ALEJANDRO
Sanguinario y hermoso, parecía
núbil león de trágica melena.
Púgil solar, su desnudez serena
sobre la playa macedonia ardía.
Blandió su lanza cual ninguno. Hería
certero al corazón. Y la colmena
de su boca frutal estaba llena
de lívidos venenos y ambrosía.
La mano de Aristóteles, severa,
domar no pudo a la divina fiera,
ni presintió su vértigo Terpandro.
Se hundió su sepultura. No podía
la Tierra, —si más firme todavía
resistir el cadáver de Alejandro.
Germán Pardo García