MUERTE DE UN PERRO
A Jacobo Muñoz
Llegando a la ciudad
pude ver que asaltaban los muchachos al perro
y le obligaban, confundidos los gritos y el aullido, a deshacer el nudo
con el cuerpo del otro,
y la carrera loca contra el muro,
y la piedra terrible contra el cráneo
y muchas piedras más.
Y vuelvo a ver aquel girar
de súbito, todo el espanto de su cuerpo,
su vértigo al correr,
su vida rebosando de aquel cuerpo flexible,
su vida que escapaba por los abiertos ojos,
cada vez más abiertos,
porque la muerte le obligaba, con su prisa iracunda
a desertar de dentro tanta sustancia por vivir,
y por el ojo sólo tenía la salida,
porque no había luz,
porque sólo llegaba tenebrosa la sombra.
Allí entre los desechos
de aquel muro de inhóspito arrabal
quedó tendido el perro;
y ahora recuerdo su cabeza yerta
con angustia imprevista:
reflejaban sus ojos, igual que los humanos
el terror al vacío.
Francisco Brines