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EL MEDIODÍA

¡Cuán sereno esplendor el sol hermoso
derrama por la esfera
ya cercano al cenit! venció su rayo
la niebla oscura de la noche fría;
venció al euro inclemente,
árbitro de los piélagos de oriente.

Y triunfador a la celeste cumbre,
cual monarca glorioso,
asciende al trono de su vasto imperio.
Allí su hoguera inextinguible vierte
en inmensos raudales
luz y vida a los orbes celestiales.

Siente el calor en el recinto umbrío
de la amena enramada
el rebaño, que trisca alborozado:
y el pastor, recostado en el lindero
entre las blandas flores,
canta con dulce avena sus amores.

Se esparce por los valles la vacada:
en el sereno río
juguetón salta el libre pecezuelo,
mientras al son de la segur tardía
de su amorosa pena
el rudo leñador los montes llena.

Salve, benigna luz: celeste llama,
que el hombre animas, salve:
¡cuán deliciosa suavidad serpea
por mis lánguidos miembros! ¡cuán tranquilo
en la verde floresta
me asalta el sueño de la dulce siesta!

Del rayo caluroso van huyendo
por el soto sombrío
la mansa oveja y el pastor cansado;
y el perro, que espantaba vigilante
con áspero ladrido,
bajo el fresco arrayán yace tendido.

Ven, sueño recreador: ya de sus fuegos
el sol ardiente inunda
la dorada mansión del mediodía.
Ven: te invoca la sombra del aliso,
que agita el viento blando,
y el plácido arroyuelo susurrando.

Las aves suspendieron los amores:
sólo su tierno arrullo
la tórtola tal vez del bosque envía.
Ven, dulce sueño, ven: que recostado
sobre la verde grama,
un pecho libre de ambición te llama.

autógrafo

Alberto Lista


«Poesías» (1822)

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