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ASUNTO VELÁZQUEZ

Perdonad, señora mía,
que os bese la mano; y luego
hable, en cláusulas de fuego,
de vuestra cortesanía.

No en vano mi musa inquieta
soñó ver vuestro gran porte
en la castellana corte
y en tiempos del Rey poeta...

Vestida de negro os miro;
e imagino estaros viendo,
junto al gran Rey, presidiendo
las fiestas del Buen Retiro.

Sentada estáis, entre un coro
de caballeros y damas,
mientras el Rey, que arde en llamas,
os compone versos de oro.

Entre la turba dispersa
que en los salones se espacia,
ya el enano os hace gracia,
ya el Conde-Duque os conversa...

Os veo ahí entre las gentes,
reír con alegre afán;
¿de qué corona serán
las perlas de vuestros dientes?

¿Reís del bufón, señora,
que a vuestros pies se fatiga,
de Olivares que os intriga
o del Rey que os enamora?

Entre el vivido derroche
negro tenéis el vestido:
sois un lucero dormido
en el fondo de una noche...

En el negror resaltantes,
vibran sus notas lucientes
vuestros ojos, vuestros dientes
y vuestros claros diamantes;

y forman contraste bello,
con la negrura del traje,
las espumas del encaje
en los puños y en el cuello.

Aunque el traje los recata,
dejáis mirar, al acaso,
chapines de negro raso
con lentejuelas de plata.

Vuestra faz una corola
finge de encendida flor,
sin recurrir al primor
del soneto de Argensola...

Hasta rodearos el cuello,
por el uno y otro lado,
cuelgan de vuestro peinado
bucles de flno cabello.

Vuestras manos, que de verlas
son, cuando deshojan flores,
tienen ebúrneos primores
en chapa de conchaperlas.

En la diestra lucís bella
sortija, que es un tesoro;
¿tenéis incrustado en oro
el ojo de alguna estrella?

Al ver la sortija vuestra,
dijérase que en un vuelo
el sol bajó desde el cielo,
para besaros la diestra...

Producís más arrebato,
con una vuestra mirada,
que la triunfadora espada
de Spínola en Monferrato.

Felipe no ha en sus antojos
más temidos defensores,
que, cuando dicen amores,
vuestros perlinegros ojos...

En la galería, que alta
domina el ancho verjel,
de la fiesta en el tropel,
vuestra hermosura resalta.

No en vano el Rey cree justo,
ya que sois hecha de nieve,
el que en un bajo relieve
se eternice vuestro busto;

y así manda que el cincel
cumpla su gusto real,
en el mismo pedestal
donde se alza en su corcel...

Tal vez acaba el telón
de caer en el proscenio,
donde luciera el ingenio
de Lope o de Calderón;

y la nobleza, que admira
el Arte, quiere después
mover a compás los pies
cual oyó a compás la lira.

Mientras fingen blandas olas
las flautas de dulces ecos,
van a anidarse en los huecos
los arrullos de las violas;

y al halago de los sones,
va la eurítmica pavana,
majestuosa, grave, ufana,
paseando por los salones...

De pronto, un paje hacia vos
extiende un cerrado pliego.
Con una mirada luego
le decís al paje adiós.

Y sobre el pliego, que ostenta
una albura inmaculada,
hay una oblea encarnada
como lágrima sangrienta.

El Rey las cejas enarca
como exigiendo merced.
—¿De quién es? —Tomad; leed.
—¡De Calderón de la Barca!

Es en verso. Invoca a Dios
y jura que os quiere bien;
pero que, harto de desdén,
¡se ordena fraile por vos!...

El Rey con altivo porte
el pliego rasga en pedazos;
y vos... caéis en los brazos
de las damas de la corte.

Bella aparecéis, señora;
pero como nunca bella:
tal se desmaya una estrella
sobre un girón de la aurora...

¡Como astro que en la mañana
brilla aún sobre el abismo,
sois un regio anacronismo
en la edad republicana!...

1900.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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