A LA VERDAD DIVINA
Llena mi casa está de la alegría
universal, y el corazón alerta
a todo lo que pasa por la puerta.
Y el corazón así calla y confía.
¿Quién me ha dado esta luz, que en mí no ardía?
¿Quién dejó mi heredad de amor cubierta?
¡Quién lo dirá! La noche está desierta.
¡Silencio. Elevación. Idolatría!
No ya mi voluntad, sino la eterna.
Y jubilosa el alma se prosterna
para adorar y en su fervor se obstina.
Pasan el ser, la voz, la luz, el viento,
y sólo queda ante mi arrobamiento,
radiante y pura la verdad divina.
Germán Pardo García