LA CANCIÓN DEL BESO
¿No deseas que te diga lo que sueño al contemplarte
con los labios sonrientes, con los ojos en el cielo,
como ansiando sobre el ala de un suspiro evaporarte,
muda, extática y radiosa, cual un témpano de hielo?
¿No deseas que te cuente lo que tengo que contarte?
Si me prendo a tus amores como el náufrago a la tabla,
saber debes las zozobras de este náufrago del arte...
—Habla... ¡Habla!
Te diré lánguidamente lo que dicen las espumas
a la roca que en los bancos de la orilla se levanta,
lo que grita la gaviota que se escapa de las brumas,
lo que llora el tumbo altivo que en la arena se quebranta;
y tú, en cambio, enterneciendo mis fatídicos pesares,
mil arpados ruiseñores soltarás de la garganta:
cantarás el canto eterno del Cantar de los Cantares...
—Canta... ¡Canta!
Tu silencio me seduce, tu palabra me enamora...
Si sonríes... no copiaran tus sonrisas los pinceles;
que en tu boca hay si sonríes con sonrisa de la aurora
hoyos, —tumbas para besos, —rosas, —copas para mieles.
Sé que cautivas las almas cuando tu pupila llora;
pero ¡ay! del poeta incauto que en tu risa se confíe:
en tus risas hay punzadas como espinas en la flora...
—Ríe... ¡Ríe!
Tú no sabes los placeres sublimados de la boca:
besa y ríe y canta y habla, besa y ríe y nunca cesa...
¡Tú no sabes las delicias que suavemente provoca
el chasquido de unos labios sobre otros labios de fresa!
La sonrisa con que pagas el amor que te dedico
suele abrirse como abriese su abanico una princesa:
dar un beso es dar un golpe; dame un golpe de abanico...
—Besa... ¡Besa!
José Santos Chocano