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ANOTACIONES A LA POÉTICA
CANTO IV

12. LETRILLA

La gracia y la viveza son las dotes de la Letrilla; género de composición que no admite un solo pensamiento que no sea sencillo, una expresion que no parezca fácil, un verso que no vuele. Nuestros poetas han sobresalido mucho en este género original de composición, como puede verse en sus obras, de las que he entresacado varias muestras.

Ya en las anotaciones al canto segundo se pusieron algunas, en las cuales es de admirar la gracia y viveza que supieron lucir los ingenios españoles desde la edad más temprana de nuestra poesía; no siendo luego de extrañar que al ir acercándose a época mas aventajada, hallemos algunas letrillas tan fáciles y graciosas como esta de Juan de la Encina:


    ¡Ay triste! que vengo
Vencido de amor,
Maguera pastor.
    Mas sano me fuera
No ir al mercado,
Que no que viniera
Tan aquerenciado:
Que vengo cuitado
Vencido de amor,
Maguara pastor.
. . . . . . . . . . .

    Con vista alagüera
Mirela y mirome;
Yo no sé quién era,
Mas ella agradome:
Y fuese y dejome
Vencido de amor,
Maguera pastor.

De ver su presencia
Quedé cariñoso,
Quedé sin vehemencia,
Quedé sin reposo,
Quedé muy cuidoso,
Vencido de amor,
Maguera pastor.



En las poesías del siglo decimosexto no faltan tampoco letrillas llenas de viveza y donaire, como esta de don Diego Hurtado de Mendoza:


    Esta es la justicia
Que mandan hacer
Al que por amores
Se quiso prender.
    Engañó al mezquino
Mucha hermosura;
Faltó la ventura,
Sobró el desatino:
Errado el camino,
No pudo volver
El que por amores
Se quiso prender.
. . . . . . . . . . .
    Entró simple y ciego,
Mas no sin razón,
Hízose afición
De lo que era juego;
El encendió el fuego
En que habia de arder,
Cuando por amores
Se quiso prender.
    Sufra disfavores
Hechos por antojo;
Háganse del ojo
Sus competidores;
Y los miradores
Echenlo de ver;
Que esta es la justicia
Que mandan hacer
Al que por amores
Se quiso prender.
    Si acaso algún día
Hahla con su dama,
Mire ella al que ama
Y con él se ría;
De envidia y porfía
Se ha de mantener
El que por amores
Se quiso prender.
    Diga su cuidado,
No sea creído;
Antes que sea oído
Sea condenado:
Quiera ser mirado,
No le quieran ver
Al que por amores
Se dejó prender.



En una colección M. S. de antiguas poesías castellanas, existente en la Biblioteca Real de París, he hallado cuatro de este género, sumamente lindas, y que no recuerdo haber visto en ninguna de las varias colecciones impresas que he consultado para esta obra:


Cantarcillo.

En la peña y sobre la peña
Duerme la Niña y sueño.
      La Niña que amor había
      De amores se trasportaba,
      Con su amigo se soñaba,
      Soñaba, mas no dormía:
Que la Niña enamorada
Y en la peña
No duerme si amores sueña.
      El corazón se le altera
      Con el sueño que se vío;
      Si no vio lo que soñó,
      Soñó lo que ver quisiera;
Hace representación
En la peña
De todo el sueño que sueña.
      Sueños son que, Amor, envías
      A los que traes desvelados;
      Pagas despiertos cuidados
      Con fingidas alegrías:
Quien muere de hambre los días,
Las noches manjares sueña
Suso en la peña.


CANTARCILLO.

    De los tus amores,
Carillo, no fíes;
Cata que no llores
Lo que agora ríes.
    ¿No miras la luna,
Carrillo, menguarse;
Y amor y fortuna
Que suelen mudarse?
Si puede pasarse,
Del bien no te fíes;
Cata que no llores
Lo que agora ries.
    Pues guárdate, mozo,
No estés tan ufano;
No quedes en vano,
Y el gozo en el pozo:
Que Amor no es piadoso;
Tú dél no te fies;
Cata que no llores
Lo que agora ríes.
    No siempre es de día,
Ni siempre hace escuro,
Ni el bien de alegría,
Carrillo, es seguro:
Que Amor es perjuro;
Tras él no te guíes:
Cata que no llores
Lo que agora ríes.



CANTARCILLO.

    Las tierras corrí,
Los mares pasé:
Ventura busqué;
No la hay para mí.
Todos cuantos vi
Salen con ventura;
Para mí ninguna.
    Ventura buscaba,
Fortuna tenía:
Razón la pedía,
Amor la negaba;
Mi fe firme estaba,
Mas no mi ventura;
Pues no veo ninguna.
    La pena sufría
Por mi pasatiempo:
Pensaba que un tiempo
Tras otro venía:
La ventura mía
Trocose en fortuna;
Para mí ninguna.


VILLANCICO.

    Pastores, herido vengo
De un mal que no tiene cura;
Pues le ha de sanar ventura, y no la tengo.
    ¿Qué remedio, qué favor
Podrá valerme, pastores;
Pues que yo muero de amor
Y me matan disfavores?
Esta pena que sostengo
Mas mal que muerte asegura
Pues la ha de sanar ventura,
Y no la tengo.
    Pastores, el mal que siento,
No le causa la herida;
Pues aunque cueste la vida,
Es barato su tormento:
Que la pena con que vengo,
Es ver que de mi locura
Es el remedio ventura;
Y no la tengo.



Cabalmente en el siglo decimoséptimo, tan aciago para nuestra literatura, florecieron Villegas y Góngora: los dos ingenios tal vez que ha poseído España más acomodados para estas leves composiciones y otras semejantes: el primero mostró en algunas de sus cantilenas un pincel tan ligero, como se nota en la siguiente:


    Aquellos dos verdugos
De las flores y pechos,
El amor y la abeja
A un rosal concurrieron:
Lleva armado el muchacho
De saetas el cuello,
Y la bestia su pico
De aguijones de hierro.
Ella va susurrando,
Caracoles haciendo;
Y el criando mil risas
Y cantando mil versos.
Pero dieron venganza
Luego a flores y pechos,
Ella muerta quedando,
Y él herido volviendo.



Góngora ofrece también en sus romances cortos y letrillas modelos bellísimos por su gracia y soltura:


    La más bella niña
De nuestro lugar
Hoy viuda y sola,
Y ayer por casar,
Viendo que sus ojos
A la guerra van,
A su madre dice,
Que escucha su mal:
Dejadme llorar
Orillas del mar.
    Pues me disteis, madre,
En tan tierna edad
Tan corto el placer,
Tan largo el pesar;
Y me cautivastes
De quien hoy se va
Y lleva las llaves
De mi libertad,
Dejadme llorar
Orillas del mar.
. . . . . . . . . . .
    Dulce madre mía
¿Quién no llorará
Aunque tenga el pecho
Como un perdernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar.
    Váyanse las noches,
Pues ido se han
Los ojos que hacían
Los míos velar;
Váyanse y no vean
Tanta soledad,
Después que en mi lecho
Sobra la mitad:
Dejadme llorar
Orillas del mar.



Lejos de desdeñarlos, la letrilla admite como propios los pensamientos más sencillos. Un amante ve venir a su querida, y canta entusiasmado:


    Fertiliza tu vega,
Dichoso Tormes,
Porque viene mi niña
Cogiendo flores.
    De la fértil vega
Y el estéril bosque
Los vecinos campos
Maticen y broten
Lirios y claveles
De varios colores;
Porque viene mi niña
Cogiendo flores.
Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
El Céfiro blando
Sus yerbas retoce,
Y en las frescas ramas
Claros ruiseñores
Saluden al día
Con sus dulces voces;
Porque viene mi niña
Cogiendo flores.



Después de la extravagancia de nuestros cultos, nos parece que respiramos al oír a Cadalso llevar la letrilla a este punto de sencillez:


    De este modo ponderaba
Un inocente pastor
A la ninfa a quien amaba,
La eficacia de su amor:
    ¿Ves cuántas flores al prado
La primavera prestó?
Pues mira, dueño adorado,
Más \eces te quiero yo.
    ¿Ves cuánta arena dorada
Tajo en sus aguas llevó?
Pues mira, Filis amada,
Más veces te quiero yo.
    ¿Ves al salir de la Aurora
Cuánta avecilla cantó?
Pues mira, hermosa pastora,
Más veces te quiero yo.
    ¿Ves la nieve derretida
Cuánto arroyuelo formó?
Pues mira, bien de mi vida,
Más veces te quiero yo.
    ¿Ves cuánta abeja industriosa
De esa colmena salió?
Pues mira, ingrata y hermosa,
Más veces te quiero yo.
    ¿Ves cuántas gracias la mano
De las deidades te dio?
Pues mira, dueño tirano,
Más veces te quiero yo.



En algunas letrillas de don José Iglesias se nota con gusto cierta malicia inocente, si cabe decirse así, que aumenta la gracia de estas composiciones, sin menoscabar su nativa sencillez:


    Dos tórtolas tiernas
Que Alexi en un nido
Se encontró a la aurora,
Me regaló fino.
    De miel una orzuela
Yo en pago le envío,
Y más si tuviera
Presentes más ricos;
    Que el panal más dulce
Para el gusto mío
Solo es ver el rostro
De mi pastorcillo:
    Y más cuando ufano
Me da un canastillo
De frescas manzanas,
Llenas de rocío.
    Luego que en mis brazos
Ve que lo he cogido;
Se ríe y me dice
Mas no, no lo digo.


OTRA

    Mañanita alegre
Del señor San Juan
Al pie de la fuente
Del rojo arenal,
    Con un listón verde,
Que eché por sedal,
Y un alfiler corvo
Me puse a pescar.
    Llegose al estanque
Mi tierno zagal,
Y en estas palabras
Me empezó a burlar:
    «Cruel pastorcilla,
¿Dónde pez habrá
Que a tan dulce muerte
No quiera llegar?»
    Yo así de él, y dije:
«¿Tú también querrás?
Y este pececillo
No, no se me irá».



Meléndez mostró también fino talento en esta clase de composición; difícil es, por ejemplo, expresar la lucha que sufre un amante tímido con tanta sencillez y verdad como lo hizo aquel poeta en la siguiente letrilla:


    Si quiero atreverme,
No sé qué decir.
En la aguda pena
Que me hace sufrir
El Niño vendado
Desde que te vi,
Mil veces, zagala,
Te voy a pedir
Remedio; mas luego
Que llego ante ti,
Si quiero atreverme,
No sé qué decir.
    Las voces me faltan,
Y mi frenesí
Con débiles ayes
Las piensa suplir;
Pero el Dios aleve
Se burla de mí,
Pues cuando más ciego
Voy el labio a abrir,
Sí quiero atreverme.
No sé qué decir.
    Entonces sus fuegos
Empieza a sentir
Tan vivos el alma,
Que pienso morir:
Procuro dar voces,
Llorar y gemir;
Empero si anhelo
Mi afán descubrir,
Si quiero atreverme,
No sé qué decir.
    ¡Ah ! si tú, zagala,
Pudieras oír
Mis tiernos suspiros,
Yo fuera feliz.
Yo, Filis, lo fuera;
Mas ¡triste de mí!
Que empiezo a quejarme
Mil veces; y al fin
Si quiero atreverme,
No sé qué decir.


Nuestros poetas han manejado también con mucho éxito la letrilla satírica, cuyo solo nombre indica cuáles son sus condiciones esenciales: viveza y facilidad por una parte, y malicia y agudeza por otra. Góngora y Quevedo lucieron mucho en estas composiciones, a que los inclinaba su festivo ingenio; y a últimos del pasado siglo imitó felizmente al segundo don José Iglesias, que si bien no estaba dotado de las dotes sobresalientes de su modelo, nació en una época en que le fue fácil no incurrir en sus más notables defectos.

En Quevedo era tan natural el chiste, que no necesitaba para derramarlo sino dejar correr la pluma:


    Que no tenga por molesto
En doña Luisa don Juan
Ver que a puro Solimán
Traiga medio turco el gesto,
Porque piensa que con esto
Ha de agradar a la gente:
¡Mal haya quien lo consiente!
    Que adore a Belisa un bruto,
Y que ella olvide sus leyes,
Si no es cual la de los reyes
Adoración con tributo;
Que a todos les venda el fruto,
Cuya flor llevó el ausente;
¡Mal haya quien lo consiente!
    Y que la viuda enlutada
Les jure a todos por cierto
Quede miedo de su muerto
Siempre duerme acompañada;
Que de noche esté abrazada
Por esto de algún valiente:
¡Mal haya quien lo consiente!...


Y cuando trate, de ponderar lo que puede el interés, lo hará con esta novedad y gracejo:


    Poderoso caballero
Es don Dinero.
    Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado;
Pues de puro enamorado,
De continuo anda amarillo:
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
    Es galán y es como un oro,
Tiene quebrado el color,
Persona de gran valor,
Tan cristiano como moro:
Pues que da y quita el decoro,
Y quebranta cualquier fuero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
    Nunca vi damas ingratas
A su gusto y afición,
Queá las caras de un doblón
Hacen las caras baratas;
Y pues les hace bravatas
Desde una bolsa de cuero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


El ingenio de Góngora, fácil, libre y mordaz, se brindaba de buen grado a esta clase de composiciones, en que se aventajó mucho:


    Que esté la bella casada
Bien vestida y mal celada,
Bien puede ser;
    Mas que el bueno del marido
No sepa quien dió el vestido,
No puede ser.
    Que anochezca cano el viejo
Y que amanezca bermejo,
Bien puede ser;
    Mas que a creer nos estreche
Que es milagro y no escabeche,
No puede ser.
    Que la del color quebrado
Culpe al barro colorado,
Bien puede ser;
    Mas que no entendamos todos
Que aquestos barros son lodos,
No puede ser.
    Que sea médico más grave
Quien más aforismos sabe,
Bien puede ser;
    Mas que no sea más experto
El que más hubiere muerto,
No puede ser.
    Que se emplee el que es discreto
En hacer un buen soneto,
Bien puede ser;
    Mas que un menguado no sea
El que en hacer dos se emplea,
No puede ser.
    Que junte un rico avariento
Los doblones ciento a ciento,
Bien puede ser;
    Mas que el sucesor gentil
No los gaste mil a mil,
No puede ser.


Para probar cuán difícil sea igualar a Góngora en soltura y ligereza, insertamos la siguiente letrilla:


    Da bienes fortuna
Que no están escritos;
Cuando pitos flautas,
Cuando flautas pitos.
    ¡Qué diversas sendas
Se suelen seguir
En el repartir
Las honras y haciendas!
A unos de encomiendas,
A otros sambenitos:
Cuando pitos flautas,
Cuando flautas pitos.
    A veces despoja
De choza y apero
Al mayor cabrero;
Y a quien se le antoja,
La cabra más coja
Parió dos cabritos:
Cuando pitos flautas,
Cuando flautas pitos.
    Porque en una aldea
Un pobre mancebo
Hurtó solo un huevo,
Al sol bambonea;
Y otro se pasea
Con cien mil delitos:
Cuando pitos flautas,
Cuando flautas pitos.

autógrafo

Francisco Martínez de la Rosa


«Poética» (1843)

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