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ECCE HOMO

(A Enrique López Albújar)

Cuelgo mi arpa en un sauce, al fin rendido,
cual los bardos llorosos de Israel.
¡Ojalá que haya en mi sepulcro un nido,
como en boca de león panal de miel!

Flébil el corazón, mustio el cerebro,
quejas al viento doy, llantos al mar:
soy un molino que mis aspas quiebro
cansado sólo de girar, girar...

Molino roto, cada vez que siente
el soplo que otros tiempos lo animó,
cual simbólico signo, lentamente
traza en los aires un inmenso ¡No!

¿Para qué resistir? La vida entera
es un ábrego, un soplo, un huracán,
que de tanto agitarnos la bandera
la desfleca en jirores que se van...

¿A qué luchar? La cumbre desolada
se fatiga de tanta tempestad.
¡Nunca por nadie luchará la espada
de este libertador sin libertad!

Rendido así, mi espíritu se opaca,
por más que entre los cánticos sin fin,
en mis nubes, redondo se destaca
el sol como una boca de clarín.

Rendido así, como cuartel de invierno
que la tropa de ensueños escogió,
tengo en mi alma cenizas de un infierno
que un soplo de los cielos apagó...

Tranquilo al fin, sin que ya pueda nadie
mis dulces paraísos profanar,
¡apagada la hoguera, el nimbo irradie!
Laguna quiero ser, ya que fui mar...

Mi alma es como un vetusto lazareto,
donde los sueños que enfermó el ideal
rezan fervientes con afán inquieto
el —Líbranos, Amor, de todo mal...

Vate desorientado y sin ventura,
encontré como solo porvenir
un odio que me cava sepultura
y un amor que me ayuda a bien morir...

Soy como un seco pajonal quemado
que un sueño de cenizas duerme en paz,
con los surcos borrosos del arado
sobre la gris desencajada faz...

Conforme con mi suerte, a ella me inclino
como la palma al golpe del simún;
mas no daré —si cambia mi destino—
un solo bien por el dolor común.

Egoísta, ya nunca en mis enojos
al engreído déspota heriré,
por ese pueblo que después los ojos
vuelve con duda á quien lo vio con fe.

Silente, mudo, sin cantar... ¡Mentira!
¡Mentira que esté nunca sin cantar!
Mientras tenga en mis manos una lira,
—salvavidas del alma— échenme al mar...

Mi musa es el magnífico incensario
que, en las misas sangrientas del dolor,
amontona en las grietas del calvario
cenizas de ternura, ascuas de amor...

Descuelgo mi arpa, pero estoy rendido;
Canto, pero no canto con afán;
¡porque he encontrado en mi sepulcro un nido,
pero de aves que nunca volarán!...

1897.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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