LA AMISTAD
Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo
RIOJA
El himno santo de amistad rebosa
de mi inspirado seno:
tú, celestial virtud, mi numen eres.
Resuena audaz, oh lira; un nuevo modo
y desusado emprende: el fuego ardiente,
que al pítico cantor dispensa Febo,
y el sabio desvarío,
que derrama en los vates Hipocrene,
son hielo y niebla junto al fuego mío.
Brote la voz del corazón: resuene
en tiernos corazones,
asilos tuyos, oh amistad.—Respondan,
cual flébil eco en la repuesta gruta.
Aquí tienes tus aras, aquí tienes,
deidad oculta, víctimas y templo.
Aquí la espada impía
no alcanza, ni la astucia del inicuo,
ni el furor de la armada tiranía.
Lejos, profanos, id. Allá os aguardan
con la ambición sañuda
la maldad y el cruel remordimiento.
Pues lo queréis, sed infelices. Niegue
a vuestro helado pecho sus ardores
el sol de la amistad; y en pos corriendo
de pérfida esperanza,
al fiero numen erigid del mando
el altar de la envidia y la venganza.
O al cenagoso piélago lanzados
de sórdidos placeres,
a Venus sin amor, sin dulce risa
a Baco invocaréis; o ya de Pluto
el don aciago anhelaréis sedientos:
todo lo gozaréis, menos la dicha;
la dicha, hermosa herencia,
que a un tierno corazón el cielo guarda,
hasta entre el polvo vil de la indigencia.
Para el amigo pecho reservaste,
benéfica natura,
tu inexhausta belleza. ¿Qué es el canto
de las pintadas aves, si mi Eutimio
conmigo no lo oirá? ¿qué es la verdura
del fresco valle, el nácar de la aurora,
ni el austro enamorado,
que halaga el blando seno de las flores,
si a gozarlos sin ti soy condenado?
Brilló hermosa la tierra, brilló el cielo
al feliz hombre, cuando
transmitir pudo su emoción suave
en otro corazón. La pura fuente,
que por floridas márgenes resbala,
la blanda luz de la argentada luna,
los astros, que salieron
bajo su imperio a embellecer la esfera,
emblemas del amor entonces fueron.
Y la mujer divina, cual descuella
la rosa nacarada
entre las hijas del abril florido,
las tiernas gracias y el pudor mostrando,
de la beldad se coronó por reina.
Arde el hombre a su vista, y de su seno
viva llama desprende:
llama fugaz, que muere dando vida,
y que de nuevo la amistad enciende.
¿Quién consuela, infelice moribundo,
tus últimos instantes?—
El caro amigo, en cuyo seno expiras.
¿Quién el pecho ulcerado, que lamenta
la ingratitud y la perfidia, vuelve
al amor de los hombres?—El amigo,
que le guardó constante
su corazón; y ni el sañudo hierro,
ni del tirano el cetro fulminante
aterró su lealtad: sube animoso
al fiero cadahalso,
y con su muerte ilustre lo ennoblece:
rompe muros, escuadras atropella,
arrostra el golfo y su indomable furia,
audaz se entrega a la sangrienta saña
del bárbaro enemigo,
denodado acomete al mismo averno,
por dar la vida a su adorado amigo.
¡Cuán grata de mi rápida existencia
duplica los placeres
el alma amante, que en mi bien se goza!
¡Cuál consuela mis lágrimas el llanto,
con que responde a mi aflicción! ¡Cuál arde
en mi pecho, oh virtud, tu santo fuego,
cuando tu mano miro,
Eutimio amado, al infelice abierta,
y su pena halagar con tu suspiro!
No es tan dulce al cansado caminante,
si la ercinia montaña
venció o el hielo de la cumbre alpina,
complacido vagar por los pensiles
del sosegado Po, como a tu Anfriso,
del crimen fatigado y de los hombres,
hallar en tu alma pura
el no violado inocente asilo,
do anidan la virtud y la ternura.
Fulmina, oh Jove: agote el infortunio
contra mí sus rigores:
persígame el poder: grave mis días
horrenda proscripción: niégueme esquivo
sus dones el amor: derrame el cielo
sobre mí sus incendios devorantes:
no verás a las quejas
mi labio abrirse, ni al dolor mi pecho,
si un dulce amigo en tu piedad me dejas.
Hijos de la amistad, almas queridas,
abrid los tiernos brazos
y el blando seno al amoroso vate.
Vosotros sois mi bien y mi tesoro:
¿qué es sin vosotros el vivir? si un día
perderos debe el desgraciado Anfriso,
entonces, Parca impía,
su existencia, ya inútil y enojosa,
lanza al abismo de la tumba fría.
Alberto Lista