EPÍSTOLA JOCO-SERIA
Al Editor
Mientras haya en ciudad y cortijo
gallineros que ostenten su rijo;
y por calles, y en lúbricos tratos,
ardentías de perros o gatos;
y en el aire y el muro y el suelo
moscas tiernas, a pares, en celo;
mi librillo en palacios y chozas
ha de ser inocente a las mozas.
Pero quise pecar de discreto;
Y en extraño y heroico soneto
Dejo dicho a mis trovas que apiñas:
¡«respetad el pudor de las niñas»!
Por «Idilio» y «Avemus», y acaso
algún otro desliz en el paso,
Lo demás, que no funda querellas,
¡Sufrirá privación de doncellas!
A las chicas ofreces lectura
de un primor: la Sagrada Escritura.
Y Sodoma con fieros priapismos
Amagando a los ángeles mismos
Que se libran merced a un encanto?
Y las hijas de Lot? Y el Rey Santo,
Betsabé y el cadáver de Urías?
Y Tamar con Amnán? — Fruslerías!
¡Ay! Las cosas en sí quedan lejos.
Sólo dan al sensorio reflejos.
En mí el Cosmos intima señales
Y es un haz de impresiones mentales.
Pero cunde al través de una lente
Comba y tinta y jamás indolente,
Que perturba en la imagen virgínea
El matiz, el calor y la línea.
¿Qué cristal el que filtra y altera?
Pues mi humor peculiar, mi manera.
Para mí, por virtud de objetivo,
todo existe según lo percibo.
Y el tamiz proporciona elemento
Propio y lírico al gayo talento,
y es quien pone carácter y timbre,
novedad y valor a la urdimbre.
Pese a ti, lo real no anda fuera,
sino en sellos del alma, y espera
que facundia o cincel, brocha o pluma,
tornen diáfano el cerco de bruma
Externarse con metro gallardo
Y en fiel copia es el triunfo del bardo.
La mentira es la muerte y la escoria.
La verdad es la vida y la gloria.
Cuando pugno en las bregas del arte
Por verter en trasunto una parte
Del caudal que atesoro por dentro,
Y en las voces hurañas encuentro
la precisa expresión y el buen giro
¡que alborozo y que orgullo respiro!
¡Cuan mi alegra y ufana el acierto!
¡Un oasis hallado al desierto!
¿La moral? ¡Es el ara divina!
Mas escúchame, piensa y atina.
Una cosa en la práctica es fiemo,
es horror, ese feísimo extremo;
Pero exacta en la intensa pintura,
Resplandece magnífica y pura,
Si allí el vate no insufla malicia,
Sino un grito a la eterna justicia!
¿Que la nota poluta y la torva
Vibran mucho en el son de mi tiorba?
En el mundo lo dulce y lo claro
Son, por ley de la suerte, lo raro.
¿Cómo hacerlos aquí lo frecuente?
No: la cámara obscura no miente.
Además: la tragedia sublime
Es piedad y terror, sangra y gime!
Forma es fondo; y el fausto seduce
Si no agranda y tampoco reduce.
Que un estilo no huelgue ni falte,
¡Por hincar en un yerro un esmalte!
Que la veste resulte ceñida
Al rigor de la estrecha medida,
Aunque muestre, por gala o decoro,
Opulencias de raso y de oro.
¿Que repulsas mi código? Basta.
La bandera, prendida en el asta
Y undulando a las rachas supremas,
Luce y riza colores y lemas;
Y debajo a que nadie los toque,
Y blandiendo flamígero estoque,
Una musa de fuerza y de gracia
Yergue a sol su hermosura y su audacia!
Salvador Díaz Mirón