EL PIPA
Le llamaban «El Pipa»
Y era como el cerezo
de su pipa tallada: También con hondas muescas
y todo de apagada ceniza, de menudos carbones
fríos de fuerte olor a bosque.
Bajo los pálidos genarios de la calle
contemplaba el sol furtivo que, en los tejados,
dejaba resbalar su lomo rojo, levantando los hombros
con esfuerzo, para contemplarle como si el mundo le pesara.
Entonces, le brillaban los ojos. Eran luces muy hondas,
demasiado lejanas y solas, tal torpe reflejo
de un farol en el agua azulada
y quieta del pozo.
Pero no hablaba nunca.
Retorcía los labios y, por entre los dientes,
le salía un rumor envuelto en humo, un eco
que prolongaba…
(En tanto los
chicos de la calle le gritaban).
Murió muy torpemente.
Cuatro días en cama
rechazando el deseo de todos, que tenían
prevenido su fin desde el primer instante
y escogida la blanca camisa de la muerte.
(Le llegaba el aroma fuerte de los agraces,
el otoño dorado, el vaho macilento
de la tierra.
Y tiraba de alma desesperadamente).
Le enterraron de prisa.
Nadie le dio importancia.
Por la noche, ya sola,
la esposa recogió la tallada pipa de cerezo
y se entretuvo contemplando
cómo ardía entre las llamas azules de los carbones.
Victoriano Crémer