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LA CADENA

          FANTASÍA

A MI AMIGO DON JUAN BELLO

«¡Ah! no es la muerte en la feroz contienda
La convicción de la verdad grandiosa,
Un cadáver tampoco es digna ofrenda
En tus altares, libertad gloriosa.
Para encontrar la verdadera senda
La razón es la antorcha Iuminosa.
Las armas, la palabra, la conciencia,
Y el himno de victoria, la clemencia.»

GUILLERMO MATTA

                        I

Yo solo y en silencio meditaba,
Mientras con tristes y pausados sones
Una campana lúgubre anunciaba
Que el año iba a expirar; y me decía,
Escuchando las tristes vibraciones
Que el eco quejumbroso repetia:
¡Un año más, otro átomo lanzado
A las ruinas y escombros del pasado!
Del edificio inmenso

¡De las edades, piedra desprendida,
Que aplastará en su rápida caída
Creencias, esperanzas, religiones,
Y aún no se despiertan las naciones!

¿Por qué seguimos en la misma vida?
¡Qué! ¿ya nuestras miserias, pequeñeces,
Ambiciones y viles intereses
Del todo no han colmado la medida?
¿Por qué no cesa la fatal contienda?
¿Por qué busca anhelante la memoria
En las nubes revueltas de la historia,
Una luz que ilumine nuestra senda?
¿Por qué la hermosa América, llamada
Virgen del mundo, está cual desgraciada
Niña que envejecieron los excesos,
Y compasión, sino desprecio, inspira?
¿Por qué el temor refrena nuestra ira
Y en frágil Iazo nos dejamos presos?
¿Por qué bajos y viles parecemos
Si es grande y noble el corazón humano?
Gritar los pueblos todos no podemos
AI ver tanto opresor, tanto tirano,
Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?

Mientras así pensaba, por mi frente
Una fúnebre nube se extendía:
El año había muerto; en son doliente
El eco su ¡ay! postrero repetía.
Y yo me sentí triste y agobiado,
Como si un mundo de esperanzas muertas
Pesase sobre mi ánimo angustiado.
Miré mis ilusiones, mustias, yertas,
Caer del corazón, cual fruto verde
Que antes de su sazón el árbol pierde;
Vi mis creencias vacilar; mis sueños
De gloria y ambición miré a mi lado,
No como antes, brillantes y risueños,
Sino como fantasmas del pasado
Que un conjuro diabólico evocaba.
¡Mi fe en el porvenir me abandonaba!
Y entonces en un mar, un mar sombrío,
De un horizonte nebuloso y denso,
Como el deseo dilatado, inmenso,
Perdiendo fuese el pensamiento mío.

Yo no sé si soñaba; mas sin tino
Mil confusas ideas me asaltaban,
Y por mi frente en raudo torbellino
Con espantosa rapidez cruzaban.

                        II

Fue un delirio tal vez... pero de pronto
Pareciome que un genio misterioso
De mi apartaba un velo nebuloso,
Con voz ronca diciéndome: ¡mirad!
Miré, y mis ojos delumbrados vieron
Un cuadro horrible... El universo entero
Me pareció un gigante prisionero
llorando su perdida libertad.

Sobre él pesaba una cadena inmensa;
De ella, un extremo al cielo suspendía
La Preocupación y el otro hacia
La Ignorancia al infierno descender.
Los miembros del gigante encadenado
Se agitaban en rudas convulsiones,
Intentando los fuertes eslabones
De la cadena inmensa desprender.

¡Esfuerzo inútil!... sus anillos duros
Pesaban desde incógnitas edades
Sobre imperios, naciones y ciudades
Sin tregua, sin piedad, sin compasión.
¡Y pueblos y familias e individuos,
Sin poder exceptuarse uno tan solo,
Arrastraban del uno al otro polo
De la fatal cadena un eslabón!

¡Horrible, horrible! yo exclamé: y entonces
Llegó distintamente a mis oídos
Un conjunto de quejas y gemidos,
Que me helaron de espanto y de terror.
¡Todo, todo sufría... el orbe entero
Con la voz de los vientos y los mares,
Exhalaba en mil quejas, los pesares
De un inaudito y bárbaro dolor!

Y oí en las nubes lastimeros ayes,
Y vi las olas de la mar con pena
Retorcerse gimiendo entre la arena,
O su frente en las rocas estrellar.
Cesabn los rumores; mas de nuevo
Resonaban mil roncos alaridos,
Y los añosos árboles vencidos
Volvían sus cabezas a inclinar.

Parecía que un ser indefinible
El espacio llenaba de lamentos,
Y chocando entre sí los elementos
Juntaban sus sollozos a su voz.
Tembló la tierra... Entonces en la cumbre
De una montaña, alzábase un madero,
Y vi enclavado en él a un prisionero
En la agonía de un suplicio atroz.

Era una santa víctima; su crimen
Era decir que todos son hermanos,
Sus culpas el poder de los tiranos,
Sus jueces las tinieblas del error.
Era, en fin, el espiritu del hombre,
La esencia santa, divinal y buena,
Que quiso quebrantar nuestra cadena,
Siendo sus armas caridad y amor.

¡Consumose el horrendo sacrificio!
Y la cadena un punto suspendida
Sobre la raza abyecta y maldecida
Volvió con mayor ímpetu a caer.
Las nieblas densas del callado olvido
La luz de los recuerdos embozaron;
La víctima y verdugos se olvidaron,
Y volvió el Universo a padecer.

                        III

Después siguió la noche, la noche más sombría,
A esa brillante aurora de dulce claridad.
¡Y vi sobre la tierra reinar la tiranía,
Y sobre los despojos de su poder de un día
Envuelta en mil horrores, morir la libertad!

Y presa en la cadena de anillos remachados
Miré la raza humana gimiendo de dolor,
Pedir cobarde gracia a déspotas soldados,
A déspotas tribunos, tiranos, potentados,
Y a déspotas que llevan cayado de pastor!

¡Y hasta el madero santo, el símbolo, el emblema
De una creencia dulce de pan y caridad,
Sirvió a los opresores como imperial diadema
Para elevarse altivos, lanzando el anatema
Que oía de rodillas la pobre humanidad!

¡Oh! cuánto sufrí entonces... la angustia, los dolores,
De mil generaciones que contemplé pasar
Sentí dentro del alma coln todos sus horrores:
Y aunque por sus miserias lloraba y sus errores,
¡Su infame cobardía no pude perdonar!

                        IV

Los siglos a los siglos sucedían.
Había visto mil generaciones,
Que ya en el polvo del no ser yacían,
Morir con sus creencias y ambiciones;
Pueblos que se elevaban y caían
Para dejar alzarse otras naciones,
Que a su turno, gastadas y sin brío,
Perdieron su gandeza y poderío.

Del César a los pies encadenada,
Y dormida en los fastos de su historia,
Había visto a Roma destronada,
Soñando acaso en su pasada gloria;
Y la tierra por ella esclavizada
Un tributo rindiendo a su memoria,
Esclava de la sierva, con respeto
Mirar de su poder el esqueleto.

Había visto dilatada guerra
Llena de grandes hechos de heroismo,
Con sangre humana enrojecer la tierra
En nombre de la fe del cristianismo.
Cuanto la historia de maldad encierra,
De grandeza, de gloria y fanatismo,
De sangre envuelta entre vapores rojos,
Todo había pasado ante mis ojos.

No hay para el genio ni el saber arcano
Dijo, y lanzose al piélago iracundo
Aquel que de las nieblas del oceano
Hiciera aparecer el nuevo mundo.
Mas por doquiera que el linaje humano
Llevaba glorias o dolor profundo,
Sobre su frente de fantasmas llena,
Pesabba un eslabón de la cadena.

Y siempre vi al gigante prisionero
Revolcarse en el polvo: ya orgulloso
Se levantaba airado y altanero
Para caer sin fuerzas y Iloroso;
Ya se quejaba en tono lastimero,
Y tornaba al estúpido reposo
A que el destino acaso lo condena;
¡Mas siempre lo envolvía la cadena!

                        V

Un prolongado grito a la distancia
Dejose oír: mi vista al mediodía
Dirigí con placer... ¡Era la Francia
Que el yugo de sus reyes sacudía!
Era un pueblo que armado de constancia,
De fe en el porvenir y de osadía,
Al combate lazábase altanero,
Queriendo libertar al prisionero.

Miré el santo combate: ya creía
Ver la cadena infame destrozada:
Ya la divina libertad veía
Sobre las ruinas del poder sentada.
El mundo, como yo, también seguía
Los lances de esa lucha encarnizada;
Pero, ¡qué horror,... mis ojos se nublaron
Y del cuadro de sangre se apartaron!

¿Qué había visto allí donde buscaba
La santa libertad? ¡Una bacante
Que en medio de cadáveres alzaba
Su inhumano y fatídico semblante!
Su planta en sangre humana se bañaba,
Era su oliva un hierro centellante,
¡De su dominación eran el fruto
La sangre, el duelo, la miseria, el luto!

¡No era esa no la libertad! ¡tampoco
Era ese pueblo un pueblo soberano!
¡A su sed de exterrninio era bien poco
El riego de un patíbulo inhumano!
¿Ese era un pueblo? ¡no, ese era un loco
Ebrio de sangre y de furor insano!
¡No, de la libertad jamás ha sido
Pedestal un cadalso enrojecido!

Pero quedaba aún una esperanza,
Y yo fijaba con afán mis ojos,
Buscando alguna estrella de bonanza
Entre esas nubes de vapores rojos:
¡Mi alma gritaba al pueblo, avanza, avanza!
Y vi de entre las ruinas y despojos
Alzarse entonce un genio sobrehumano...
¿Quién era el genio aquel?... ¡¡era un tirano!!

                        VI

La América a su vez aIzó la frente
Levantándose altiva y victoriosa;
No era la niña débil e inocente
Que miraba la Europa desdeñosa;
Era la virgen noble, independiente,
Que combatió con alma valerosa,
No contra un pueblo caro y bendecido,
Sino contra un sistsma carcomido.

Mas no rompió su victoriosa espada
La cadena fatal. — ¡Con férreos lazos
De espúreos hijos la ambición menguada
Traidoramente encadenó sus brazos!
¡Y cuando tras la lucha encarnizada
Pudo arrojar un cetro hecho pedazos,
Vio, transida de horror que otras prisiones
Reemplazaban los viejos eslabones!

                        VII

Volvió después la calma: el orbe entero
Enmudeció gimiendo.- Y vi con pena
Sollozar al gigante prisionero
Ligado siempre a la fatal cadena.
Todo volvió a sufrir.— Con lastimero
Acento se quejaban en la arena
Las olas de la mar, y el aire solo
Llevaba un ¡ay! del uno al otro polo.

                        VIII

Continuaba el silencio más profundo
Cuando otro grito se elevó de Francia,
Y al escucharlo, conmovido el mundo,
Levantose también con arrogancia.
Ya se traba el combate furibundo...
El ruido atruena el aire a la distancia...
La cadena en sus bases se estremece,
Y el entusiasmo en todas partes crece.

Yo sigo aquella lucha encarnizada
Con los ojos y el alma.— Ya en el suelo
Contemplo la cadena destrozada,
¡Y un sol de libertad miro en el cielo!
¡Mas, qué veo! la Francia encadenada
Su oprobio envuelve en un purpúreo velo!...
¿Los combatientes dónde están? — ¡murieron!
¿Los pueblos que se alzaron? — ¡sucumbieron!

Y vi a la noble, la infeliz Hungría,
Madre sin hijos sollozar doliente.
Su labio moribundo repetía:
La traición me vendió, del delincuente
Las manos manchará la sangre mía...
¡Caiga, caiga el baldón sobre su frente!
Después clamaba con los ojos fijos:
¡En dónde están mis desgraciados hijos!

Y vi a Polonia retorcer los lazos
De sus duras cadenas y prisiones,
Mientras tendía los exhaustos brazos
Implorando el favor de otras naciones.
Su seno estaba roto, hecho pedazos,
Pero aún había nobles corazones
Que con ella exclamaban: «¡No, jamás,
No Polonia, tú no perecerás!»

Y vi a Roma, panteón de las historias,
Matrona de sus hijas separada,
Que refiere a sus mármoles las glorias
Y las hazañas de su edad pasada;
La vi manchar sus palmas y victorias
Al invasor abriendo su morada...
¡Y un Papa con legiones extranjeras,
Fue el que manchó con sangre sus praderas!

¡Italia! bella y desgraciada Italia,
Tierra de amor, de dulce poesía,
Yo te vi doblegada a la sandalia
De aquel que librarte prometía!
¡Pero temblad! Su justa represalia
Debe tomar la libertad un día,
¡Y entonces mostrarás a las naciones
Lo que sabes hacer de tus Nerones!

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Y vi otros pueblos que en el pecho heridos,
Regando con su sangre sus hogares,
Cayeron ya sin fuerzas y rendidos
Al peso del dolor de sus pesares.
Los ayes de los pueblos oprimidos
Con sus alegres vivas y cantares
Despreciando su llanto y sus dolores,
Ahogaban los triuntantes opresores.

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Quise ver si en la América se habían
Roto al menos los duros eslabones;
Mas también las repúblicas gemían
O luchaban aún en sus prisiones.
Unas debilitadas se rendían,
Divididas las otras en fracciones
En fraticidas luchas malgastaban
Las fuerzas y el poder que les quedaban.

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Alzarse vi del Plata en la ribera
Con el acero vengador en mano
Entusiasmada una nación entera,
Y derrocar un bárbaro tirano.
¡Pero después de la contienda fiera
El hermano se armó contra el hermano,
Tornando el gozo de la patria en llanto,
Y en ambición el patriotismo santo!

Vi mi patria también... Un negro velo
¡Cubrió entonces mis ojos! ¿Quién podría
Describir el amargo desconsuelo
Que sintió en ese instante el alma mía?
¡Nadie!, ¡jamás!... Un círculo de hielo
Al parecer el pecho me oprimía.
Yo era todo dolor... Mas no, callemos,
No digamos qué vi... ¡¡pero lloremos!!

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                        IX

Yo incliné al suelo mi abatida frente;
Pero de nuevo el genio misterioso
Volvió a apartar el velo nebuloso,
Con voz ronca diciéndome: ¡mirad!
¡Miré y mis ojos deslumbrados vieron
Un cuadro horrible! ¡El universo entero
Me pareció un gigante prisionero
Llorando su perdida libertad!

Sobre él pesaba una cadena inmensa;
De ella un extremo al cielo suspendía
La Preocupacion, y el otro hacia
La Ignorancia al infierno descender.
Los miembros del gigante encadenado
Se agitaban en rudas convulsiones,
Intentando los fuertes eslabones
De la cadena inmensa desprender.

¡Esfuerzo inútil! sus anillos duros
Pasaban desde incógnitas edades
Sobre imperios, naciones y ciudades,
Y el gigante cautivo iba a morir.
Yo lo miraba exánime... ¡Un cadáver
En su lecho de muerte parecía!
Pero una voz de lo alto, me decía:
¡No desmayes, es vuestro el porvenir!

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                        X

¡Venid, venid proscritos! a lo lejos
Ténue fulgor a divisar se alcanza:
¡Miradlo! ¿no lo veis? ¡Son los reflejos,
De un sol de libertad y de esperanza!
Que presida la fe vuestros consejos
La fe en el porvenir. En la balanza
De los destinos del linaje humano,
¡Pesará la justicia y no un tirano!

Venid proscritos: el cantor os llama,
El cantor, que a través de mil horrores
Ha distinguido la fecunda llama,
Que el porvenir coronará de flores!
Venid, venid: mi corazón os ama,
Que si lloráis vosotros los dolores
De vuestra patria, con respeto santo,
Yo con el vuestro mezclaré mi llanto!

¡Venid proscritos, víctimas gloriosas,
De la persecución de los tiranos!
Hermanas son las almas generosas.
¡Todos los que han sufrido son hermanos!
Venid, mil realidades venturosas
Allá del porvenir en los arcanos,
Sostenida en su fe por la esperanza,
El alma ahora en su delirio alcanza!

Nobles sectarios de la grande idea,
Largo será el combate y muy penoso,
Pero tendréis después de la pelea
Un porvenir espléndido y glorioso.
En él el pensamiento se recrea,
Y aunque el presente es triste y doloroso
No desmayéis, tras del combate fiero
Los laureles aguardan al guerrero!

¡Es nuestro el porvenir! ¡Cual muchos otros
A ver el nuevo sol no alcanzaremos!
Mas no importa, valor: tras de nosotros
Nuestros hijos vendrán. ¡No desmayemos!
Todo lo espera el mundo de vosotros;
La libertad sin sangre conquistemos;
El orbe aguarda con los ojos fijos
¡Que demos este bien a nuestros hijos!

¡Es nuestro el porvenir! ¡Caiga en pedazos
La cadena fatal que al mundo oprime!
Despedacemos los odiosos lazos
En que el gigante aprisionado gime!
¿No son bastante fuertes nuestros brazos?
¿No es este el fin más santo, más sublime?
No hagáis que en vano el porvenir aguarde,
¡Marchad! ¡Caiga el baldón sobre el cobarde!

Si ambiciones bastardas las separan,
Hermanas son y han sido las naciones;
Y a unirlas para siempre se preparan
En silencio los nobles corazones.
Los destinos jamás su vuelo paran,
Guerra, pues a funestas ambiciones:
¡Es nuestro el porvenir! ¡No haya tiranos,
Ni oprimidos; los hombres son hermanos!

¡El porvenir es nuestro! Esa cadena
Que pesa ahora sobre el orbe entero,
Tiembla en sus bases, y al romperse suena
¡Porque va a libertarse el prisionero!
Se agita el alma de entusiasmo llena,
Se alienta el corazón y dice: ¡espero!
¡Es nuestro el porvenir y la victoria!
Pueblos del universo, ¡gloria gloria!

autógrafo

Guillermo Blest Gana


Sonetos y fragmentos (Obras completas)

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