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CANTO A ZOLA

Alma toda verdad, tú descargaste
golpes de luz contra la noche densa
del romántico ideal, que sepultaste
en el orgullo de tu aurora inmensa;
cerebro todo sol, tú desde el foro
llenaste con tu voz el teatro mismo,
y tu protesta resaltó entre el coro
como una campanada del abismo;
corazón todo ardor, nunca el paciente
carácter fuiste que su senda labra,
siempre hiciste estallar súbitamente
la máquina infernal de tu palabra;
alma, cerebro, corazón, tú, cuando
Víctor Hugo perdiose entre lo obscuro,
llegaste como una águila volando
sobre los huracanes del futuro...

¡Sí! Cuando el socialismo victorioso
clave en la cumbre su bandera roja
y el irritado mar entre en reposo;
cuando, al soplo de fieras tempestades,
se doblegue esta edad cual una hoja
en el libro de todas las edades,
tu nombre flotará, como pendón roto,
en incesante afán hecho girones,
predicador de un porvenir remoto,
Bautista de las grandes redenciones!

Apóstol de verdad, tú no has querido
callar, aunque los bravos aquilones
amenazaran arrancar tu nido;
y tras de los siniestros episodios
de la traición de Dreyfus, has surgido
como un Fénix de amor sobre los odios...
¡Y a la voz de tu musa visionaria
que entre las sombras trágicas descuella,
la inocencia es una isla solitaria,
tu alma una ola al rededor de ella!
Impulsa tu bajel; que el mar es ancho...
¡Clava, como una lanza, tu querella
en las aspas del mal, aunque rebote:
esos que te atacaron como a Sancho,
te quisieran befar como a Quijote!

No importa que te insulte la ignorancia
del populacho que a tus pies vocea:
tú eres la libre y justiciera Francia,
¡eres la Humanidad, eres la Idea!
Los que te deben coronar de rosas
te coronan de espinas... Plebe atea,
que no quiere creer en tus gloriosas
ansias de luz futura, te apedrea...
Apágase tu espíritu vibrante;
y callas, mientras corren silenciosas
lágrimas de titán por tu semblante.

¿Lloras? ¡Sí, como lloran las montañas!
Lloras como las cumbres eminentes...
La tempestad sacude tus entrañas
y te impulsa a llorar. ¡Lloras torrentes!
Pobre coloso abandonado y triste,
juguete de las turbas inclementes,
de esas, de las que un día ídolo fuiste...
Bien haces en llorar. No por ti mismo,
sino por los causantes de tu pena:
tu llanto de titán será el bautismo
de la plebe, —¡inconstante Magdalena!
Apágase tu ardor, duerme tu nervio,
rindes tus armas al rigor del hado:
no quieres ser, como Luzbel, soberbio;
quieres ser, como Cristo, resignado...

Bajo una vergonzosa tiranía
tu alma desdén olímpico atesora,
y reta las alturas muda y fría;
fría como una esfinge acusadora,
muda como una eternidad sombría...

Bien haces en callar. Fía en ti mismo.
Sofrena un poco tu corcel; no avances;
y páralo en dos pies ante el abismo...
Y verás que, a la voz del Socialismo,
fuertes con el laurel de cien victorias,
desfilan tus homéricos romances
como una inmensa procesión de glorias!

¿No sientes los calores fecundantes
de la Tierra en que el surco forma lecho
para que caigan los derechos de antes
y comience a crecer otro derecho?
¡Oye la voz intrépida del tajo
conquistadora del futuro aliento,
de esas generaciones del trabajo,
grandes a pleno sol y á todo viento!
¿Y no trasciendes el horror que apesta
por las fétidas bocas de las minas,
en donde en vano la viril protesta
se alza como una cruz sobre las ruinas?
Es Germinal. Tinieblas apretadas
en que el glorioso porvenir se encierra,
de esas generaciones encorvadas,
que nacen y que mueren bajo tierra.
¿No oyes tronar la carcajada impía
de la turba, cercada de placeres?
Es Nana. Los placeres de la orgía
ocultando, entre vinos y mujeres,
la más abominable tiranía...
Ve morir a la pobre cortesana,
cual vil despojo de gastada gloria,
mientras sueña en Berlín la turba insana,
que se afana en lograr una victoria
y no en lograr una virtud se afana.

Y la Debacle fue. Y en la porfía
el águila imperial rodó al abismo:
resuena aún el grito de agonía
que dio el aselador militarismo.
¡Y no ves desfilar la burguesía;
el pueblo embrutecido y resignado;
de las bajas pasiones el enjambre;
las sierpes tentadoras del pecado;
y las jaurías ladradoras de hambre!

Sólo existe una fe, la fe que vuela
desde Lourdes a Roma, y desde Roma,
torna a Paris con insaciable empeño:
esa es la fe que redención anhela;
es la protesta que venganza toma;
es la bandera del futuro ensueño.

Tú has penetrado a golpes de conquista,
a sangre y fuego, en la conciencia humana;
donde hierven las glorias de mañana,
germinando la aurora socialista
entre la corrupción republicana...

Y por eso, ante el verbo prepotente
con que azotas la envidia y la ignorancia,
los pueblos de este nuevo continente,
que para siempre ensalzarán tu nombre,
absortos al fulgor de tu arrogancia
te saludan a ti, —Francia hecha hombre,
¡hombre que salvas el honor de Francia!

Y es vano ya que gires la mirada,
buscando a tu redor alguna cumbre:
sombra abajo verás; arriba nada...
¡Hierve a tus pies rugiente muchedumbre!
Clava el rayo de sol de tu locura
en las profundidades del abismo;
y ya no sueñes en mayor altura,
porque la única cumbre eres tú mismo...

1898.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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