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¡NUNCA!

Fría como la aurora se refleja
En mi alma tu candida hermosura,
Y emana suave un esplendor sereno
De mi esperanza efímera en la tumba.

Sobre ella pasas sin saberlo acaso,
Pues un dulce misterio la circunda,
Cuando, de gracia plena, te diriges
Bella y triunfante al templo de las musas.

No te detengas, no, si al sauce triste
Ves allí suspendida una harpa muda.
Si del aura el espíritu flotante
Tu dulce nombre en derredor pronuncia.

Cual una virgen druida que se interna
De la sagrada selva en la espesura.
Así te vi pasar en mis ensueños
Al rayo azul de la argentada luna.

A tu presencia una ilusión celeste
La lobreguez de mi destino alumbra:
Enagenado derramé a tus plantas
De ámbar y nardo mis colmadas urnas.

En el cielo fijaste la mirada
Sublime— y tierna y pálida y confusa,
Extendiendo hacia mi la nivea mano.
Con voz sentida me dijiste:—¡Nunca!...

¡Nunca!... la noche oscureció mí alma,
La noche del dolor y de la culpa,
Y el armonioso genio de mi vida
Se perdió sollozando entre la bruma.

En las espinas del camino agreste
En jirones rasgó la blanca túnica;
Al viento deshojóse la guirnalda
Con que al verte ciñó su frente augusta.

Hosca la suerte en mi existencia estéril
Esparció afán; un cántico es la tuya
Que las flores brillantes del Olimpo
Con esencias suavísimas perfuman.

Límpida mana y virginal la fuente,
De sus días azules; allí arrullan
Los candidos amores y en sus aguas
Bañan risueños sus doradas plumas.

Sigue pues, esquivándote a mi afecto,
Soñadora vestal tu fácil ruta,
Y que el pesar a cuya sombra vivo
Las rosas de tu sien no agoste nunca!

autógrafo

Carlos Guido y Spano


«Hojas al viento» (1879)

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