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[HAY QUE MECER EL TALLO DE ESTA HIERBA]

Hay que mecer el tallo de esta hierba
tan chica, le miramos, es alondra
muy fina, su cabeza débil, nadie
lo toque demasiado, ni hablen rudos
los hombres porque duerme, que está linda,
linda la rosa de esta casa. Siente
que la alegría de la luz llega
y le sube a los ojos. ¡Ay, que llora
tu niño! Crecerá contigo, y alto
como un junquillo, como el agua clara
tendrá la voz, y el gesto del conejo
asustado. Será un niño de nieve
cuando mire las cumbres, si los prados
corre lo hará con arrebato, puro
se quedará cuando lo lleves loco
para que mire el mar, y lo desnudes
en la playa. La noche es enemiga,
más grande su misterio que las cosas
del día, las estrellas le estremecen
un raro sentimiento, se le llena
su pecho, todo dentro el jardín, bajan
por sus mejillas las pequeñas sombras
de fuego. Que ya sabe, madre, el niño
que tiene libertad dentro del pecho.
Se cruzan otros cuerpos, es la vida
que le tira de ti, te lo arrebata,
te disputa el amor y te lo vence.
Eres una montaña, son graciosos
los cerros nada más, y allí se ha ido
para cantar. Ya, solo, muchas veces
besa tu imagen, y desgarra el llanto
como un salvaje perro, no lo dice
cuando a veces te escribe, ni ama nada
de lo que tú le has enseñado. Siente
que le cansa esta lucha, y él quisiera
vivir en paz. Hablan de su fracaso,
que cumple su destino mal, la voz
la tiene rota, su cantar disgusta
los oídos sencillos, y los hombres
dicen que está ya condenado. Madre,
le hace daño la luz si da en su boca.

autógrafo

Francisco Brines


«Las brasas» (1960)
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