XVII
Estar en mí las horas enteras y los días
apretando mi yo y sabiéndome mío.
Ser el lago de la corriente que era el río,
y no irme hacia afuera ni por las cuencas mías.
Sólo tener mis concentradas melodías,
el fuego de mi fuerza y el metal de mi frío.
Y sin abrirme al mundo vencer el largo hastío,
y perseguirme siempre con tenaces porfías.
Tapiar las cinco puertas que me llevan al mundo.
Hundirme en un océano cada vez más profundo
entre las soledades de la íntima jornada.
Obstinarme un deseo todavía más hondo,
para encontrar, acaso, encondido en el fondo,
ese extraño vacía donde empieza la nada.
Carlos Sabat Ercasty