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DÍA DE CENIZA

Y habló sobre mi frente la Ceniza
para decirme que la sima obscura
recogerá tras la sangrienta liza
los restos de mi ajada vestidura.

Y entre la gruta de los negros Hados,
en el regazo de la Noche ciega,
seco montón de huesos desatados
verá la luz si a acariciarme llega.

Hoy el pálido numen de lo inerte
a su callada soledad convida
al que vive soñando con la Muerte
y al que muere soñando con la Vida.

Allí, bajo la cúpula sagrada
donde alivian su espíritu los hombres,
al correr de la turbia marejada
oí sus ritos y olvidé sus nombres.

«¡No nos dejen morir! La luz colora
cálidos horizontes. Vuela, oh nave,
tajando azul con tu luciente prora,
¡todo es sol, todo es verde, todo es ave!»

(¡Ay si el dulce clamor de los Amados
abre el piélago vórtice que crispa!
¡si en medio de la mar desembarcados
se apaga su fulgor como una chispa!)

«No nos dejen vivir! Un astro yerto
que empuja el huracán por el desvío
alumbra las arenas del desierto...
¡todo es hiel, todo es sombra, todo es frío!

»Vivir, vivir hasta que el diente agudo
del último dolor el pecho muerda,
y la Esperanza, bajo el golfo mudo,
hunda el último mástil y se pierda»...

(¡Oh, los ancianos! Soñolientos sauces
doblados sobre el lecho de unos ríos
que abandonaron, con los viejos cauces,
ramajes que lamentan sus desvíos).

Tú, reina de las vagas mariposas,
silfa de alitas trémulas que diste
celos a las visiones vaporosas,
di, ¿por qué tienes la mirada triste?

—Doquier cenizas... Misterioso dedo
marcó su frente con el signo amargo;
acercóse risueña y siente miedo
de sus seniles ósculos, letargo—.

¡No el antro pavoroso tu pupila
sonde ni pidas voz a su mutismo,
tú la blanca parásita que oscila
sobre las negras fauces del abismo!

Llorad como la virgen israelita
vuestra dorada juventud, estrellas
con cuerpos de mujer donde palpita
todo el encanto de las noches bellas.

¿Vivís? Agonizáis como las flores
que en el jarrón obscuro de la Tierra
cortadas fueron...
                              ¡Mágicos colores
recuerdos de un capullo; voz que yerra

por los dormidos cálices; desmayo
en las hojillas de apacible verde:
en un tibio crepúsculo de Mayo
vuestra belleza lánguida se pierde!

Llenemos el espacio de gemidos
cantando la canción de los abrojos,
gritemos como gritan los heridos
entre la siega de los lauros rojos.

¡Gemid, poetas! funeraria urna
do bullen entre gélidos arcanos
—bajo la propia lobreguez nocturna—
los versos como lívidos gusanos.

Ante los orbes que el espacio aleja
en el silencio de la excelsa Altura,
el mundo cruzará como una abeja
que vaga susurrando su amargura...

autógrafo

Guillermo Valencia


«Ritos» (1898)

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