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ROMANCE DEL MUERTO VIVO

Hay horas en que imagino
que estoy muerto;
que sólo percibo formas
amortajadas de tiempo;
que soy apenas fantasma
que algunos miran en sueños;
que soy un pájaro insomne
que más canta por más ciego;
que me fugué —no sé cuándo—
a dónde ella  y él  se fueron;
que los busco
que los busco y no los veo,
y que soy sombra entre sobmras;
en una noche sin término.

Pero de pronto la vida
prende su aurora de incendio,
y oigo una voz que me llama
como ayer, a grito abierto;
y en la visión se amotina
la turba de los deseos,
y se encrespan los sentidos
como leones hambrientos...
Y hay un alma que está aquí,
tan cercana, tan adentro,
que fuera arrancar la mía
arráncamela del pecho...
Y soy el mismo de enantes,
y sueño que estoy despierto
y cabalgando en la vida
como en un potro sin freno...

Sólo tú, la que viniste
a mí como don secreto,
tú por quien la noche canta
y se ilumina el silencio;
sólo tú, la que dejaste
con vuelo de amor el centro
de tu círculo glorioso
para bajar a mi infierno;
sólo tú, mientras tus manos
alborotan mis cabellos
y me miras a los ojos
en el preludio de un beso,
sólo tú podrás decirme
si estoy vivo o estoy muerto.



Enrique González Martínez


«Tres rosas en el ánfora» (1939)

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