LA NOVIA ABANDONADA
Todas las tardes llega la novia abandonada
a sentarse a la orilla del mar; y la mirada
fija en un punto como si no mirase nada;
minetras que el mar, al son de su eterna canción,
hincha y rompe las olas, de peñón en peñón
como un niño que juega con globos de jabón.
Los ojos de la novia preguntan por la vela
que traerá al prometido... Y el llanto los consuela.
Y el alma sigue el rumbo de un pájaro que vuela.
No en vano son azules sus ojos; tal inspiran
dulces y perfumados ensueños. Cuando miran
los ojos negros hablan; los azules suspiran.
Los niños en la playa corren a su placer;
y la pálida novia se distrae con ver
un barco que anda como si fuese una mujer.
Sufre con el recuerdo de aquel lejano viaje
de su novio a las tierras del Sol, de donde el traje
de bodas vendrá un día; la espuma es el encaje.
Pero también ¡quién sabe! teme para su mal
que le arrojen las olas un anuncio fatal,
entre una misteriosa botella de cristal.
Y así una y otra tarde, y así uno y otro año,
sin que asome su indócil cabeza al desengaño...
¡Ay! Pero la esperanza concluye haciendo daño.
La esperanza es a modo de un torcedor interno;
y un Purgatorio eterno, peor que el mismo Infierno,
fuese la eterna burla para el dolor eterno.
Tal se enfermó la novia; y enferma no quería
abandonar su sueño. Y acaso hoy estaría,
si no hubiese muerto, soñando todavía.
Cuando entró en la agonía mirando la lejana
plenitud de las olas, por entre una ventana,
murmuró únicamente: —Tal vez vendrá mañana.
Mientras que el mar, al son de su eterna canción,
reventaba las olas de peñón a peñón
como un niño que juega con globos de jabón...
José Santos Chocano