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LA MUERTE DEL CISNE

(A Víctor Criado y Tejada)

El joven taciturno
de la hepticorde lira,
que a orillas del ensueño
sus cantigas suspira,

con el suspiro exangüe
de un viejo moribundo
que ve en perfil borroso
las costas de otro mundo;

el ya marchito efebo
de frente en que la arruga
trazó su huella triste
cual de pincel en fuga,

de pómulos salientes
en que fiebrosas crisis
pintaron ya con sangre
las rosas de la tisis

y de ojos que simulan
artificiales flores
con cuentas cristalinas
en luto de dolores;

el que hostigado siempre
por la mujer amada
sólo ama los amores
de la amorosa hada;

el que, con alma herida
de enfermedad de hastío,
es una rama seca
que va arrastrando un río;

él mismo busca dicha
de inexplicable gloria,
que, aunque vulgar parezca
o inútil o irrisoria,

penetre en los más tetros
recónditos delirios,
cual voluptuosa suma
de goces y martirios,

y, en las penumbras hondas
de mezcla tan extraña,
produzca el culebreo
del río en la montaña...

Y así, del fondo mismo
de su elocuente anhelo,
surgieron tres figuras,
que en sosegado vuelo

atravesaron sombras
y noches y capuces
y su perfil tomaron
de las más vivas luces.

La una rubia era
de suelta y blanca túnica:
ceñíala una aureola
por sus fulgores única,

mientras la luenga cauda
de su volado traje
perdíase en las brumas
de un boreal paisaje

y entre sus finos dedos
del más ebúrneo encanto
un ramo deshojábase
en un copioso llanto...

La otra de castaña
y airosa cabellera,
peinada en caprichosas
evoluciones, era,

por lo risueña y viva,
la tentadora dama
que cuenta en luises de oro
cada minuto que ama,

buscando en cada copa
con que su labio estruja
para sus negras noches
el sol de una burbuja.

La otra era morena,
de recogida falda;
allá, en la lejanía,
mirábanse, a su espalda,

la blasonada seda
de asiáticos mantones
ciñéndose a los flancos
en blandas inflexiones

y el símbolo vibrante
de helénica cigarra
sobre las cinco cuerdas
de la triunfal guitarra...

—¡Cantad!— Las tres cantaron,
y fue el cantar sonoro
el brindis de las perlas
en el festín del oro.

—Yo soy el Arte bello
del impasible esteta
que busca los rincones
del alma del poeta,

para dejar en ellos
el numen laudativo
que cante dentro el mármol
el ideal cautivo,

bajo la forma eterna
que en símbolo de roca
pone elocuente dedo
sobre la muda boca.

Yo soy el sueño humeante,
que en espirales sube
y piérdese en los limbos
de la voltaria nube,

con las filosofías
de la caduca escuela
que busca los misterios,
y vuela, vuela, vuela,

como si fuera un soplo
de la verdad divina
resucitando glorias
en la pagana ruina.

Yo corro por los campos
en busca de las flores,
porque parecen bocas
que dan besos de amores,

y como yo amo el beso,
porque es blanca pureza
amo también las flores
que da Naturaleza:

las flores son mi símbolo
y mi Arte de ellas toma
el siempre erecto tallo
y el siempre casto aroma

y así sobre la tierra
se yergue mi Arte bello,
que lo perfuma todo
sin reparar en ello.

La carne es fango y mi Arte
no es de carnales galas,
sino de florilegios
en las campestres salas,

donde susurran fuentes,
donde aletean brisas,
donde las flores cambian
suspiros y sonrisas...

Ya ves: mi amor no quiere
caricia de lujuria,
que es cólera y delirio,
que es explosión y furia;

mi amor apenas pide
caricia voluptuosa,
que es emparrado y césped,
que es arroyuelo y rosa

Si me amas, al oído
te inspiraré los cantos
de eurítmicos compases
y místicos encantos;

y si de amarme dejas,
perdiéndome en la bruma
desde la peña altiva
me arrojaré a la espuma

como la virgen loca
de la hamletiana corte...
—¿Cuál es tu nombre?
—Ofelia, la idealidad del Norte.

Yo soy la triunfadora
refinación del vicio,
que me hace vibrar lauros 1
en fiestas de artificio,

bajo el pendón radiante
de acribillada noche,
que es riego en mis raíces
y aljófar en mi broche, 2

mientras me dan, en brazos
de fugitivo dueño,
sus exquisitos zumos
las cepas del ensueño...

Practico los milagros
de Venus de Citeres:
museo soy de gracias
y estuche de placeres.

Conozco los secretos
de aquel amor pagano
que idealizó las formas:
no los conozco en vano...

Cuando la hora verde 3
con azufrados toques 4
irradia en los cristales
de crapulosos choques,

yo corro por las calles,
vestida de la sombra,
eu busca de la lengua
que con amor me nombra;

y, así que encuentro un brazo
para apoyar el mío,
canto, suspiro, lloro,
beso, y abrazo, y río,

y me revuelvo, y danzo
como una sierpe loca:
veneno hay en mis ojos,
veneno hay en mi boca

en mis corruptas manos
y en mis vitandos senos.
Soy mezcla tentadora
de miedos y venenos!...

Si quieres, dame el brazo:
vamos en pos del vicio;
que el Arte me incomoda
y adoro el artificio.

Poeta: canta el canto,
de las orgías rojas,
donde los besos ruedan
como marchitas hojas,

donde los labios sangran
como lascivas fresas;
y no te patriarquices
en las frugales mesas,

bajo copudas hayas,
sobre mantel de lino,
sino derrocha a mares
el burbujeante vino,

sentándote a las cenas
del lujo y a mi lado,
donde resalte en triunfo
tu frac florojalado:

después, yo, siempre dócil
bajo el halago tierno,
seré toda la noche
tu lámpara de infierno...

Si te amas a ti mismo,
si tienes por ventura
caprichos voluptuosos
gozando en tu hermosura,

ven a narcisearte
dentro mis limpios ojos;
y has de tener entonces
novísimos antojos,

porque, al sentirte envuelta
por mis eternas llamas,
tendrás que verme viéndote
y me amarás si te amas...

Pierrot me está enseñando
su máscara de harina,
y me da risa: ríete...
—¿Quién eres?
                            —¡Parisina!

                    *

—Yo soy el alma joven
de las verbenas locas
que pone los claveles
sangrientos en las bocas,

y canta el sonoroso
y olímpico epigrama
del vino y del abrazo,
del beso y de la llama.

Yo soy la que surgiendo,
como la peña sola
entre los histerismos
de la danzante ola,

me yergo entre los bailes,
en pedestal de flores,
y trenzo las peleas,
y anudo los amores...

Yo soy la de la falda
suspensa a la rodilla;
zapato de listones,
bajo plateada hebilla;

montera sobre el moño
cuajado de claveles:
chaqueta de torero
bordada de horopeles.

Y manos enclavadas
a firme en la cintura,
con el altivo dengue
de mi gentil figura..

Yo soy la que en la plaza
de requemada arena,
aplaudo la bravura
y aplaudo la faena;

y guardo mientras ello
del matador la capa:
Él escapó del toro,
pero de mí no escapa.

Ya ves: hay en mis labios
los besos más mortales,
que tienen aguijones
ocultos en panales.

Si así quieres quererme,
yo te querré en la vida
cual nunca te quisieron:
¡yo soy para querida!

Pero ¡ay de ti! si intentas
burlarte de mi empeño;
y vas cual mariposa
de un sueño en otro sueño,

de un amorío en otro,
y así en constante huida,
y así en alegre vuelo
¡yo soy para temida!

No esperes que tus vanas
caricias me desarmen:
yo soy la mujer fuerte...
—¿Cómo le llamas?
                                    —¡Carmen!

Después... quedose el bardo
súbitamente mudo:
quiso cantar el Cisne,
pero cantar no pudo;

y en toses desgarradas,
con ligereza suma,
saltó la sangre al suelo
como una flor de espuma;

y su gentil cabeza
rodó desvanecida;
y por sus propios labios
quiso arrojar la vida...

Las tres mujeres luego
rasgáronse a pedazos
la desceñida ropa,
torciéronse los brazos,

cayeron de rodillas,
golpeáronse la frente;
¡y sus seis ojos fueron
una capilla ardiente!...

1900.

autógrafo

José Santos Chocano


1 Otra versión trae este verso: que me hace vibrar palmas

2 Otra versión omite esta estrofa.

3 Otra versión trae este verso: Cuando la flora verde

4 Otra versión trae este verso: con azulados toques


«Selva virgen» (1898)

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