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PADRE NUESTRO

(A Jorge Polar, en el álbum de sus hijas)

Errante explorador, que por la umbría
selva entró alguna vez, y que con firme
mano grabó su nombre en débil tronco
de arbusto protector, que le dio lecho
de hojas muertas de sed, al soplo airado
del Destino, tal vez torne su rumbo
hacia el paraje aquel, cuando ya el tiempo
haya puesto vigor entre las venas
del arbusto y el tronco haya ensanchado:
y entonces gozará con ver su nombre,
que vivirá a través de las edades,
como revelación de un alma, en medio
de estas mudas y eternas soledades!...

¡Cómo no has de gozar, si eres poeta,
al leer las estrofas que escribiste
en tus radiantes noches; cuando el viento
agitaba la pálida bujía,
con su hálito de musa; y solo, y mudo,
te golpeaban la frente pensadora;
y cabalgabas en el verso alado,
que corría... y corría... y más corría,
atravesando sombra, y después sombra,
y después sombra, y sombra todavía!...

Ahí están tus recuerdos: ahí, inmobles
mariposas disecas, tus ideales
crucificados sin piedad, tus sueños
coronados de espinas, tus locuras
con sus sangrientas púrpuras rasgadas;
ahí encuentras placer: el placer mismo
del hijo vuelto de lejanas tierras,
que va a besar la tumba de sus padres;
el placer mismo del labriego anciano,
que pasea en sus campos donde nunca
podrá otra vez arar; el placer triste
—ya que envueltos en miel hay aguijones—
del inválido que oye las trompetas
y no puede alistarse en sus legiones.

Más que el explorador que su nombre halla
en uri tronco del bosque, más que el bardo
que halla un recuerdo suyo en cada estrofa,
goza el padre que mira concentrarse
toda la luz de su alma, todo el fuego
de su cuerpo viril, cual en el foco
de inmaculada lente, en su hijo amado
que retorna ese amor como un reflejo,
ya que el padre en el hijo hallará siempre,
en cuerpo de crisol, alma de espejo!

¡Oh qué dicha mayor sentirse padre,
verse una y otra vez reproducido
en un hijo y en otro! ¡Acaso sea
un misterio eucarístico el que logra
que el padre, transformándose en los hijos,
como un lampo de sol en cien destellos,
se sienta integramente en cada uno
y ame en un solo amor a todos ellos!...

Así Dios goza desde su alto solio
en ver rodar los mundos a sus plantas;
goza en oírse por sesenta siglos
alabado en la Tierra, y por mil veces
en otros mundos mil; en ver las nuevas
vidas que brotan de la misma muerte;
en ver la estéril lucha de los males
contra el bien inmortal; en el arrullo
de la oración, que llega hasta su oído,
por más que el can de la herejía ladre:
así Dios goza y goza; pero tiene
una dicha-mayor:

¡La de ser Padre!

1899.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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