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RECUERDOS

                  I

Tantas esperanzas muertas
y tantos recuerdos vivos!
en el corazón humano
jamás se forma el vacío.

Nace una ilusión y muere;
pero su cadáver mismo
queda insepulto en el alma
y siempre en la mente fijo.

¡Ay! Por eso yo que os llevo
ha tantos años conmigo,
esperanzas engañosas
que me halagasteis de niño;

hoy que bajo el grave peso
de vuestro cadáver gimo,
¡infeliz de mí! quisiera
que nunca hubierais nacido.

                  II

¿Te acuerdas? Al pie de un árbol
en el jardín de tu casa,
el dulce y maduro fruto
ibas cogiendo en la falda.

Turbando nuestra alegría
crujió de pronto la rama,
diste un grito, y desplomado
caí sin voz a tus plantas.

No vi más; pero entre sueños
me pareció que escuchaba
desconsolados gemidos,
tiernas y amantes palabras.

Y cuando volví a la vida,
en una sola mirada
se besaron nuestros ojos
y se unieron nuestras almas.

                  III

¿Te acuerdas? Seis años hace
cuando por la vez primera
eterno amor nos juramos
y fidelidad eterna.

¡Cuán venturosas corrieron
las horas ¡ay! y cuán prestas!
un deseo, una esperanza
fue nuestra dulce existencia.

Turbose un día el encanto
de aquella pasión inmensa,
y el viento de la fortuna
llevome a lejanas tierras.

Colgándote de mi cuello,
en llanto amargo deshecha,
—vuelve, me dijiste,—vuelve;
que mi corazón te llevas.—

Volví... ¡Ya estabas casada!
y un ángel de rubias hebras
en tu regazo dormía
el sueño de la inocencia.

Posé, temblando, mis labios
en su faz blanca y risueña,
y al mirarte, vi que estabas
pálida como una muerta.

                  IV

Después, aturdido, ciego,
cuando me hirió el desengaño,
en tus queridas memorias
quise vengar mis agravios.

Busqué frenético el rizo
de tus cabellos castaños,
que en la postrer despedida
me diste, Inés, sollozando.

—Muera, dije—este recuerdo
de aquel corazón ingrato,
y arrastre el viento en cenizas
la inútil prenda que guardo.—

Mirela suspenso y mudo,
hasta que ahogándome el llanto,
en vez de arrojarla al fuego
la llevé ¡loco! a mis labios.

¡Ay! quiera Dios que no veas
presa en amorosos lazos,
al hijo de tus entrañas
llorar, como estoy llorando.

                  V

¿Te acuerdas cuando en los días
de mi secreto infortunio
dudaba yo de mí mismo,
pobre, olvidado y obscuro;

enjugando compasiva
mi llanto abundante y mudo,
—no desmayes, me dijiste,
que el porvenir será tuyo.

Yo compartiré contigo
lauros, honores y triunfos,
y a la sombra de tu fama
nuestro amor llenará el mundo.

Hoy rompe a veces mi nombre
la indiferencia del vulgo,
y a veces también su aplauso
trémulo y turbado escucho.

Pero como estás muy lejos,
y en vano te llamo y busco,
paréceme que resuena
en el hueco de un sepulcro.

1862.

autógrafo

Gaspar Núñez de Arce


«Gritos del Combate» (1904)

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