LA MÚSICA
Miradlo: ¿veis su rostro fatigado,
los ojos tristes y los pasos lentos
con que regresa a casa? Cae la noche
en la ciudad, y nadie lo acompaña
ni lo espera. Está solo al fin de un día
como todos los otros. Se repite,
monótona, la vida, y el invierno
reitera su maldad, las crueles muestras
de constante enemigo.
Abre sin ganas
la puerta de la casa, y entra en ella
vencido. Un gran silencio indiferente
lo ve llegar. En las habitaciones
hace frío y las cosas siguen todas
en su lugar, ajenas a la vida
de quien ahí las dispuso.
Vaga un rato
por la casa vacía, y luego deja
caer su cuerpo en un sillón del cuarto
en el que suele estar.
Mirad los libros,
sus papeles, los discos. Vedlo ahora
cerrar los ojos y escuchar la música
que comienza a sonar y da a su pecho
consuelo y alegría.
Va adentrándose
en una mansa luz, y poco a poco
la misteriosa claridad lo lleva
a remotos lugares. Vagamente,
su espíritu recuerda como en sueños
la original pureza, aquella gloria
que tuvo y que perdió. Con cuánta dicha
reconoce este bien. En el venero
de la verdad sus labios temblorosos
beben un agua clara. Y queda entonces
en paz consigo mismo.
Mas termina la música, y regresa
de repente a su cuarto. Abre los ojos
y es invierno otra vez. La noche avanza.
Hace frío. Ya es tarde. Afuera llueve.
Eloy Sánchez Rosillo