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ELOGIO DE FILENO

Dame, dulce Talía,
tu lira ya templada:
cíñela de las rosas, que colora
con blanda luz el alba nacarada,
trayendo en su regazo al nuevo día,
y del ramo, que adora
el sacro Apolo en el Anfriso ameno,
corona a mi Fileno.

Mientras que yo le canto,
triunfando del olvido,
del bético Parnaso excelsa gloria:
él acalló el horrísono graznido
de infaustos búhos; y el acerbo llanto,
que la antigua victoria
causara del error al coro hermoso
él enjugó piadoso.

Que apenas la ribera
del Betis cristalino
halagó vencedor su dulce acento,
cae desplomado el trono diamantino,
que la barbarie pérfida erigiera;
y ya repite el viento;
vago de flor en flor y de hoja en hoja,
los cantos de Rioja.

Salve mil y mil veces,
¡oh tú, del Dios de Delo
grata delicia, alumno el mas amado,
que vio en su selva el heliconio suelo!
¡oh tú, que entre los genios resplandeces
del Betis celebrado,
cual sobre el coro de la noche umbrosa,
brilla la luna hermosa!

Contra el bando enemigo
no el vengativo rayo
del clario Dios ya implorarás ferviente,
oh tú, cisne del Betis: frío desmayo
le oprime y el silencio es su castigo.
Si el margen floreciente,
el más amado de las Musas santas,
ajó con viles plantas,

hora abatido yace:
canta el vandalio río,
oh mi Fileno, el triunfo soberano:
la bella ninfa de su cauce frío
en las dulces canciones se complace,
que entregada a tu mano
renueva ya en su plácida ribera
la cítara de Herrera.

Y la blanda terneza
del cantor de Heliodora
y el digno acento de sublime lira
Febo nos vuelve con tu voz sonora:
por la amistad tu pecho y la belleza
inocente suspira;
y son de la virtud sacros loores
tus cánticos de amores.

Y luego desdeñando
la trompa horrisonante,
que la guerrera ninfa te ofrecía,
pasas de Edén los muros de diamante,
y de Milton rival cantas llorando
la mansión de alegría,
y el arpa de Sión lúgubre y triste
con sabia mano heriste.

Mas ¡ay! ¿por qué la lira,
cantor divino, arrojas,
y de Grocio y de Locke el genio austero,
súbito invocas? ¿Las amables hojas
desciñes del laurel? ¿Qué Dios te inspira?
¿Hiriote el dardo fiero
de ambición, y a los pueblos y a los reyes
dictar presumes leyes?

No: que oyó el grito horrendo
del ciego fanatismo:
vio de la humanidad el lloro ardiente,
y va a librarla del abierto abismo.
Vedle ya la justicia defendiendo:
ved el pecho inocente,
ya, ya del fiero golpe casi herido,
por su voz defendido.

La saña, y el encono,
y el interés sombrío
sojuzga su elocuencia vencedora;
de la verdad afirma el poderío,
y erige a la clemencia excelso trono;
así la encantadora
voz del tracio en las ísmaras riberas
calmó las ondas fieras.

¡Triunfo al hijo de Apolo!
¡triunfo al varón divino,
del Pindo honor, de la inocencia escudo,
de la amistad modelo peregrino!
No basta a mi Fileno un lauro solo:
cuantos la gloria pudo
plantar ciñendo su inmortal morada,
cogió con mano osada.

Ya el abril refulgente
los valles de Helicona
ledo guarnece de floridas galas:
ya más vistosa y nítida corona
tejen las ninfas para orlar tu frente:
ya las tendidas alas
bate alegre en la cima del Parnaso
el cándido Pegaso.

En ella abierto mira
para ti el templo sacro
de la inmortalidad. ¿El ara ardiente
no ves, do ante el celeste simulacro
sube el incienso en abrasada pira?
Junto al solio eminente
del mismo Apolo entre su lumbre clara
tu solio se prepara.

Allí de esplendor puro
la Iberia enriqueciendo
glorioso triunfarás: himnos sonoros
se entonarán, tu nombre engrandeciendo,
do Betis baña el hispalense muro,
y a sus vates canoros
la docta frente ceñirá tu mano
del lauro soberano.

autógrafo

Alberto Lista


«Poesías» (1822)

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