LA VOZ DE AQUELLA FLAUTA
Me acuerdo de haber visto en la estación
de una pequeña ciudad del sur de Yugoslavia
a un viejo campesino de ojos tristes
que allí aguardaba el tren,
como yo y mis amigos y otras gentes.
Era en la fresca madrugada de un día de verano
que había sido hermoso.
Casi todos estaban
durmiendo o dormitando en la alta noche
para abreviar el tiempo de la espera
y aliviar su cansancio.
Mas el anciano no dormía;
y yo, también sin sueño, lo miraba:
se había sentado sobre su maleta,
en un rincón en sombra,
y apoyaba la espalda en un muro manchado
por la humedad y el tiempo.
A su lado, en el suelo, acompañándole,
brillaba la botella de vino en la que ardía
un dios rojo y alegre.
Entonces vi cómo sacaba de su bolsa de viaje
una rústica flauta de madera
que con amor se aproximó a los labios.
Y se llenó la noche de repente
de una música dulce, quejumbrosa y nostálgica.
Más tarde llegó el tren.
Al fin, partimos,
y entre la gente se perdió el anciano.
Pero yo lo recuerdo: puedo verlo
cuando cierro los ojos y busco en la memoria.
Y puedo oír aún la voz de aquella flauta,
que ahora, igual que entonces,
se abre camino hasta mi corazón.
Eloy Sánchez Rosillo