, Amor y Amigo ya os introducen;
Guardad los rayos que hoy claros lucen
En vuestras frentes, y siempre amables,
Y siempre amantes e inseparables,
Sed siempre uno, nunca más dos.
Creced en manso y hermoso río,
Y nuestros votos y el canto mío
Irán gozosos volando en pos.

                        X

¿En los celajes de vuestra aurora
Reconocisteis dos blondos niños,
Y los transportes y los cariños
Con que dos madres los adoraban,
Y la sonrisa con que pagaban
Los querubines su frenesí?

¡Ah, los del cielo los envidiaban
Si allá no hay madres como hay aquí!
¡Ni hay en el cielo santas más bellas!
¡Ni hay en el mundo dichas mejores!
¡Ese es el santo de los amores
Y el mundo empieza faltando aquéllas!
Aquéllas fueron las dos estrellas
Que os alumbraron al despertar,
Y horas benditasos dieron ellas
Cuyos recuerdos hacen llorar.

Mas si llorasteis, volved los ojos
A los celajes del Occidente,
Y ved el cuadro que entre sonrojos
Amor os pinta resplandeciente.

¡Ved esos lirios de albor viviente
Que abren su cáliz en vuestros brazos,
Y esos transportes, y esos abrazos,
Y esas sonrisas sin tentación!

¡Ved el milagro de amor eterno!
¡Ved la soñada resurrección,
Gloria materna, cielo paterno.
Segunda infancia del corazón,

Pero en la tierra llanto es el oro
Con que pagamos nuestras venturas,
Y la más dulce de las dulzuras
Es la que debe costar más lloro.

Allí vertemos aquel tesoro
Que antes avaro guardaba el pecho;
Allí pagamos cuanto hemos hecho
A nuestras madres llorar ayer.

Allí heredamos sus regocijos,
Y es su venganza, su don postrer
En sonreírnos en esos hijos
Donde ellas tornen a florecer.

                        XI

Fuente de amores desde hoy sagrada,
Cual tu partida sea tu llegada,
Vienes del cielo y al cielo vas.

Largo y fecundo sea tu camino,
Y que colmado tu gran destino
Te abrace limpia cual ora estás
Aquel mar de almas, el mar divino
Donde mañana te perderás.

1868.

autógrafo

Rafael Pombo


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