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BIENAVENTURADOS LOS POBRES

«A José Luis Aranguren»

Llegáis de las regiones del salitre,
arrancados por vientos y cuchillos;
triste carne de ortiga y mordedura,
caída como un fruto de pecado.

Despavoridas sombras, empujadas
continuamente por el sol naciendo;
continuamente rotas; de continuo
sacudidas por pánicos celestes.

Desnacidos clamáis. Buscáis en vano
la raíz de la sangre, el hueco oscuro,
húmedo y fiel, en que se abrió la estrella
que os clavó contra un aire de ceniza.

Os contemplo en silencio, reflejados
en los pálidos charcos, que la lluvia
alimenta en las calles olvidadas
mordiendo duramente vuestros nombres.

Huecos seres de pana rencorosa,
despojos sucios de la mar inmensa
¿qué recuerdos sostienen en la playa
vuestras podridas vigas?

¿Son alcobas de mármoles y espejos?
¿Palidas rosas, escarchadas músicas?
¿O las doradas brumas de la aurora
batiéndose entre sedas y esmeraldas?

Es difícil saber si os duele el aire,
cuando, con voz de tigre, se acumula.
Es difícil daber si en las pupilas
tenéis azufre o fuego, o sólo lágrimas.

Es difícil llegar por vuestros dedos
a un corazón de esparto o de ternura.
Es dificil saber... Porque sois pobres;
y los pobres son pozos sin medida.

Porque ignoráis que hay seres macilentos
que hacen versos y música; que tejen
dorados sueños para las muchachas,
y palacios de niebla, inhabitables.

No conocéis el esplendor de un alba,
hecha de luz eléctrica y violines,
crujiente de almidones y de encajes,
tutelada por rígidas duquesas.

No sabéis del chocar de esbeltas copas
rebosantes de vino y de retórica;
ni del agrio sabor de los pescados
del viejo Volga o del Danubio azul.

Sólo sabéis decir, con roncas voces,
que tenéis hambre o frío, y, entre cánticos,
de ritmo bárbaro, meceros, acunaros
hasta olvidar, dormidos, que sois hombres.

¡No conocéis más flores que los hielos
prendidos a la carne; ni más albas
que la ausencia cruel y despoblada
del alto firmamento que os hostiga.

Ni sabéis de más vino que la sangre;
ni de más alimento que el pan seco
roído en  despoblado, como perros
perseguidos por niños, a pedradas.

Vivís sin primavera, sobre un húmedo
mundo sombrío de azulados limos.
Y vuestro pobre corazón de trapo
rebota silencioso entre la nieve.

Llegáis de las regiones del salitre;
de las constelaciones más amargas;
del más puro silencio, del más hondo:
el silencio del hombre desamado.

Sois como una lluvia densa, golpeando
el bronce roto de una gran campana
colgada de los árboles, en medio
de un campo rojo y solo...

Por eso yo quisiera con mi verso
coronaros de yedras violentas,
en este teológico verano
transparente como una inmensa pena.

Y besaros los ojos de diamante;
y los labios de tierra destruida,
y entregarme también a vuestras hambres
como un pan, sin cesar multiplicado.

Porque buscáis en vano las raíces
de vuestra sangre oscura, yo quisiera
inundaros de auroras o de sangres,
y surcaros, desnudo, omo un astro

Porque llegáis del más duro silencio,
grito a los cielos: «¡Bienaventurados
los pobres, porque ellos tendrán la rosa,
cuando la tierra sea un apagado eco!»

autógrafo
Victoriano Crémer


«Las horas perdidas» (1949)
IV


inglés Translation by Nan Braymer

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