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LOS CRUCIFICADOS

O crux, ave, spes única!

A Julio Flórez

Muy negras son tus canas,
¡oh Trágico sombrío!
y muy dulce morir antes que llegue
la trémula vejez envuelta en frío.
¿A qué seguir con taciturno paso
de camellos?... Dormid al pie del Monte
para no ver manchado el horizonte
con el ávida sombra del Ocaso...

En las cruces nudosas
agonizan los mártires; el brillo
roba el dolor a sus hinchados ojos,
que miran a los ámbitos desiertos
con la turbia fijeza de los muertos.
Fueles la tierra dolorosa: en haces
brotó para sus sienes rama indócil
de puntas erizadas; clavos fríos
que los frágiles huesos taladraron;
para su cáliz, de amargura lleno,
la Vida —inmensa flor— sudó veneno.

En las cruces nudosas
se retuercen las víctimas, tocadas
de martirio las testas luminosas
por lívidos perfiles coronadas.
Lánguidamente en hilos tembladores
tibia la sangre por su faz chorrea
y humedece los párpados, gotea
sobre la barba que en rojizos grumos,
cunl en bronce tallada, se obscurece.

Y de sus cráneos la soberbia roca
no bate ya, con las frementes alas,
el grifo luminoso de lo eterno...
Y se enturbió la linfa transparente
de las glancas pupilas,
claros pozos de lumbre
que del vivir el tedio reflejaron,
y es mudo el labio que de cumbre en cumbre
vibró en la lid relámpagos de acero...
¡Oh mártires! ¡oh ruinas
que marcasteis el áspero sendero
con gajo alterno de laurel y espinas!

En torno de las cruces
do murieron las víctimas, aullando
se amontonó la plebe enfurecida
como un tropel de deslomadas hienas.
Y abajo, los zarzales por alfombra,
y arriba, el Numen, el Amor, la Calma;
los mártires, en medio,
rasgando —muertos— la terrena sombra
al blando golpe de su fresca palma.

      .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..

¡Oh, videntes, oh mágicos cantores!
ahogad el himno, que la cruz aguarda
vuestras manos febriles;
huid, rompiendo el arpa cristalina,
a refugiaros en las sombras. Llegan
los salvajes de puño sanguinario:
cuando en la viña del furor se anegan,
¡asesinan a Dios en el Calvario!

El verso, cual la tenue lamparilla
que entre las tumbas ocultaba Roma,
alumbre mudo vuestras almas. Hielo
lleváis sobre el espíritu cansado,
y a los Libros —el Árbol de dolores—
del matador que insulta vuestro duelo
sólo llegan los bárbaros clamores.

Pobres muertos que en hórrida solumbra
durmiendo están: la ráfaga de gloria
sobre sus frentes pálidas no alumbra.
¿Qué importa si mañana el Orbe acude,
el Orbe acude entero
a recoger los huesos polvorosos
del mártir que murió sobre el madero?
El libro quedará cual leño santo
de seca sangre por doquier teñido...
y a la víctima, en tanto,
sofocará la zarza del Olvido.

Muy negras son tus canas,
¡oh Trágico sombrío!
y muy dulce morir antes que llegue
la trémula vejez envuelta en frío.
¿A qué seguir con taciturno paso
de camellos?... Dormid al pie del Monte
para no ver manchado el horizonte
con el ávida sombra del Ocaso...

En las cruces nudosas
perecerán los mártires. Doliente
el Ideal, las alas fatigosas
plegando en el azul, lánguidamente,
descenderá .sobre la tierra, herido;
y como el Genio del silencio mudo,
las almas tristes lo verán caído
sobre el sangriento marco de su escudo...

autógrafo

Guillermo Valencia


«Ritos» (1898)

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