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A DALMIRO: EL GENIO DE SU AMIGO ANFRISO NO ES PARA LA POESÍA SUBLIME

Fileno cantará, Dalmiro mío,
con voz, que emule la del sacro Homero,
del primer hombre el ciego desvarío
y el castigo severo:

cómo perdida su feliz morada
el delito a sus hijos dejó en suerte;
y del furor de Dios ministra airada
al mundo entró la muerte.

Mas no tu caro Anfriso el flaco aliento
a la región celeste alzar procura,
ni del sol con funesto atrevimiento
beber la lumbre pura.

El ser inmenso, cuya voz potente
en inmudables polos fijó el mundo,
no osaré yo cantar, ni de su mente
el consejo profundo.

Alas de fuego ciñe, y sublimado
sobre la baja tierra en raudo vuelo,
asciende Milton y penetra osado
las bóvedas del cielo.

A su admirada vista un punto solo
es cuanto abraza la inferior esfera;
y ya bajo sus pies del claro polo
mira arder la lumbrera.

Ve enajenado cuál la estrella ardiente
llena de fuego el eternal vacío,
y en torno de ella la inclinada frente
vuelve el planeta umbrío.

Por región de inaccesible lumbre,
con vuelo más audaz las alas tiende,
y del celeste alcázar en la cumbre
el éter puro hiende.

A las moradas inmortales llega,
do ensalza al Hacedor el almo coro;
y el abrasado serafín le entrega
templada el arpa de oro.

Sus labios toca; y en la llama santa,
el dilatado pecho enardecido,
del que es el adorable nombre canta,
ser, que será y ha sido.

Mas ¿cómo, gran Jehová, tu alteza anhela
engrandecer el hombre dignamente,
si el querubín del sol su rostro vela
ante tu rostro ardiente?

No de mi débil lira gloria tanta
será en humilde tono oscurecida:
mi Musa ni altanera se levanta,
ni temo vil caída.

Mas dulcemente a ti, cándida aurora,
cantaré, cuando ya tu luz temprana
los horizontes plácida colora
de sonrosada grana;

y cuando ya la pavorosa noche
del nuevo día la venida siente,
y precipita el estrellado coche
al lóbrego occidente.

Y a ti, luciente sol, cuando rompiendo
del alterado mar las ondas frías,
con pura luz los orbes encendiendo
el carro ardiente guías.

Cantaré alegre cuál el verde prado
de variados matices se enriquece,
entre lirios y rosas al ganado
crecido pasto ofrece;

y cual en la corriente placentera
Febo se mira del sereno río,
y su imagen, que activa reverbera,
tiembla en el cristal frío:

o bien cuál el arroyo sonoroso
entre lucientes guijas libre salta,
y las flores del margen delicioso
de aljófares esmalta.

¿Pues qué, si la amistad, gloria del hombre,
dulce Dalmiro, canto en la pradera,
y aprende de mi voz tu amado nombre
la vándala ribera?

Salve, santa amistad, sola consuelo,
alivio sola tú de mis pesares:
salve; y atiende desde el alto cielo
benigna mis cantares:

que ya de un corazón atormentado
único gozo y esperanza eres.
En ti busco mi paz, escarmentado
de pérfidos placeres.

autógrafo

Alberto Lista


«Poesías» (1822)

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