ANOTACIONES A LA POÉTICA
CANTO IV
17. SONETO
Boileau pondera hasta tal punto la dificultad del Soneto,
que pretende que uno solo, como esté libre de defectos, vale tanto como un largo
poema; y aunque esta opinión no deje de parecerme extremada, creo que tuvo mucha
razón en decir que Apolo inventó por capricho el soneto para mortificar a
los poetas. Es tan difícil, en efecto, que el pensamiento salga como vaciado en
un molde sin que falte ni sobre nada; que corra sin detenerse, adelantando
siempre y concluyendo precisamente en el término fatal; que no encierre la
composición ni un verso flojo ni una circunstancia inútil ni una palabra ociosa;
que no es extraño que entre millares de sonetos solo se hallen poquísimos que se
acerquen a la perfección, y aun menos que lleguen a ella.
Los sonetos castellanos más antiguos que creo existen son los que compuso
el marqués de Santillana, antes de mediar el siglo decimoquinto; pero quedó
luego tan en desuso esta especie de versificación, que aun a principios del
siguiente siglo hallamos que un poeta del mérito de Torres Naharro compuso
sonetos en lengua italiana, pero no en española; y si después de él hizo
algunos Cristóbal de Castillejo, fue burlándose de los que intentaban introducir
la versificación que él llamaba extranjera. Mas una vez extendido el uso del
endecasílabo, con las varias combinaciones usadas por los italianos, empezó a
cundir en nuestros poetas la manía de componer sonetos; y de entonces acá no ha
cesado nunca, contándose en nuestro Parnaso crecido número de estas
composiciones, pocas de gran mérito, bastantes medianas, y las demás
despreciables. Aun entre los sonetos que se citan comúnmente como escogidos, hay
tal vez algunos que creo han sido juzgados con menos severidad de la que exige
esta clase de composición. No faltan bellezas al siguiente de Garcilaso:
Gracias al cielo doy que ya del cuello
Del todo el grave yugo he sacudido,
Y que del viento el mar embravecido
Veré desde la tierra sin temello:
Veré colgada de un sutil cabello
La vida del amante embebecido
En su error, y en su engaño adormecido,
Sordo a las voces que le avisan dello.
Alegraráme el mal de los mortales;
Mas no es mi corazón tan inhumano
En aqueste mi error, como parece;
Porque yo huelgo como huelga el sano,
No de ver a los otros en los males,
Sino de ver que dellos él carece.
Nótese, entre otros lunares, el mal efecto que produce el verso débil y prosaico
con que concluye el soneto; siendo así que cabalmente al final debiera lucir
mayor vigor en el pensamiento y en la expresión, para producir vibración más
fuerte en el ánimo, así como se procura con los últimos acentos de la música.
No cabe pensamiento más original e ingenioso que el que encerró en un soneto
Lupercio Leonardo de Argensola, suponiendo que le reconvenían sus amigos porque
amaba a una mujer que se pintaba el rostro:
Yo os quiero confesar, don Juan, primero
Que aquel blanco y carmín de doña Elvira
No tiene de ella más, si bien se mira,
Que el haberle costado su dinero:
Pero también que me confieses quiero
Que es tanta la beldad de su mentira,
Que en vano a competir con ella aspira
Belleza igual de rostro verdadero.
¿Más que mucho que yo perdido ande
Por un engaño tal, pues que sabemos
Que nos engaña así naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos,
Ni es cielo ni es azul: ¡lástima grande
Que no sea verdad tanta belleza!
En este soneto la falta no está en la expresión innoble ni en la incuria de la
versificación; sino en el pensamiento último, que ni siquiera parece inútil,
sino manifiestamente opuesto al fin que se propuso el poeta. Si este intentaba
probar que la apariencia que agrada vale tanto como la verdad misma, valiéndose
en su apoyo de la inimitable comparación del cielo, no pudo sin destruir su
misma obra lamentarse luego de que no fuese verdad una cosa tan bella. Lejos de
acabar con aquella inoportuna reflexión, debiera (si es que yo no me engaño)
concluir con un pensamiento absolutamente contrario, como este u otro semejante:
Porque ese cielo azul que todos vemos,
Ni es cielo ni es azul; ¿y es menos grande
Por no ser realidad tanta belleza?
El siguiente soneto de Lope de Vega sería bellísimo, si no lo desluciera el
descanso inútil del paréntesis, que consume casi dos versos para expresar con
afectación una sola circunstancia:
Daba sustento a un pajarillo un día
Lucinda; y por los hierros del portillo
Fuésele de la jaula el pajarillo
Al libre viento en que vivir solía:
Con un suspiro a la ocasión tardía
Tendió la mano, y no pudiendo asillo,
Dijo (y de sus mejillas amarillo
Volvió el clavel que entre su nieve ardía):
«¿A dónde vas por despreciar el nido
Al peligro de ligas y de balas,
Y el dueño huyes que tu pico adora?».
Oyolo el pajarillo enternecido,
Y a la antigua prisión volvió las alas:
Que tanto puede una mujer que llora.
El siguiente soneto del citado Argensola puede presentarse como dechado, por la
energía de los pensamientos, por la viveza de las imágenes y lo selecto de la
dicción; apenas me atrevo a decir que me disgusta la última palabra, porque
siento que un soneto tan bello concluya con un adjetivo:
Imagen espantosa de la muerte,
Sueño cruel, no turbes más mi pecho,
Mostrándome cortado el nudo estrecho,
Consuelo solo de mi adversa suerte:
Busca de algún tirano el muro fuerte,
De jaspe las paredes, de oro el techo;
O al rico avaro en el angosto lecho
Haz que temblando con sudor despierte.
El uno vea el popular tumulto
Romper con furia las herradas puertas,
O al sobornado siervo el hierro oculto
El otro sus riquezas descubiertas
Con falsa llave o con violento insulto;
Y déjale al amor sus glorias ciertas.
De su hermano Bartolomé de Argensola se celebra con razón el siguiente, por la
gravedad del pensamiento y la dignidad de la expresión, siendo digno de elogio
el arte con que el poeta, después de exponer con energía los argumentos más
fuertes contra la Providencia, reserva para el último verso la solución,
presentándola en un solo verso, vivo y enérgico:
«Dime, Padre común, pues eres justo,
¿Porqué ha de permitir tu providencia,
Que arrastrando prisiones la inocencia,
Suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que robusto
Hace a tus leyes firme resistencia?
¿Y que el celo, que más las reverencia,
Gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
Manos inicuas, la virtud gimiendo
Del triunfo en el injusto regocijo»
Esto decía yo, cuando riendo
Celestial Ninfa apareció y me dijo:
«¿Ciego, es la tierra el centro de las almas? ».
Muy bello por lo ingenioso del pensamiento y por la fluidez con que corre, es el
siguiente de Lope de Vega:
Canta pájaro amante en la enramada
Selva a su amor, que por el verde suelo
No ha visto al cazador que con desvelo
Le está asechando, la ballesta armada:
Tírale, yerra, vuela; y la cansada
Voz en el pico convertida en hielo,
Vuelve y de ramo en ramo acorta el vuelo,
Por no alejarse de la prenda amada.
De esta suerte el amor canta en el nido;
Mas luego que los celos que recela,
Le tiran flechas de temor, de olvido,
Huye, teme, sospecha, inquiere, cela,
Y hasta que ve que el cazador es ido,
De pensamiento en pensamiento vuela.
Del mismo Lope es el soneto siguiente que se cita con razón como modelo en el
género descriptivo: un pintor no pudiera hacer más:
JUDIT.
Cuelga sangriento de la cama al suelo
El hombro diestro del feroz tirano,
Que opuesto al muro de Betulia en vano
Despidió contra sí rayos al cielo:
Revuelto con el ansia el rojo velo
Del pabellón a la siniestra mano,
Descubre el espectáculo inhumano
Del tronco horrible convenido en hielo.
Vertido Baco el fuerte arnés afea,
Los vasos y la mesa derribada,
Duermen las guardas que tan mal emplea;
Y sobre la muralla coronada
Del pueblo de Israel, la casta Hebrea
Con la cabeza replandece armada.
Tal confianza tenía Lope en sus fuerzas, que no solo contaba a centenares sus
sonetos, sino que se burló con mucha felicidad y donaire de la dificultad de
componerlos, mejorando un pensamiento ingenioso, desempeñado antes con mediano
acierto por don Diego Hurtado de Mendoza. La composición de Lope es esta:
Un soneto me manda hacer Violante;
Que en mi vida me he visto en tal aprieto;
Catorce versos dicen que es soneto;
Burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante,
Y estoy a la mitad de otro cuarteto;
Mas si me veo en el primer terceto
No hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,
Y aun parece que entré con pie derecho,
Pues fin con este verso le voy dando:
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
Que estoy los trece versos acabando:
Contad si son catorce, y está hecho.
En el siguiente soneto al amor, se reconoce la pluma del ingenioso Moreto:
Es el amor deseo de un contento
Que nunca llega a su dichoso estado:
Si no es fino, no hay gusto en su cuidado;
Si es fino, es todo pena y sentimiento.
Correspondido, está del temor lento,
De la desconfianza atormentado;
¿Pues qué será el amor desesperado,
Si aun el correspondido es un tormento?
En su triunfo mayor padece olvido,
Y en la esperanza pena, si no alcanza;
De cualquier modo siempre muerte ha sido:
Todos ven su traición y su mudanza;
Todos cuantos le siguen, se han perdido;
Y todos van tras él con esperanza.
El siguiente de don Juan Arguijo es muy bello por la pintura de las estaciones y
por la profunda reflexión con que concluye, expresada con singular agudeza, pero
sin esfuerzo ni afectación:
Vierte alegre la copia en que atesora
Bienes la primavera, da colores
Al campo, y esperanza a los pastores
Del premio de su fe la bella Flora:
Pasa ligero el sol a donde mora
El Canero abrasador, que en sus ardores
Destruye campos y marchita flores
Y el orbe de su lustre descolora:
Sigue el húmedo otoño, cuya puerta
Adornar Baco de sus dones quiere;
Luego el invierno en su rigor se extrema:
¡Oh variedad común! ¡Mudanza cierta!
¿Quién habrá que en sus males no te espere?
¿Quién habrá que en sus bienes no te tema?
El mismo poeta, dotado de clarísimo ingenio y muy acertado en esta clase de
composiciones, expresó un pensamiento semejante en otro soneto, digno de
admirarse por los rasgos sublimes que contiene, y por la reflexión tierna y
sensible con que concluye:
Yo vi del rojo sol la luz serena
Turbarse, y que en un punto desfallece
Su alegre faz, y en torno se oscurece
El aire con tiniebla de horror llena:
El austro proceloso airado suena,
Crece su furia y la tormenta crece,
Y en los hombros de Atlante se estremece
El alto Olimpo y con espanto truena.
Mas luego vi romperse el negro velo
Deshecho en agua, y a su luz primera
Restituirse alegre el claro día;
Y de nuevo esplendor ornado el cielo:
Miré, y dije: ¿quien sabe si le espera
Igual mudanza a la fortuna mía?
Estrechados los poetas por el corto plazo concedido al soneto, se han atrevido
alguna vez a prolongarlo, añadiéndole qna especie de cola bajo el nombre de
estrambote aunque esto solo se consiente en asuntos burlescos, como ya lo
advirtió Juan de la Cueva en su Ejemplar poético
Esta licencia no será otorgada
Al Soneto, que es rígido; y no puede
Alterar de su cuenta limitada:
Y cuando en esto alguna vez excede,
Y aumenta versos, en el burlesco;
Que en otros ni aun burlando se concede.
Esto usó con donaire truhanesco
El Bernia, y por su ejemplo ha sido usado
Este épodo o cola que aborrezco.
Solo en aquel sujeto es otorgado;
Mas en soneto grave o amoroso
Cual sacrílego insulto desterrado.
Sirva de muestra de esta clase de sonetos el celebrado de Cervantes, en que con
motivo del famoso túmulo levantado en Sevilla para las exequias de Felipe
Segundo, motejó con gracia el carácter jactancioso y baladrón que se atribuye a
los hijos de aquella ciudad:
SONETO
Voto a Dios, que me espanta esta grandeza,
Y que diera un doblón por describilla:
Porque ¿a quién no suspende y maravilla
Esta máquina insigne, esta braveza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
Vale más de un millón; y que es mancilla
Que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!
Roma triunfante en ánimo y riqueza:
Apostaré que la ánima del muerto
Por gozar este sitio hoy ha dejado
El cielo de que goza eternamente.
Esto oyó un valentón; y dijo: «Es cierto
Lo que dice voacé, seor soldado,
Y quien dijere lo contrario, miente».
Y luego encontinente
Caló el chapeo, requirió la espada,
Miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
En los ejemplos citados y en los muchos que ofrece nuestro Parnaso, pueden
hacerse dos observaciones, una relativa a la índole del soneto, y otra a su
estructura: la primera es, que se acomoda fácilmente a toda clase de asuntos, ya
graves, ya delicados y ya jocosos; y la segunda, que exige siempre la misma
colocación de consonantes en los dos cuartetos; pero que por lo tocante a los
tercetos, queda este punto a arbitrio del poeta; aunque no estará de más
recordar una advertencia de tan gran maestro como Lope: «En los tercetos (dice)
hay libertad de hacerlos, como se ve en tanta variedad de ejemplos; pero no hay
duda que cuando el terceto de ellos guarda su rigor, concluye más sonoro y con
más fuerza, respondiéndose mejor las cadencias a menos distancia».
Francisco Martínez de la Rosa