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ANOTACIONES A LA POÉTICA
CANTO IV

19. SÁTIRA

En el texto he indicado el carácter distintivo de los tres poetas latinos que sobresalieron en la sátira; réstame ahora hablar de los Españoles que más se han aventajado en este género de composición. Tan antigua es en nuestra literatura, que hallamos ya algunas muestras de ella en el siglo decimocuarto, recorriendo las obras del tantas veces citado arcipreste de Hita: ¡qué lástima que un hombre de tanto ingenio naciese en siglo tan rudo! No carecia de ninguna de las cualidades que deben adornar al poeta satírico: invención, agudeza, desenvoltura, donaire, todo lo poseía en altísimo grado; véase como celebra el poder del dinero:


    Mucho fas el dinero et mucho es de amar,
Al torpe fase bueno et omen de prestar,
Fase correr al cojo et al mudo fabrar;
El que no tiene manos, dineros quiere tomar.
    Sea un ome nescio et rudo labrador,
Los dineros le fasen fidalgo e sabidor;
Quanto más algo tiene, tanto es de más valor;
El que non ha dineros, non es de sí señor.
    Si tovieres dineros, habrás consolación,
Plaser e alegría e del Papa ración,
Comprarás paraíso, ganarás salvación;
Do son muchos dineros, es mucha bendición.
    Yo vi en Corte de Roma, do es la Santidat,
Que todos al dinero fasen grand homildat;
Grand honra le fascian con grand solenidad;
Todos ante él se homillan como a la magestad.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    El dinero quebranta las cadenas dañosas,
Tira cepos e grillos et cadenas plagosas;
El que non tiene dineros, échanle las posas:
Por lodo el mundo fase cosas maravillosas.
    Yo vi fer maravilla do él mucho usaba:
Muchos merescian muerte que la vida les daba;
Otros eran sin culpa et luego los mataba;
Muchas almas perdía et muchas salvaba.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Él fase caballeros de necios aldeanos,
Condes e ricos-omes de algunos villanos;
Con el dinero andan todos los omes lozanos:
Cuantos son en el mundo, le besan hoy las manos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Toda mujer del mundo et dueña de altesa
Págase del dinero et de mucha riquesa;
Yo nunca vi fermosa que quisiese poblesa;
Dó son muchos dineros, y es mucha noblesa.
    El dinero es alcalde et jues mucho loado,
Este es consejero et sotil abogado,
Alguacil et merino bien ardit esforzado;
De todos los oficios es muy apoderado.
    En suma te lo digo, tómalo tú mejor:
El dinero del mundo es grand revolvedor;
Señor fase del siervo, de señor servidor,
Toda cosa del sigro se fase por su amor.



Al contemplar el ingenio vivo del arcipreste, luchando con el embarazo de una lengua torpe y de una versificación pesada, nos parece que vemos a un hombre ágil que se esfuerza por correr, arrastrando una vestidura larguísima; pero a veces la indignación aumenta las fuerzas del poeta, y entonces no hay obstáculo que le detenga: ¿quién pudiera expresar un pensamiento profundo con tanta rapidez y vehemencia?


    Con arte se quebrantan los corazones duros,
Tómanse las cibdades, derríbanse los muros,
Caen las torres altas, álzanse pesos duros;
Por arte juran muchos, por arte son perjuros.



En época más favorable para la poesía, próxima ya a su mayor prosperidad y brillo, apareció otro poeta dotado también muy ventajosamente para la sátira, y que reunía a la pureza y fácil manejo de la lengua, maestría en la versificación que entonces se usaba, y mucha gracia nativa: hablo de Bartolomé de Torres Naharro, que floreció a principios del siglo decimosexto. Para juzgar de su mérito, bastará insertar el cuadro que presenta de las costumbres de su tiempo, bosquejándolo con pincel tan valiente y ligero que apenas podemos seguirlo con la vista:


    Virtud en el mundo no cabe ni mora
Razón ni bondad no se usan agora;
Palabras sin obras se venden barato;
Faltar cada hora, mentir cada rato,
Burlar de los justos se llama deporte;
Ceviles traidores prevalen en Corte;
Falsarios veréis robar beneficios;
Ladrones a furia comprar los oficios,
Y a costa de Dios andar a solacio,
Con ropas prestadas entrar en palacio,
Groseros haber muy grandes partidos,
Discretos y doctos fallarse perdidos
Por no se allegar a la ruin usanza,
Por ser los que deben de buena crianza,
Corteses, humildes y no frapadores;
Daquestos no curan los grandes señores,
De aquestos se pueblan los más hospitales;
Ofenden traidores y pagan leales;
Y sirven los buenos y medran los ruines.
¡Benditos aquellos que miran los fines,
La vida y la muerte, el cómo y el cuándo!
Desfágome todo de nuevo pensando
Las parcialidades y las afecciones;
Padecen a cargas notables varones;
Preceden ignotos a los conocidos;
Los buenos veréis por necios tenidos;
Sagaces traidores por mucho discretos;
En los sin secreto poner los secretos;
De donde procede muy claro su mal;
Y pródigo llaman al que es liberal,
Y buen guardador al pésimo avaro,
Al justo le llaman hipócrita claro,
Y al malo y soberbio lo cuentan gigante,
Al que es pertinaz por hombre constante,
Y así de los otros de mal en peor;
Y huyen de un santo, gran predicador,
Y siguen de grado tras un hechicero;
Su gloria es el mundo, su Dios el dinero,
Tras este envejecen los hombres en Roma...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
No hay hombre de nos que piense en el cielo,
Ni quien haga caso del siglo futuro;
El mal va por bien, el aire por muro,
Lo negro por blanco, lo turbio por claro,
Virtud por estiércol, maldad por reparo,
Lo sucio por limpio, lo torpe por bueno,
La ciencia por paja, doctrina por heno,
Justicia en olvido, razón desterrada,
La fe es fallescida, y amor es ya muerto;
Derecho está mudo, reinando lo tuerto;
¿Pues la caridad? No hay della memoria;
No hay otra esperanza si de vanagloria,
Ni en otro se entiende sino en trampear;
Quien sabe mentir sabrá triunfar;
Quien usa bondad, la cuelgue del cuello;
Quien fuere el que debe, que muera por ello:
Quien no me creyere, que tal sea dél:
Al menos me deben la tinta y papel.



Muy parecido a Torres Naharro en las buenas prendas de poeta, floreció poco después que él Cristóbal de Castillejo, acérrimo defensor de las antiguas coplas castellanas; el cual compuso en esta versificación varias sátiras, en que lució la viveza y chiste de su ingenio. Entre todas ellas aparece la más notable una que publicó en forma de diálogo, acerca de las condiciones de las mujeres; y si bien es cierto que su composición está lejos de poder compararse en corrección y en gusto a la de Boileau sobre el mismo asunto, no por eso está escasa de naturalidad y gracia, como se comprobará con algunos pasajes, notables al mismo tiempo por su extrema facilidad.

Uno de los dos interlocutores, defensor de las mujeres, cita en su favor las buenas que sin duda existen; mas sin negarlo el adversario, le replica con agudeza que si merecen tanto aprecio, es cabalmente por ser muy raras:


    Mas en tanta multitud
De traidoras y alevosas,
Las buenas y virtuosas
Son deseo de salud.
Entre espinas
Suelen nacer rosas finas,
Y entre cardos lindas flores,
Y en tiestos de labradores
Olorosas clavellinas.
A buscar
Se va el oro y a hallar
A montes y peñascales,
Y las perlas orientales
En las conchas de la mar.
Todas cosas
Por ser raras son preciosas:
Menos villas hay que aldeas;
Y al respecto de las feas
Muy pocas son las hermosas.
Y así son
Las buenas en conclusión
Tomadas en especial;
No hay regla tan general
Que no tenga su excepcion.



El abogado de las mujeres las defiende con arte haciendo de ellas este cumplido elogio:


    Sin mujeres
Careciera de placeres
Este mundo y de alegría;
Y fuera como sería
La feria sin mercaderes.
Desabrida
Fuera sin ellas la vida,
Un pueblo de confusión,
Un cuerpo sin corazón,
Un alma que anda perdida
Por el viento;
Razón sin entendimiento,
Árbol sin fruto ni flor,
Fusta sin gobernador,
Y casa sin fundamento.
¿Qué valemos,
Qué somos, qué merecemos
Si la mujer nos faltase,
A la cual se enderezase
El fin de lo que hacemos
Y pensamos?
¿Quién es causa que seamos
Particioneros de amor,
Que es el más dulce sabor
Que en esta vida gozamos?
¿Quién ternia
Cargo de la policía
Y cuenta particular
De la casa y del hogar,
Y hacienda y grangería?
Su consuelo,
Tan cierto, tan sin recelo
En nuestras adversidades,
Trabajos y enfermedades,
Tenemos en este suelo.
De ella mana
Cuanto bien el hombre gana,
Y ellas son la gloria dello;
La guarda, firmeza y sello
De nuestra natura humana.



En contraposición de este apacible cuadro, ¿no pudiera algún marido descontento presentar estotro?


    Mala o buena,
Nunca deja de dar pena
Con quejas y liviandades.
Bajezas y poquedades
De que está la casa llena.
Si es hermosa,
Es soberbia y peligrosa;
Y si fea, aborrecible;
Si es generosa, terrible;
Y si sabia, desdeñosa:
Y si fuere
Honesta cuanto quisiere;
¿Qué vale si es desgraciada,
O mal acondicionada
Con el hombre que tuviere,
O viciosa,
Desperdiciada, costosa,
Grangera de la ceniza,
O liviana antojadiza,
Que entrellas es una cosa
Muy usada?



Para ventilar mejor la intrincada disputa, eligen como recurso los interlocutores hacer reseña de los varios estados que pueden tener las mujeres, de casadas, doncellas y viudas; y entrando ya en la cuestión, habla uno así en favor del matrimonio contra la costumbre de los orientales:


    Mejor fuera
Que cualquier desos tuviera,
Según usamos agora,
Una sola por señora,
Por mujer y compañera
De su nido;
En quien tuviese imprimido
Su corazón todo entero,
Porque el amor verdadero
No debe ser repartido.

El maligno adversario contesta:

    Ya seria
No mala tal compañía,
Si en una mujer hallase
Un hombre lo que buscase,
Y fuese la que él querría
Y desea;
Que puesto caso que sea
Más hermosa que fue Helena,
No le basta, si no es buena;
Ni buena, si fuere fea.



Por no estar contento con ninguna, cuéntase que un hombre se casó nada menos que con seis o siete mujeres, por lo cual fue condenado a muerte:


    Y al sacar
Para llevarlo a ahorcar,
El juez le preguntó:
«¿Mal hombre, qué te movió
Tantas veces a quebrar
Tan sin tiento
Las leyes del casamiento?
Di: ¿no le bastaba a ti
Una muger como a mí,
Como el santo sacramento
Nos lo ordena?»
Respondiole muy sin pena,
Como quien del se burlaba:
«Sí bastaba, y aun sobraba;
Mas yo buscaba una buena
Sin pecado;
Y estaba determinado
(De lo cual no me arrepiento)
De no parar hasta ciento;
Mas vos me habéis atajado».



Pasando en seguida a las doncellas, principia así el diálogo:


FILENO.

Pues no puedo convencer
Vuestra protervia malvada,
Dándola por condenada,
Quiero también entender
Y sentir
Lo que sabréis argüir
Contra las pobres doncellas.

ALETIO.

Habiendo tan pocas dellas,
No habrá mucho que decir.



En esta parte de la sátira, así como en toda ella, hay cosas de mal gusto, y no pocas que debieran haberse suprimido por respeto al pudor y al decoro; pero en medio de estas faltas, menos tal vez del poeta que del tiempo en que vivia, brilla por todas partes el singular talento de Castillejo: con esta sal describe la temprana malicia de una muchacha:


    Pues llegada
A los trece, aun siendo nada,
Ya se repica de dama,
Ya se engríe, aunque no ama,
Y huelga de ser tentada
Por amores,
Y de tener servidores,
Y de saber despáchanos;
Y a veces acariciallos
Con sus ojitos traidores
Retorcidos;
Y con todos sus sentidos
Hace ya de allí adelante
Guerra cruel al amante,
Y atapalle los oídos
Y los ojos,
Y causarle mil enojos
Con desdenes y desvíos,
Locuras y desvarios
Y burlas y trampantojos
Setecientos;
Y dar sus entendimientos
A solo parecer bien,
Aunque no tengan a quien
Apliquen sus pensamientos
Y aficiones.



No están tampoco mal retratadas las malas mañas de una joven artera:


    Y sentí que era taimada,
Y aunque muchacha, muy fina,
Ave nueva de rapiña,
En otras partes cebada:
Y vi claros
Sus pensamientos avaros
Y dichos engañadores,
Vendiéndome los favores
Muy escasos y muy caros;
Dilatando,
No me asiendo ni soltando
Ni negando voluntad,
Mas falta de libertad
Por su disculpa tomando,
No lo siendo:
Algunas veces fingiendo
Lágrimas nunca vertidas,
Que me fuesen referidas
Por más prenderme, mintiendo
Por tercero:
Trayéndome al retortero,
De suerte que conocía
Que por las botas lo avia
Mas que por el escudero.
Bien que daba
Muestras con que me engañaba:
Con los ojos me hería,
Con la boca me vendía,
Con las manos maltrataba.



Al llegar a las viudas, fácilmente concebirá el pío lector que no escaparán las infelices muy bien libradas:


FILENO.

    ¿Hay alguna
Tan sin bien y sin fortuna,
Tan cruel o tan liviana,
Que sea viuda de gana?


ALETIO.

Mas cierto de veinte y una,
Que por sello
No se tuercen un cabello;
Y muchas, si se buscasen
Y en secreto examinasen,
Que fueron la culpa dello.



¿Pues y la soledad y la pena en que viven?...


    No os engañe su llorar,
Porque lo suelen usar
Con los mismos que mataron
Por ventura:
O por odio que les dura
Tienen su muerte por buena,
O al menos no les da pena
Verlos en la sepultura;
Por poder
Mas libremente hacer
A solas nueva moneda:
Y la que más llora, queda
A veces con más placer,
Muy pagada
De verse ya libertada;
Mas si alguno la visita,
Luego está la lagrimita
En el ojo aparejada
Por el muerto.



Emplea luego el poeta sobrado tiempo y colores demasiado vivos para pintar dos clases despreciables de mujeres, que por sus estragadas costumbres inficionan la sociedad; y volviendo al fin de su composición a hablar en general del maltratado sexo, descarga sobre él una nube de piedra, aludiendo a las faltas comunes de las mujeres, como es, a lo que él supone, lo incomprensible y lo veleidoso de su carácter. No diré yo que sea justa su amarga censura; pero sí que está hecha con mucha gracia:


No se puede tomar tino
A la hembra ni lo tiene,
Porque nunca va ni viene
Sino fuera de camino,
Desviada
De los medios, y allegada
Siempre más a los extremos;
De do viene que la vemos
Por antojos gobernada,
En el viento
Volando su pensamiento,
Hora acá, hora acullá;
Nunca por el medio va,
Mas siempre fuera de tiento
Y mesura:
O como una peña dura
Se queda estando parada,
O corre desenfrenada
Tras el fin de su locura
Que la guía:
Una vez helada y fría
Muy más que el invierno frío;
Otra como el mismo estío
Inflamada en demasía.
Nunca alcanza
La hembra cierta templanza
De guiar tras la verdad,
Ni tener en igualdad
Puesta jamás la balanza
Del querer;
O vos ama, sin poder
Encubrir lo que padece,
O sin causa os aborrece
Hasta no poderos ver
Y vengarse.
Si grave quiere mostrarse,
Pónese triste, pesada,
Rostrituerta, encapotada,
Que apenas deja mirarse;
Y si acuesta
A ser cortés y modesta,
Dejando la gravedad,
Da muestras de liviandad
Con risa menos honesta
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
En un hora
Canta y gruñe, ríe y llora,
Es sabia y loca en un punto,
Y niega al mismo que adora
Y le vende;
Quiere y no quiere, ni entiende
Lo que quiere ni desea;
Consigo mismo pelea,
Contraria de sí se ofende
Y destruye;
Sigue lo mismo que huye;
Lo que sabe, no lo sabe;
Concierto ninguno cabe
En lo que ordena y concluye
Con razones;
Porque contrarias pasiones
Le perturban la razón,
Y en una misma opinión
Tienen varias opiniones.



Parece que nuestro poeta ha apurado todos los defectos de las mujeres, cuando se le ve empezar de nuevo con mayores bríos:


Es parlera,
Y no menos novelera
De cosas nunca sabidas,
Y relata las oídas
Contino de otra manera,
Añadiendo,
Acrecentando y poniendo
De su casa la mitad,
Y de cualquier vanidad
Muy gran historia haciendo.
Pues fiaros
De la que pensáis amaros,
No debéis, si sois discreto,
Aunque muestren adoraros;
Y es doblado
El yerro, si con cuidado
La amonestáis que lo guarde;
Porque tanto menos tarde
Lo dirá, si le es vedado.



El que tan mal concepto tenía de la condición de la mujer, ¿qué remedio propondrá para librarse de tan peligroso lazo? Confiesa francamente que ninguno; y es cosa de desesperarse los hombres, cuando le oyen decir:


    Remedio no sé buscallo
Que satisfaga y contente;
Alcanzo el inconveniente,
Pero no sé remediallo:
Comparado
Es en esto al ahorcado
El que enamorado es;
Que se sube por sus pies
Donde ha de quedar colgado.



Este era el estado de la sátira española antes de mediar el siglo decimosexto; y al ver el rápido vuelo que tomó por entonces la poesía, era de esperar que aquel género de composición floreciese no menos que otros; mas no aconteció así, porque los mejores ingenios de aquella época no cultivaron la sátira, y los pocos poetas que tantearon en ella sus fuerzas, como Luis Barahona de Soto, Gregorio Morillo y algún otro, no lograron pasar de la medianía.

Mas cabalmente al principiar después a estragarse el gusto, nacieron como a porfía muchos excelentes escritores, que se aventajaron en este género, como fueron, entre otros varios, Jáuregui, Góngora, entrambos Argensolas y Quevedo; siendo los tres últimos los más sobresalientes. De los dos hermanos aragoneses bien puede decirse que pocos les igualaron en buenas partes de poetas: puros y castizos en la dicción como los mejores del siglo decimosexto, más correctos en la frase que algunos de ellos, y esmerados y fáciles en la versificación, añadían a tantas ventajas gran caudal de doctrina y acendrado gusto, llegando a recibir de sus contemporáneos el sobrenombre de Horacios españoles. No lo merecían sin embargo; pues cabalmente les faltaba en cada uno de los principales ramos de composición una cualidad esencial, que no puede suplir ninguna otra: fuego y arrebato en la lírica sublime, gracia y delicadeza en la poesía amatoria; y cierta viveza y gracejo natural en la sátira; dotes que por un don singular llegó a reunir el poeta latino.

Al imitarle los Argensolas, procuraron acercarse a él en cuanto alcanzaron sus fuerzas; quedando menos distantes en el género moral, que, como más templado, se avenía mejor con su carácter grave y sesudo. Descúbrese este en sus sátiras, llenas de rasgos breves y oportunos, de vivas descripciones y de pensamientos ingeniosos; pero cabalmente aleja más de una vez de sus manos las dos principales armas de aquella clase de composiciones; el ímpetu de la indignación que dictaba los versos de Juvenal, y el humor leve y festivo que hacia retozar a la Musa de Horacio: los Argensolas rara vez se irritan o se ríen. Así se les ve, ora discurrir con pesadez, como Bartolomé en su sátira contra los deseos ambiciosos; ora descender fríamente a pormenores prolijos, como cuando en la bella sátira del mismo poeta contra los vicios de la corte emplea antes de describirlos gran número de tercetos para indicar el método de educar a un joven, llegando a advertir a su padre hasta esta levísima circunstancia:


    Y haz que tanto concierto se guarde entre
Sus pajes, que un descuido, un desaliño
En bufete o en silla no se encuentre.



Frecuentemente se nota en ambos hermanos el abuso de la erudición y la manía de multiplicar cuentos y alusiones históricas, extraviándose del asunto y dejándose llevar de su facilidad prodigiosa para eslabonar tercetos; pero también en cambio de estas imperfecciones, se encuentran en sus sátiras bellezas de toda clase, muy dignas de aprecio.

La sátira de Lupercio contra la Marquesilla me parece sobradamente larga, y que sí hubiera ganado mucho si se le hubiese acortado el principio y el fin; ¡pero con qué pincel tan maestro está trazado en ella el retrato de una cortesana!


    No pienses, si lo piensas, que me asombra
Un lecho de damasco granadino
Y a un lado y otro la morisca alfombra
    Que soy, si no lo sabes, adivino,
Y no tienes un clavo ni una hebilla
Que no sepa de dónde y cómo vino.
    Véote santiguar con maravilla
De esto que voy diciendo; pues no dudes
Que fábula serás en esta villa.
    Sabrá quien no las sabe tus virtudes;
Las cuales te sustentan todo el año,
Aunque ya vendrá tiempo en que las sudes.
    Quiero vender al mundo desengaño,
Que aunque es poca la gente que lo entienda,
Sé que te puedo hacer no poco daño:
    Y que si, por tu mal, abro mi tienda,
La tuya quedará tan abatida
Que un ochavo en un año no se venda.
    Mas tengo condición tan comedida
Que no quiero quitarte la ganancia,
Contando los enredos de tu vida.
    En ti tienda sus redes la ignorancia,
Para los que pidieren a sus padres
De su porción debida la sustancia:
    A estos muerdas y a los otros ladres;
Y por ver a sus hijos lastimados
Te den su maldición doscientas madres.
    Tengas mil hombres viejos engañados,
En sus canudas barbas te regales,
Haciendo rica presa en sus ducados;
    Y a otros que se precian de leales
Con vanos favorcillos entretengas
Y pesques más de espacio sus reales.
    Con los que veas ardientes, te detengas;
Y con los que veas tibios, te apresures,
Y a todos en común enredo tengas.
    Delante de tu madre te mesures,
Fingiendo que la temes y que ignora
Los favores que das, y así lo jures.
    Y si te vieres sola, bella Flora,
Y el necio sin pagarte se desmanda,
Di luego: «¡Ay Dios, que sale mi señora!»
    Y cuando veas al triste que se ablanda,
Lleguen el portugués con el joyero,
Este con oro, el otro con holanda.
    Dirás, como los médicos, «No quiero»,
Alargando la mano a la presea
Con que te este rogando el majadero.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El triste ya, cual pece asido al hamo
O como ciego pájaro que viene
Llamado con él son de su reclamo,
    Ni en dudas ni en peligros se detiene;
Quiere tomar prestado o con usura,
Sin ver si de pagarlo modo tiene;
    Promete allí sin tasa ni cordura,
Y niega que jamás dudase en algo,
Y aun para ganar crédito, lo jura.
    «Así lo creo yo de un noble hidalgo»,
Respondes tú, soltando la cadena;
Que quisiera yo más la de mi galgo.
    Atraviésase luego Magdalena,
Pide para chapines o una toca,
Y tu paje de lanza pide estrena:
    A aquella tú le dices: «Calla loca»;
Y a este otro: «¿Tú, rapaz, también te atreves?»
Y por detrás les señas con la boca.
    Ni a la carne se da tal priesa el jueves,
Como le dais vosotras, entre dientes
Diciendo: «Pagarás lo que no debes».
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Yo digo de vosotras (y es lo cierto)
Que sois de las fantasmas y visiones
Que vido san Antonio en el desierto.
    Debajo de esas ropas y jubones
Imagino serpientes enroscadas,
Uñas de grifos, garras de leones.
    Si sois fuera de casa convidadas,
Desecháis mil viandas, que son buenas,
Solo para fingiros delicadas:
    Tomaislas con dos dedos y aun apenas,
Ni dellas exhibís más que a un doliente
Le dan nuestros modernos Avicenas.
    Fingiros muy honestas juntamente,
Y a la palabra equívoca no clara
Le dais luego el sentido maldiciente;
    Y puestas ambas manos en la cara,
Llamáis al que la dijo torpe y necio,
Quizá porque mejor no se declara.
    Y con desdén y grande menosprecio
Burláis de algún galán, que por ventura
Os tuvo en su poder a poco precio.
    Pues quien del mal de amor sanar procura
En vuestras casas, si pudiere, os vea
Sin tanta gravedad y compostura:
    Y verá convertir lo que desea
En un fiero demonio, poco digo,
Si cosa se pudiese hallar más fea.



En la citada sátira de Bartolomé Leonardo de Argensola contra los vicios de la corte brilla a veces el fuego que tan bien asienta en la sátira, y que anima el siguiente pasaje:


    Tienen aqui jurisdicción expresa
Todos los vicios, y con mero imperio
De ánimos juveniles hacen presa:
    Juego, mentira, gula y adulterio,
Fieros hijos del ocio, y aun peores
Que los vio Roma en tiempo de Tiberio
    Y los de sus horribles sucesores;
Las noches de Calígula y de Nero
Son a nuestros portentos inferiores.
    De Sibaris al trato hallo severo,
Su juventud viciosa penitente,
Si con la de esta corte la confiero.
    Aquí es tenido en poco quien no miente,
Quien paga, quien no debe, quien no adula,
Y quien vive a las leyes obediente:
    Y admitido al honor quien disimula
En pacífica piel hambre de fiera,
Que con modesto nombre la intitula.
    Pasea el que en su patria no pudiera
Fiarse a su mujer, y por insultos
Quebró los grillos y la cárcel fiera:
    Religiosos apóstalas ocultos
En mentiroso traje de seglares,
Sediciosos y autores de tumultos.
    De semejantes monstruos, que a millares
Nuestro teatro universal admite.
De príncipes amigos familiares,
    Los nocturnos solaces del convite
En indecentes casas celebrado,
¿Hay aquí autoridad que los evite?



Otras veces toma el poeta el tono de la burla con bastante donaire; como cuando describe a un señorito mimado:


    Y entre nuestros preciados Españoles,
No robustos ni dados al trabajo,
Ni curtidos por hielos ni por soles,
    El que con traza escribe, es hombre bajo;
Y estiman por ilustre al que figura
Por letras unos pies de escarabajo,
    Que el diablo (a quien semeja su escritura)
No las descifrará, si en quince días
Con diabólica industria lo procura.
    Sus caracteres son, pero vacías
Señales; y así no las interpretes,
Como ellas lo merecen, por impías.
    Mas piensa la frialdad que en sus billetes
Desta letra verá Madamisela,
¡Que vocablos trocados, qué juguetes!
    Anda el confiadillo en centinela
Por lograr un conceto o dicho bueno;
Y alábolo si en esto se desvela:
    Pero vino a acostarse el vientre lleno
De pavo, y el celebro se le abrasa
Del gran licor que se avivó al sereno.
    Porque hizo media noche en cierta casa,
Hubo mimos, bailó la histrionisa
(Turba que en fiesta las tinieblas pasa).
    Duerme, y antes que pida la camisa,
Ya son las doce; y pasará buen rato,
Y perdone el precepto de la misa.
    ¡Pues cuán digno es de ver el aparato,
La priesa y ceremonia que anda entre ellos
Cuando se está vistiendo el mentecato:
    Un ministro le crespa los cabellos,
Mientras que el otro allá formas inventa
(Mas que las del panal) de abrir los cuellos.
    Di, el brasero y los hierros que calienla,
¿No le condenarán por cirujano,
Que apercibe cauterios, legra y tienta?
    Todos andan vistiendo a don Fulano,
Porque él de flojo y lánguido no puede
A tales usos alargar la mano:
    O piensa que es grandeza, y finge adrede
No saberse vestir; porque el aseo
Solamente a los siervos se concede.



También se entretiene el poeta en pintar con viveza los inconvenientes materiales de la corte, como ya lo hizo Juvenal en una de sus sátiras, imitada luego por Boileau:


    Como aquí de provincias tan distantes
Concurren o por gracia o por justicia
Diversas lenguas, trajes y semblantes;
    Necesidad, favor, celo, codicia
Forman tumulto, confusión y priesa,
Tal que dirás que el cielo se desquicia.
    Tropel de litigantes atraviesa
Con varias quejas, varios ademanes,
Sus causas publicando en voz expresa.
    Entre mil estropeados capitanes,
Que ruegan y amenazan todo junto,
Cuando nos encarecen sus afanes,
    Los vivanderos gritan, y en un punto
Cruzan entre los coches los entierros,
Sin que a dolor ni horror mueva el difunto.
    Las voces, los ladridos de los perros,
Cuando acosan la fiera, aquí resuenan,
Y aquí forjan los Cíclopes sus hierros.
    Todos esperan y discordes penan,
Según la disonancia de los fines,
Y prosiguen lo mismo que condenan.



Ni le falta al poeta el arte de mezclar hiel con la tinta, para hacerla más corrosiva; como cuando zahiere con acrimonia a las dueñas encubridoras:


    Ni a vosotras, o tocas reverendas,
Autoridad y norte de la casa,
Ha de negar mi Musa sus ofrendas.
    Por vuestras manos su comercio pasa,
Los lechos conyugales y aun las cunas
Mancilla vuestra industria o las abrasa.
    El agraz virginal de las alumnas
A las prensas arroja aun no maduro,
Sin aguardar tardanzas importunas.
    Descoyunta el candado, humilla el muro,
En la familia toda infunde sueño,
Introduce al adúltero seguro:
    Ni un fiel ladrido ni un rumor pequeño
A su eficaz superstición se opone,
De las potencias absoluto dueño.
    Pero no he de negar, que aunque aficione
La inclinación al gusto, hay otra rueda
Superior que esta máquina compone:
    La grave autoridad de la moneda,
Del áspero desdén nunca ofendida,
Porque jamas oyó respuesta aceda.



Este último pasaje bastaría por sí solo para probar el mérito de Bartolomé de Argensola: ¡cuánta originalidad en la expresión, y qué elección tan oportuna de palabras!

Entre los poetas satíricos que ha poseído España, Quevedo es el más parecido a Juvenal, a quien imitó en muchas buenas prendas, aventajó en algunas, y excedió lastimosamente en todos sus defectos: puro y rico en el habla, fácil en la versificación hasta tocar en desaliño, sutil por sobradamente ingenioso, fuerte y enérgico unas veces, y otras burlador y jovial, aficionado a la exageración y a la hipérbole, contagiado ya con los resabios de su siglo, dotado de gran talento y de vastísima instrucción, Quevedo presenta en sus obras ancho campo a la admiración y a la censura. Sus sátiras muestran en mil ocasiones la fuerza y valentía unidas a la gracia y a la soltura; pero al lado de estas dotes aparece la afectación; la libertad agradable se trueca frecuentemente en licencia, la riqueza en prodigalidad, y los chistes en bufonadas.

Mal acuerdo fue dirigir al conde de Olivares, durante su valimiento, una poesía contra la degradación en que iban cayendo los Españoles; pero en ella se advierte con gusto que no solo era Quevedo apto para chancear con gracejo, sino que sabía tomar el tono grave que conviene a un censor:


    Yace aquella virtud desaliñada
Que fue, si rica menos, más temida,
En vanidad y en sueño sepultada;
    Y aquella libertad esclarecida
Que en donde supo hallar honrada muerte,
Nunca quiso tener más larga vida:
    Y pródiga del alma, nación fuerte,
Contaba por afrenta de los años
Envejecer en brazos de la suerte.
    Del tiempo el ocio torpe y los engaños
Del paso de las horas y del día
Reputaban los nuestros por extraños.
    Nadie contaba cuánta edad vivía,
Sino de qué manera; ni aun un hora
Lograba sin afán su valentía.
    La robusta virtud era señora
Y sola dominaba al pueblo rudo;
Edad, si mal hablada, vencedora.
    El temor de la mano daba escudo
Al corazón, que en ella confiado
Todas las armas despreció desnudo.
    Multiplicó en escuadras un soldado
Su honor precioso, su ánimo valiente,
De sola honesta obligación armado;
    Y debajo del cielo aquella gente,
Si no a más descansado, a más honroso
Sueño entregó los ojos, no la mente.
    Hilaba la mujer para el esposo
La mortaja primero que el vestido;
Menos le vio galán que peligroso.
    Acompañaba el lado del marido
Más veces en la hueste que en la cama;
Sano le aventuró, vengole herido.
    Todas matronas, y ninguna dama:
Que nombres del halago cortesano
No admitió lo severo de su fama.
    Derramado y sonoro el Oceano
Era divorcio de las rubias minas,
Que usurparon la paz del pecho humano.
    Ni Ies trajo costumbres peregrinas
El áspero dinero, ni el Oriente
Compró la honestidad con piedras finas.
    Joya fue la virtud pura y ardiente;
Gala el merecimiento y alabanza;
Solo se codiciaba lo decente
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Del mayor infanzón de aquella pura
República de grandes hombres era
Una vaca sustento y armadura.
    No había venido al gusto lisonjera
La pimienta arrugada, ni del clavo
La adulación fragante forastera:
    Carnero y vaca fue principio y cabo;
Y con rojos pimientos y ajos duros
Tan bien como el señor comió el esclavo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Las descendencias gastan muchos Godos;
Todos blasonan, nadie los imita;
Y no son sucesores, sino apodos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    Hoy desprecia el honor al que trabaja;
Y entonces fue el trabajo ejecutoria,
Y el vicio graduó la gente baja.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
    ¡Qué cosa es ver a un infanzón de España,
Abreviado en la silla a la jineta,
Y gastar un caballo en una caña!
    Que la niñez al gallo le acometa
Con semejante munición apruebo;
Mas no la edad madura, la perfeta:
    Ejercite sus fuerzas el mancebo
Enfrente de escuadrones, no en la frente
Del útil bruto la hasta del acebo.
    El trompeta le llame diligente,
Dando fuerza de ley el viento vano,
Y al son esté el ejército obediente.
    ¡Con cuánta majestad llena la mano
La pica, y el mosquete carga el hombro
Del que se atreve a ser buen Castellano!



En la Sátira sobre los peligros del matrimonio, imitó Quevedo en algunos pasajes a Juvenal, como cuando describe la liviandad de Mesalina; y si abusó frecuentemente de su facilidad y de su ingenio, los empleó no pocas veces con acierto: contestando a un amigo que le proponía que se casase, le dice con vehemencia:


    ¿He yo burlado a tu mujer oronda?
He aclarado el secreto de la penca?
¿Llevé a tu hija robada a Trapisonda?
    ¿Quemé yo tus abuelos sobre Cuenca,
Que en polvos sirven ya de salvadera,
Aunque pese a la sórdida Zellenca?
    Pues si de estas desgracias verdaderas
No tengo yo la culpa, ni del daño
Que eternamente por su medio esperas;
    Dime, ¿por qué con modo tan extraño
Procuras mi deshonra y desventura,
Tratando fiero de casarme ogaño?
    Antes para mi entierro venga el cura
Que para desposarme; antes me velen
Por vecino a la muerte y sepultura;
    Antes con mil esposas me encarcelen,
Que aquesa tome; y antes que si diga,
La lengua y las palabras se me hielen.
    Antes que yo le dé mi mano amiga,
Me pase el pecho una enemiga mano;
Y antes que el yugo que las almas liga
    Mi cuello abrace, el bárbaro Otomano
Me ponga el suyo y sirva yo a sus robos;
Y no consienta al himeneo tirano.
    Eso de casamientos a los bobos;
Y a los que en ti no están escarmentados,
Simples corderos que degüellan lobos.



Libre y desenvuelto, deja correr la pluma al trazar la torpe corrupción de algunos maridos:


    Así que por contrario de más brío
Tengo, Polo cruel, al que me casa
Que al que me saca al campo en desafío.
    Júzgalo, pues que puedes, por tu casa,
Fiero atril de san Lucas, cuando bramas
Obligado del mal que por ti pasa:
    Los hombres que se casan con las damas,
Son los que quieren ver de caballeros
Sillas en casa llenas, llenas camas;
    Ver, sin saber de dónde, los dineros,
Que los lleven en medio los señores,
Que les quiten los grandes los sombreros,
    Que los curen de balde los doctores...



Aun pasa más allá en algún otro pasaje de la misma sátira, violando como solía los justos límites de la decencia; por lo que me reduciré a copiar el siguiente retazo de la misma composición, bastante a dar idea de Quevedo, pues que descubre al mismo tiempo la agudeza y facilidad de que tan frecuentemente abusaba:


    Con una cruz empiezan tus renglones,
Y juzgo que la envías por retrato
De la fiera mujer que me dispones:
    Luego tras uno y otro garabato.
Me llamas libre porque no te escribo,
Áspero, duro, zahareño, ingrato.
    Dices que te responda si estoy vivo;
Si lo debo de estar, pues tanto siento
La amarga hiel que en tu papel recibo.
    Ofrécesme un soberbio casamiento,
Sin ver que el ser soberbio es gran pecado,
Y que es humilde mi cristiano intento.
    Escribes que por verme sosegado
Y fuera de este mundo, quieres darme
Una mujer de prendas y de estado;
    Bien haces, pues que sabes que el matarme
Para sacarme de este mundo importa,
Y el morir se asegura con casarme.
    Dícesme que ta vida es leve y corta,
Y que es la sucesión dulce y suave;
Y al matrimonio Cristo nos exhorta:
    Que no ha de ser el hombre cual la nave
Que pasa sin dejar rastro ni seña,
O como en el ligero viento el ave.
    ¡Oh, si aunque yo pagase el fuego y leña,
Te viese arder, infame, en mi presencia,
Y en la de tu mujer que te desdeña!
    Yo confieso que Cristo da excelencia
Al matrimonio santo y que lo aprueba;
Que Dios siempre aprobó la penitencia.
    Confieso que en los hijos se renueva
El cano padre para nueva historia,
Y que memoria deja de sí nueva;
    Pero para dejar esta memoria,
Le dejan voluntad y entendimiento,
Y verdadera por soñada gloria.
    Dices que para aqueste casamiento
Una mujer riquísima se halla,
Con el de grandes joyas ornamento.
    Has hecho mal, o mísero, en buscalla
Con tan grande riqueza; que no quiero
Tan rica la mujer para domalla.
    Dices que me darán mucho dinero
Porque me case; lo barato es caro;
Recelo que me engaña el pregonero.
    Su linaje, me dices, que es muy claro;
Nunca para las bodas lo hubo oscuro,
Ni ya suele ser eso gran reparo.
    Muéstrasmela vestida de oro puro;
Y como he visto píldoras doradas,
En ella temo bien lo amargo y duro.
    Que hermanos tiene y madre muy honrada,
Cuentas; o coronista adulterado,
¡Tú las quieres también emparentadas!
    De su buen parecer me has informado,
Como si por ventura la quisiera
Por su buen parecer para letrado.
    Que tiene condición de blanda cera:
Bien me parece, Polo; pero temo
Que la derrita como a tal cualquiera.
    Gentil mujer la llamas por extremo,
Por gentil me la alabas y prefieres;
Solo ya te faltaba el ser blasfemo.
    Nunca salgas, traidor, de entre mujeres;
Mujer sea el animal que te destruya,
Pues tanto a todas sin razón las quieres.



En el último tercio del pasado siglo se publicaron en un periódico de Madrid dos sátiras sin nombre de autor; pero que conocidamente son de don Melchor Gaspar de Jovellanos, Español digno de otro siglo, y que reunía al saber más profundo un talento vario y ameno. En ellas se advierte por desgracia algún otro pasaje poco limado, y frecuentemente cierta falta de cadencia y fluidez en la versificación; pero a pesar de estas imperfecciones y de alguna expresión poco modesta, que pudiera haberse suprimido sin menoscabo de la gracia, en todo lo demás pueden presentarse ambas sátiras como dos excelentes modelos. En una de ellas contra la mala educación de la juventud noble, se muestra el autor más jovial que en la otra, divirtiéndose en pintar figuras ridículas con los colores más vivos y adecuados:


    ¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
De pardomonte envuelto, con patillas
De tres pulgadas afeado el rostro,
Magro, pálido y sucio, que al arrimo
De la esquina de enfrente nos acecha
Con aire sesgo y baladí? Pues ese,
Ese es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetín, las anchas bragas,
Y el albornoz no sin primor terciado,
No te lo han dicho; si los mil botones
De filigrana berberisca, que andan
Por los confines del jubón perdidos,
No lo gritan; la faja, el guadijeño,
El arpa, la bandurria y la guitarra
Lo gritarán.



Para servir de pareja al retrato anterior, traza después el poeta este otro:


    ¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
Un alfeñique perfumado y lindo,
De noble traje y ruines pensamientos?
Admiran su solar el alto Auseva,
Linia, Pamplona o la feroz Cantabria;
Mas se educó en Sorez: París y Roma
Nueva fe le infundieron; vicios nuevos
Le inocularon. Cátale perdido.
No es ya el mismo: ¡oh cual otro el Bidasoa
Volvió a pasar! ¡Cuál habla por los codos!
¡Quién calará su atroz galimatías?
Ni Du-Marsais ni Aldrete lo entendieran.
Mira cual corre, en polisón vestido,
Por las mañanas de un burdel en otro,
Y entre alcahuetas y rufianes bulle!
No importa: viaja incógnito, con palo,
Sin insignias y en frac; nadie le mira.
Vuelve, se adoba, sale y huele a almizcle
Desde una milla. ¡Oh, cómo el sol chispea
En el charol del coche ultramarino!
¡Cuál brillan los tirantes carmesíes
Sobre la negra crin de los frisones!
Visita, come en noble compañía;
Al Prado, a la luneta, a la tertulia,
Y al garito después: ¡qué digna vida!
¡Digna de un noble! ¿quieres su compendio?
« P...., jugó, perdió salud y bienes;
Y sin tocar a los cuarenta abriles,
La mano del placer le hundió en la huesa».



Con la misma viveza que retrata las personas, presenta el poeta a la vista todos los objetos que describe: ¿se trata de la antigua casa de un noble? nos parece que estamos en ella:


    Sobre el portón de su palacio ostenta
Grabado en berroqueña un ancho escudo,
De medias lunas y turbantes lleno:
Nácenle al pie las bombas y las balas
Entre tambores, chuzos y banderas,
Corno en sombrío matorral los hongos.
El águila imperial con dos cabezas
Se ve picando del morrión las plumas
Allá en la cima; y de uno y otro lado,
A pesar de las puntas asomantes,
Grifo y león rampantes le sostienen:
Ve aquí sus timbres. Pero sigue, sube,
Entra y verás colgado en la antesala
El árbol gentilicio, ahumado y roto
En partes mil: verás que de sus ramas,
Cual suele el fruto en la pomposa higuera,
Sombreros penden, mitras y bastones:
En procesión aquí y allí caminan
En sendos cuadros los ilustres deudos,
Por hábil brocha al vivo retratados.
¡Qué gregüescos! ¡qué caras! ¡qué bigotes!
El polvo y telarañas son los gajes
De su vejez. ¿Qué más? hasta los duros
Sillones moscovitas, y el chinesco
Escritorio con ámbar perfumado,
En otro tiempo de marfil y nácar
Sobre ébano embutido, y hoy deshecho,
La ancianidad de su solar pregonan.



Si del antiguo palacio de un noble desciende el poeta a pintar la humilde casa de una cortesana, halla en su paleta colores igualmente propios:


                                No adornaban
Tu casa entonces, como ogaño, ricas
Telas de Italia o de Cantón, ni lustros
Venidos del Adriático, ni alfombras,
Sofá otomano, o muebles peregrinos:
Ni la alegraban, de Bolonia al uso,
La simia, il papagallo e la spineta.
La salserilla, el zahumador, la exponía,
Cinco sillas de enea, un pobre anafe,
Un bufete, un velón y dos cortinas,
Eran todo tu ajuar; y hasta la cama,
Do alzó después tu trono la fortuna,
¡Quién lo diría! entonces era humilde.



Parecía que el poeta se había estado divirtiendo a costa de la disolución y extravíos de los jóvenes a quienes zahiere; pero su amarga risa no era sino de indignación; y llegando esta a cierto punto, rebosa, por decirlo así, a pesar del poeta, que al instante toma el tono áspero y vehemente del enojo:


    ¿Cuántos, o Arnesto, así? Si alguno escapa,
La vejez se anticipa y le sorprende;
Y en cínica e infame soltería,
Solo, aburrido y lleno de amarguras,
La muerte invoca, sorda a su plegaria.
Si antes al ara de himeneo acoge
Su delincuente corazón, y el resto
De sus amargos días le consagra,
¡Triste de aquella que a su yugo unida
Víctima cae! Los primeros meses
La lleva en triunfo acá y allá, la mima,
La galantea palco, diges, galas,
Coche a la inglesa ¡Míseros recursos!
El buen tiempo pasó. Del vicio infame
Corre en sus venas la cruel ponzoña:
Tímido, exhausto, sin vigor ¡qué rabia!
El tálamo es su potro.



Hablando de la oda sublime, se dijo que el entusiasmo autorizaba en ella cierto desorden bellísimo; y del mismo modo es muy natural y oportuno en la sátira cierto desenlace aparente, que anuncia el ímpetu de la indignación, cual si no consintiese al poeta detenerse a recorrer las ideas intermedias. En la composición citada se halla un ejemplo de esta clase: después de aludir el poeta al estado de flaqueza a que ha reducido el vicio a la generación actual, prosigue de esta manera:


                            Apenas de hombres
La forma existe ¿A dónde está el forzudo
Brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello
O de Paredes los robustos hombros?
¿El pesado morrión, la penachuda
Y alta cimera acaso se forjaron
Para cráneos raquíticos? ¿Quien puede
Sobre la cuera y enmallada cota
Vestir ya el duro y centellante peto?
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?... Vuelve, fiero Berberisco, vuelve,
Y otra vez corre desde Calpe al Deva,
Que ya Pelayos no hallarás ni Alfonsos
Que te resistan; débiles pigmeos
Te esperan: de tu corva cimitarra
Al solo amago caerán rendidos.



Cualquiera advierte la bellísima transición con que interrumpiendo al parecer su discurso, salta el poeta a una idea que parece distante, pero que está en el fondo enlazada con la precedente.

Después de expresar con fuego el riesgo que corre la patria, necesitaba el poeta desahogar su corazón con sentidas quejas; y así se le oye, al concluir, declamar con vehemencia:


    ¡Y es esto un noble, Arnesto! ¡Aquí se cifran
Sus timbres y blasones! De qué sirven
La clase ilustre, una alta descendencia
Sin la virtud? Los nombres venerandos
De Laras, Tellos, Haros y Girones
¿Qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
La fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
A quienes fía su defensa el trono?
¿Es esta la nobleza de Castilla?
¿Es este el brazo un día tan temido,
En que libraba el castellano pueblo
Su libertad? ¡Oh vilipendio! ¡oh siglo!



La otra sátira de Jovellanos, contra la corrupción de costumbres, presenta un carácter muy distinto de la anterior: en ella se ve al poeta animado desde el principio de otro sentimiento, que le consiente apenas divertirse en tono festivo, y antes bien le induce a expresarse con la energía severa de magistrado:


    Ya la notoriedad es el más noble
Atributo del vicio, y nuestras Julias,
Más que ser malas, quieren parecerlo.
Hubo un tiempo en que andaba la modestia
Dorando los delitos: hubo un tiempo
En que el recato tímido cubría
La fealdad del vicio; pero huyose
El pudor a vivir en las cabañas.
Con él huyeron los felices días,
Que ya no volverán; huyó aquel siglo
En que las necias burlas de un marido
Las bascuñanas crédulas tragaban;
Mas hoy Alcinda desayuna al suyo
Con ruedas de molino, triunfa, gasta,
Pasa saltando las eternas noches
Del crudo enero, y cuando el sol tardío
Rompe el oriente, admírala golpeando,
Cual si fuese una extraña, el propio quicio.



Las funestas consecuencias de los malos casamientos encienden la imaginación del poeta descubriéndose en sus acentos el tono vehemente de una justa ira:


                        ¡Qué de males
Esta maldita ceguedad no aborta!
Veo apagadas las nupciales teas
Por la discordia con infame soplo
Al pie del mismo altar; y en el tumulto,
Brindis y vivas de la tornaboda,
Una indiscreta lágrima predice
Guerras y oprobios a los mal unidos:
Veo por mano temeraria roto
El velo conyugal; y que corriendo
Con la impudente frente levantada
Va el adulterio de una casa en otra;
Zumba, festeja, ríe, y descarado
Canta sus triunfos, que tal vez celebra
Un necio esposo, y tal de un hombre honrado
Hieren con dardo penetrante el pecho,
Su vida abrevian, y en la negra tumba
Su error, su afrenta y su despecho esconden.



Lleno el poeta de indignación a vista de tamaños males, se vuelve con ímpetu contra los extravíos de la opinión y la parcialidad de las leyes:


    ¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa
Te hizo fiar a guardas tan infieles
Tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis,
Tu brazo sobornó? Le mueves cruda
Contra la triste víctima que arrastra
La desnudez y el desamparo al vicio;
Contra la débil huérfana, del hambre
Y del oro acosada, o al halago,
La seducción y al tierno amor rendida:
La expilas, la deshonras, la condenas
A incierta y dura reclusión; y en tanto
Ves indolente en los dorados techos
Cobijado el desorden, o le sufres
Salir en triunfo por las anchas plazas;
La virtud y el honor atropellando
.


El que siente con vehemencia, se expresa con rapidez; y al punto percibimos en la velocidad con que se agolpan las ideas y las palabras, que es cierto y no fingido el estado de agitación en que se nos muestra el poeta:


    Ya ni el rico Brasil ni las cavernas
Del nunca exhausto Potosí nos bastan
A saciar el hidrópico deseo,
La ansiosa sed de vanidad y pompa.
Todo lo agotan; cuesta un sombrerillo
Lo que antes un estado, y se consume
En un festín el dote de una infanta.
Todo lo tragan; la riqueza unida
Va a la indigencia: pierde, pordiosea
El noble, engaña, empeña, malbarata,
Quiebra y perece; y el logrero goza
Los pingües patrimonios, premio un día
Del generoso afán de altos abuelos.
¡Oh ultraje! ¡oh mengua! todo se trafica:
Parentesco, amistad, favor, influjo;
Y hasta el honor, depósito sagrado,
O se vende o se compra.



Creo que los pasajes citados, y no son los únicos de mérito, bastarán para comprobar cuan merecidos sean los elogios que se han dado a estas composiciones.

No siempre la sátira asesta sus tiros contra los vicios o los defectos ridículos de las costumbres, sino que también se burla con donaire de los malos escritos, trocándose de moral en literaria: a cuya última clase pertenecen algunas de las antiguas, como dos de Barahona de Soto y alguna composición de Villegas; y muy superior a todas las publicadas en época precedente la que se imprimió en el siglo último en el Diario de los literatos de España, encubriéndose su autor don José Gerardo de Herbas bajo el fingido nombre de Jorge Pitillas. Supónese en ella el poeta irritado al ver el estrago de la literatura, y animado del deseo de desahogar su bilis:


    No más, no más callar; ya es imposible:
Allá voy, no me tengan, fuera, digo;
Que se desata mi maldita horrible.
    No censures mi intento, Lelio amigo,
Pues sabes cuánto tiempo he contrastado
El fatal movimiento que ahora sigo.
    Ya toda mi cordura se ha acabado,
Ya llegó la paciencia al postrer punto,
Y la atacada mina se ha volado.
    Protesto, que pues hablo en el asunto,
Ha de ir lo de antaño y lo de ogaño,
Y he de echar el repollo todo junto.
    Las piedras que mil días ha que apaño,
He de tirar sin miedo, aunque con tiento,
Por vengar el común y el propio daño.
    Baste ya de un indigno sufrimiento,
Que reprimió con débiles reparos
La justa saña del conocimiento.
    He de seguir la senda de los raros;
Que mendigar sufragios de la plebe
Acarrea perjuicios harto caros;
    Y ya que otro no chista ni se mueve,
Quiero yo ser satírico Quijote
Contra todo escritor follón y aleve:
    Guerra declaro a todo monigote;
Y pues sobran justísimas razones,
Palo habrá de los pies hasta el cogote.



En todo el contexto de esta sátira reinan la viveza y facilidad, y abundan la sal y el donaire, como en estos pasajes dirigidos contra los corruptores de la lengua:


    Hablo francés aquello que me basta
Para que no me entiendan ni yo entienda,
Y a fermentar la castellana pasta.
    Y aun por eso me choca la leyenda,
En que no arriba hallarse un apanage
Bien entendido que al discreto ofenda.
    Batir en ruina es célebre pasaje
Para adornar una española pieza;
Aunque Galván no entienda tal potaje.
    ¿Qué es esto, Lelio, mueves la cabeza?
¿Que no me crees, dices? ¿Que yo mismo
Aborrezco tan bárbara simpleza?
    Tienes, Lelio, razón.



Y poco más allá, hablando del escrito de un pedante:


    El estilo y la frase inculta y fea
Ocupa la primera y postrer llana,
Que leo enteras sin saber que lea.
    No halla la inteligencia siempre vana
Sentido en que emplearse, y en las voces
Derelinques la frase castellana.
    ¿Por qué nos das tormentos tan atroces?
Habla, bribón, con menos ritornelos,
Al paso llano y sin vocales coces:
    Habla cómo han hablado tus abuelos,
Sin hacer profesión de boquilobo,
Y en tono que te entienda Cienpozuelos.
    Perdona, Lelio, el descortés arrobo;
Que en llegando a este punto, no soy mío,
Y estoy con tales cosas hecho un bobo:
    Déjame lamentar el desvarío
De que nuestra gran lengua esté abatida,
Siendo de la elocuencia el mayor río.
    Es general locura tan crecida,
Y casi todos hablan cual pudiera
Velloso Geta o rústico Numida.



El poeta toma para sus pinturas una brocha cargada de color fuerte, y la maneja luego con la mayor facilidad y desenfado: así habla de un mal libro:


    Fíjanse en las esquinas cartelones,
Que al poste más macizo y berroqueño
Le levantan ampollas y chichones.
    Un título pomposo y halagüeño,
Impreso en un papel azafranado,
Da del libro magnífico diseño.
    Atiza la gaceta por su lado,
Y es gran gusto comprar por pocos reales
Un librejo amarillo y jaspeado.
    Caen en la tentación los animales,
Y aun los que no lo son; porque desean
Ver a sus compatriotas racionales;
    Pero ¡oh dolor! mis ojos no lo vean:
Al leer del frontis el renglón postrero,
La esperanza y el gusto ya flaquean;
    Marín, Sanz o Muñoz son mal agüero;
Porque engendran sus necias oficinas
Todo libro incivil y chapucero.
    Crecen a cada paso las mohínas,
Viendo brotar por planas y renglones
Mil sandeces insulsas y mezquinas,
    Toda dedicatoria es clausulones
Y voces de pie y medio, que al Mecenas
Le dan, en vez de incienso, coscorrones.



Amenaza el poeta con censurar, señalándolos con sus propios nombres, a tanto mal escritor, de la misma suerte que lo hicieron los mejores satíricos antiguos y modernos, con cuyo ejemplo se apoya; respondiendo así al amigo que se esforzaba por disuadirle:


    Cesen ya Lelio, pues, tus displicencias;
Y a vista de tan nobles ejemplares
Ten los recelos por impertinencias;
    Y excusemos de dares y tomares,
Que el hablar claro siempre fue mi maña
Y me como tras ello los pulgares.
    Conozco que el fingir me aflige y daña;
Y así a lo blanco siempre llamé blanco,
Y a Mañer le llamé siempre alimaña.
    No por eso mi genio liso y franco
Se empleará tan solo en la censura
Del escritor que cree cojo o manco.
    Con igual gusto, con igual lisura
Dará elogios humilde y respetoso
Al que goza en el mundo digna altura;
    Que no soy tan mohíno y escabroso
Que me oponga al honor, crédito y lustre
De autor que es benemérito y famoso.



Mas puesto que es tan corto el número de tales escritores, y tan abundante la cosecha de malos, insiste el poeta en su propósito, y concluye ratificándose en él, como estimulado cada vez más por el deseo que mostró al principio:


    De aquí adelante pienso desquitarme,
Tengo de hablar y caiga el que cayere;
Y en vano es detenerme y predicarme.
    Y si acaso tú ú otro me dijere
Que soy semipagano y corta pala,
Y que este empeño más persona quiere,
    Sabe, Lelio, que en esta cata y cala
La furia que me impele y que me ciega
Es la que el desempeño más señala:
    Que aunque es mi Musa principiante y lega,
Para escribir contra hombres tan perversos,
Si la naturaleza me lo niega,
La misma indignación me hará hacer versos.

autógrafo

Francisco Martínez de la Rosa


«Poética» (1843)

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